Una de las cosas importantes que
tiene un viaje es que se termina. Como lo bueno y lo otro, se termina. Lo
importante es haber capitalizado el descanso, el conocimiento, el placer de
disfrutar las delicias que el lugar visitado te ofrece. Y es lo que hemos
hecho. Hemos disfrutado la ciudad, su movimiento, sus contrastes, su gente, sus
monumentos, las bellezas escondidas, los sabores. Todas estas cosas y muchas
mas hacen a un lugar único e imprevisible.
Esta es la imagen que nos llevamos, de una Cartagena muy particular, a
veces misteriosa, a veces secreta. Otras veces en toda la explosión de su
ciudad. Sus murallas son hermosas ya que circunscriben a un centro histórico
resguardado, en el mejor nivel de aquellas pequeñas ciudades medievales
europeas que pudimos visitar. No es justo que la llamen el “corralito de
piedra”, aunque también tiene el encanto porque quienes se lo dicen son los
propios lugareños.
Cartagena tiene muchas cosas mas
allá de sus propios contrastes y sus colores agregados a todo el ambiente
colonial de la ciudad amurallada. Por la
tardecita con sus tenues luces la transforman en una ciudad romántica, casi
mágica y profundamente misteriosa. Seguramente son los fantasmas de los que
siempre ha hablado Gabriel García Marquez sobre sus ciudad preferida.
“La ciudad era tan hermosa que parecía mentira”. Los fantasmas
deambulaban por las calles. Muy poco había cambiado desde los tiempos de los
virreyes. Su testimonio de ese instante es elocuente: “Me bastó dar un paso dentro de la muralla para verla en toda su
grandeza a la luz malva de las seis de la tarde, y no pude reprimir el
sentimiento de haber vuelto a nacer”
Tiene muchos monumentos. Uno que es
grandioso y que supo ser el mas importante de todos como es el Fuerte de San
Felipe. Millones de metros cúbicos de material han debido mover para levantar
tamaña fortaleza. Seguramente que tuvieron que ver los esclavos negros que
comenzaban a llegar de Africa. Por suerte, también ellos descubrieron los
deseos de libertad y huyeron hacia el interior de Colombia donde fundaron El
Palenque, tierra de negros africanos, cuyo valor mayor de hoy es que por ley se
preservan las lenguas africanas de su gente.
Es el monumento que Idan Zaresky,
escultor franco-israeli, presentó bajo
el nombre de Big Foot. (pies grandes). La obra sensibiliza y se impone por si
misma. Con sus raíces africanas y la
genealogía de América Latina, es un llamado de paz y la esperanza, a la unidad
entre la raza humana. “Sus enormes pies
evocan las raíces de nuestro pasado, nuestra ancla a este frágil planeta.
Recordar los seres humanos que somos y que todos venimos del mismo pequeño
mundo. Su actitud relajada y la contemplación que emana Big Foot es un
testimonio: No importa cuál sea nuestra raza o color, donde vivimos o lo que
somos, todos estamos atados a nuestro planeta paradisíaco, nuestro hogar”.
Y así encontramos distintos
monumentos particulares como la “Gorda Gertrudis”, hermosa obra de Botero,
frente al templo de Santo Domingo con una actitud desvergonzada y sin ropas, se
presta a la fotografía de todos los turistas.
La India Catalina, que fue
secuestrada de pequeña, educada por sus captores españoles y luego serviría
para traducir y “pacificar” a los Kalamaries, su propia tribu que a la larga
termina diezmada. ¿Pacificadora? Esas son las cosas de la historia.
Uno de sus museos particulares es
el de la Esmeralda. Museo privado de la Joyería Caribe. Aún sabiendo que no
éramos posibles compradores, nos permitieron visitar el museo y los talleres de
la mano y la simpatía de Melbis Olivo. La historia de las piedras preciosas, el
descubrimiento de la esmeralda, el trabajo de extracción de las minas y el
diseño y paciente trabajo de orfebres, talladores y engarzadores de las más
importantes piezas de esta piedra preciosa casi en extinción. Las distintas
vitrinas recorridas nos permitieron visibilizar los distintos tipos de piedras
y su valor, su dispersión en el mundo y el deseo de mucha gente de tenerla
entre sus joyas personales.
La Cartagena, sus contrastes y sus
misterios la pudimos recorrer en varias oportunidades. En una de ellas, fue en
una charla dada por David, en el hotel Capilla del Mar con una excelente onda y
una correcta información. A él van también nuestros agradecimientos.
Las calles tienen su nombre propio.
Cada calle (cuadra) tiene el suyo. Vinculados a los dueños de las
viviendas, a los hombres de la historia o también a los personajes creados por
sus autores como “la Calle Tumbamuertos” del gran poeta colombiano Luis Carlos
López que Gabo conoció en Cartagena. Y decía esto del poeta:
“ Luis Carlos López, mas conocido como el Tuerto, que había
inventado una manera cómoda de estar muerto sin morirse y enterrado sin
entierro y sobre todo sin discursos. Vivía en el centro histórico en una casa
histórica de la histórica calle del Tablón donde nació y vivió sin perturbar a
nadie. Se veía con muy pocos amigos de siempre, mientras su fama de ser un gran
poeta seguía creciendo en vida como sólo crecen las glorias póstumas”.
Y no hemos hablado de la
gastronomía. Los sabores y los olores se sienten en la ciudad amurallada. Los
“Patacones” pequeños trozos de plátanos verdes y fritos en aceite caliente y
aplanados que se sirven acompañando desde una copa de camarones o como
guarniciones en un plato típicamente colombiano.
Los mariscos en sus distintas
versiones han sido nuestro objetivo gastrónico. Ya sea en una copa, en un
risotto, o en mixto sobre arroz blanco donde no faltaba ninguno: calamares,
camarones, langostinos, pulpitos, caracoles, mejillones y unas variedaes
especiales del norte colombiano. O también acompañando a otros pescados con
arroz con aceite de coco, como el pez sierra o la moharra, un pescadito rojo
fritado con una carne blanca deliciosa. Normalmente en Colombia se los acompaña
con cerveza, o con algún mojito o margarita o, en la mayoría de las veces, con
una limonada a la yerbabuena, refrescante y digestiva hecha con limas, ya que
no podido encontrar ninguno de nuestros clásicos limones tucumanos.
Por supuesto que hubo varios
cafecitos a la vuelta de nuestro hotel, en Juan Valdez, para probar las
distintas variedades, tanto desde su origen como de su forma de prepararlo. Y
no nos olvidemos del cholocate, con mucho porcentaje de cacao que lo trajimos
para saborearlo de a poco en nuestras noches de tele y series.
Se hizo la noche y la ciudad
amurallada comenzó a iluminarse. Fue el momento en que comenzamos a retirarnos
y a despedirnos. Queda la colonia, quedan los fantasmas y probablemente, en
estos últimos tiempos, el fantasma de Gabo siga presente no sólo en la casa
donde vivió, no sólo en el monumento que guardan sus cenizas, sino en sus
calles, en sus Santa Ritas siempre florecidas, en sus balcones coloridos, en
fin, en esa Magia que nos dejó la ciudad y que se transforman en recuerdos para
quienes leímos sus historias de Aracataca, de Barranquilla y de todos los
pueblos del norte colombiano, cobijados bajo un único nombre: Macondo. No se lo
olvida.
“Todo es posible en una ciudad donde
alguien logra elevar una cometa de colores en medio de la muchedumbre”.
Hasta la próxima.