8/03/2016

Bitácora de viaje – Día 17 –Barcelona – Fin del viaje

Aunque uno no lo desea todo en algún momento se acaba. Desde el primer día uno va palpitando el final que resulta de un viaje: volver. Uno viaja para volver. A lo cotidiano, a la que hacemos todos los días, seguramente con mejores “pilas” y con una nueva perspectiva que es el “bonus” que te regala el hecho de viajar. 

Como los antiguos griegos, nosotros deseamos que la realidad “nos asombre” ya sea con su paisaje, con su historia, con su gente, con sus cosas especiales y diferentes a las nuestras. Y en eso radica la bondad de un viaje. Saber separarse de lo propio pero no tanto. Saber apreciar lo que se nos ofrece pero sin subestimar lo propio. Saber distinguir lo diferente y aceptarlo como tal.

De ahí que la vuelta por el Reino Unido y por Irlanda haya sido una experiencia interesante, con muchos paisajes, novedades, modernidad e historia. De la que nos gusta.

El viaje tuvo que ver con amigos que logramos hacer durante el recorrido, con amigos que visitamos porque fuimos capaces de hacernos amigos en viajes anteriores. Tiene que ver con los afectos, de ahí que Catalunya sea un punto importante a visitar en cada uno de nuestros viajes. Viven allí primos hermanos de Montserrat a quienes visitamos y disfrutamos aunque sea en pequeños momentos. Todos esos tiempos son válidos y por supuesto, inalterables.


Y nuestra despedida de esta bitácora que fuimos elaborando a nuestra vuelta tiene que ver con los deseos de compartir esa mini experiencia personal que resulta andar paseando… Gracias a todos por el acompañamiento. 





Escribir la bitácora hace bien porque permite recuperar datos, ordenarlos, al mismo tiempo que ordenar las casi 1800 fotografías tomadas durante los días del viaje. 
Post viaje - Laboratorio de la Bitácora de HAW
Significa dudar y recuperar información, rever la folletería y los mapas que constituyen el 90 % de la papelería traída (gramos que pesan  en las maletas que puede jugar en contra al momento del check in).







Y nuestra despedida, fue como siempre. En Barcelona. Concretamente en la Barceloneta, en esos lugares en que Montserrat paseaba con su abuelo y sus padres  antes de viajar hacia Argentina. 

Esos recuerdos se viven de pasear en el tranvía y pasar el día en los merenderos  rebrotan emociones. De modo que lo que hicimos fue un paseo por la playa, sentarse a la sombra y mirar y dejar que la vista y el pensamiento fluyan en silencio y a lo lejos… Y luego un buen almuerzo de pescados y mariscos en uno de los restaurantes del lugar.
Después de eso, el taxi, las maletas, el check in, las esperas, el interminable ronroneo del avión que no te permite dormir. Y llegar a casa y encender la calefacción. Y comenzar de nuevo  nuestra vida cotidiana…

¡Hasta la próxima!

8/02/2016

Bitácora de viaje – Día 16 – El Val d’Aran

Arties es una pequeña población del valle, junto al río Garona y a más de 1000 metros de altitud. Al igual que ayer – y no creo que sea para nosotros – la naturaleza se ha mostrado espléndida con sus Pirineos escarpados y sus bosques a pleno en este verano catalán. Recorrimos las callejuelas que subían y bajaban casi siempre alrededor de la iglesia románica del S.XI-XII o sobre la calle principal que lleva hacia lo profundo del valle y seguramente, por esos caminos escondidos se encontrará la salida hacia la zona de Urgell.


Volvimos sobre nuestros pasos de ayer, pasando nuevamente por Vielha y  en el Pont d’Arros tomamos un sendero asfaltado que nos llevaría al Saut deth Pish unos doce kilómetros dentro del bosque y subiendo a un puerto cercano a los 1600 metros de altitud. 






Abetos, hayas y una infinidad de bosques decoran la caída del agua con su murmullo constante y sus constante salpicar a quienes nos asomamos al rústico mirador. 

El sonido del agua y de los pájaros y el perfume del aire puro mezclado con las flores silvestres hacen de este momento la delicia y la satisfacción, al punto de decir: ¡Gracias por estar aquí! Un espectáculo aparte merecen los doce kilómetros que hay que hacer para llegar al Saut. Pese a la trepada que hay que realizar los Pirineos se imponen a la vista del viajero. 

No hay que mirar por la ventanilla para no enfrentarse a los más de cien metros del barranco que el  angosto sendero nos fue llevando y trayendo de vuelta. El encuentro con otros vehículos en dirección contraria se resuelve con calma y respeto (y silencio) y el cruce con la cantidad de senderistas que lo circulan hace que la velocidad sea sumamente tranquila. 

No sólo hemos de hablar de la belleza del punto de llegada sino también del camino transcurrido.
Fuimos bajando con la misma calma y buenas manos de Josep María. Llegamos y cruzamos la ruta para volcarnos sobre el otro flanco de la montaña y dirigirnos hacia un lugar llamado Artiga de Lin donde se encuentran los Uelhs deth Joeu.


Esta vez con un camino mejor y más ancho hicimos también una decena de kilómetros hasta llegar al ojo de agua. Una maravilla de la naturaleza que hace que, por más de cuatro kilómetros, el agua nacida en el Glaciar Oneto del otro lado de la montaña, viaje por dentro de ella  y surja con violencia y hermosura en este lugar. 

Esta vez no estuvimos tan alto. Llegamos a los 1350 metros, no obstante, las cumbres de los Pirineos que asomaban entre las curvas y contra curvas del camino se mostraban imponentes, algunas todavía con restos de las nevadas del último invierno.


En la bajada nos detuvimos en un pequeño merendero para tomar una cerveza refrescante y seguir el viaje. Con María Antonio estuvimos observando algunas flores silvestres y una amapola de color amarillo que hasta ahora no habíamos visto.
De vuelta otra vez a la gran ruta que cruza por el corazón del valle buscamos llegar nuevamente a Vielha para tomar una fotografía del conjunto y emprender la retirada del valle.

Camino a Lleida, Josep María nos tenía reservada otra sorpresa.  Saliendo del Valle y en los Altos de Ribagorza fuimos hasta Taüll, en el Val del Bohi. 


En un pequeño pueblo de origen musulmán y reconquistado, agraciado por los privilegios reales existe una pequeña iglesia románica que ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad. Se trata de la iglesia de San Clemente su origen se remonta al año 1125. Construida como una planta basilical (nave central y dos naves laterales) tiene una torre cuadra de gran altura, de gran influencia lombarda. No piensen en San Pedro de Roma. Es una pequeña iglesia entre las montañas. La belleza reside en el ábside del altar central cuyas pinturas casi desdibujadas han podido ser reconstruidas y digitalizadas y mostradas al público a través de una pequeña proyección en maping de diez minutos. 
Allí pudimos descubrir la totalidad d las pinturas, los colores puros con que rodean la gran imagen del “Pantocrátor” (Señor Todopoderoso).
Las imágenes se multiplican a partir de la figura central. Esta iglesia y otras configuran lo que se llama la “ruta del románico” en la que es posible encontrar testimonios hermosísimos de la arquitectura religiosa de aquella época. Por aquello de que “para muestra solo hace falta un botón”, la tuvimos con la Ermita de Taüll.

A partir de este momento debíamos recoger la gran cantidad de kilómetros que nos separaban de Barcelona. Un momento para el almuerzo en un parador de camioneros, al mejor estilo argentino (lugar con mucha gene y camioneros, lugar seguro). Y la comida, excelente. Casera, de buen gusto y regada en esa tarde de calor con un helado cava que nos cayó muy bien.

Por la cena cenamos y seguimos conversando con María Antonia y Josep María. Realmente nos agasajaron de lo mejor. No sabemos cómo agradecerlo todavía. Para ellos, nuestro mejor cariño y el gran abrazo que nos sigue hermanando en ese gusto por viajar un poco mas y dejarnos “asombrar” por las cosas que la vida y el destino te pone delante.
Inicio de nuestra amistad. Roma abril 1999


Gracias, María Antonia. Gracias, José María. Nos volveremos a encontrar.

8/01/2016

Bitácora de viaje – Día 15 – Hacia el Val d’Aran

María Antonia y Josep María son un par de amigos fuera de serie. Nos hemos conocido en un viaje entre Venecia y Roma y desde ese momento y en cada una de las veces en que nos encontramos, lo hechos hecho en “situación de paseo”. 

Y esta vez no será distinta. Arrancamos temprano con miras a llegar por la tardecita al Val d’Aran, sabiendo que serían unos cuantos kilómetros y muchas paradas programadas. Los cuatro no hemos parado de hablar en ningún momento, ni en los trayectos en auto, ni en las paradas, ni en las caminatas que hacíamos para llegar a observar lo que nos tenían preparado. Realmente, un homenaje a la amistad. Con seguridad de ellos hacia nosotros. Los queremos, María Antonia y Josep. Ahora, a la bitácora.

Supe del Val d’Aran por la mirada en los mapas y por informaciones en general, aunque me sorprendió el paisaje descripto por la mano habilidosa de Almúdena Grandes en Inés y a alegría. De ahí nuestro conformidad al programa de pasar por ese lugar.
Salimos pensando que llegaríamos al atardecer, haciendo todas las paradas posibles de distintos lugares atractivos durante el camino. Lleida, Balbastro y el Pantano del Mediano nos fueron conduciendo hasta el monasterio de Boltaña. 

Una de las primeras paradas fue en el Portillo de Tou un pequeño pueblo medieval reciclado y utilizado casi únicamente para el descanso y las vacaciones. Con pisos de arriendo y lugares para acampar, han programado actividades para adultos, niños y toda la familia. Una bebida refrescante y nuevamente a la ruta. Ya ingresos en Aragón pudimos divisar a lo lejos el Santuario de Torreciudad, dedicado a María y construido por la Prelatura del Opus Dei. El nombre deviene de una gran torre de vigilancia de la época árabe en la cima de la colina, debajo de la que pasa el río Cinca. Mensajes cifrados y leyendas rocambolescas acompañan al misterio y a la seriedad de esta construcción. Cosas veredes, Sancho…



Cerca de las tres de la tarde llegamos al Monasterio de Boltaña donde pensábamos almorzar. En realidad un hotel (Hotel Barcelo Monasterio de Boltaña) 5 estrellas, en medio del Pirineo Aragonés,  con todo preparado para pasar momentos relajados de meditación y recogimiento. 

Una cantidad considerable de habitaciones, piscinas al aire libre y climatizadas, columnas de spa y aguas termales, apparts con sus cocheras y un paisaje deslumbrante hacen remitir a nuestra memoria a lo que pudo haber sido unos quinientos años atrás. 


Fundado en 1651 como Monasterio del Carmen, hoy a través de sus formas actuales nadie se acuerda de nada, a pesar de que el nombre llame la atención.


Luego del almuerzo y con un sol bastante fuerte llegamos a Ainsa, un hermoso pueblo medieval. En lo que fue su gran patio de armas debimos dejar el auto previo pago del peaje correspondiente, al mejor estilo de los permisos de pasos medievales. Interesante la información de que en 1450 el pueblo contaba con 80 “fuegos”. 

Esta unidad para el estudio demográfico del Medievo no era un equivalente al número de casas (con fuego encendido), sino más bien al número de fuegos contribuyentes al erario público, siendo en la actualidad muy dificultosa la determinación del número de personas por cada fuego fiscal. Cosas de los historiadores… La visa al pueblo bajo el rayo del sol muy interesante. Sobre la parte alta de la colina está construida la muralla y los edificios centrales, con sus plazas y sus lugares de descenso y de seguridad. Hoy toda la estructura medieval es utilizada al efecto comercial, las casas en pequeños hostales u hoteles de categoría. Los turistas podemos comprar en sus tiendas y vemos a sus habitantes que bajan de la colina para dirigirse a sus casas, modernas y confortables en la base del pueblo. Una hermosa imagen de 500 años…



Siguiendo la ruta y para encontrar algunas de los caminos que nos condujeran al Val d’ Aran ingresamos en territorio francés. 



Allí, era todos banderines y fiesta. En un par de días pasarían por allí los ciclistas de la Tour de France, una de cuyas etapas terminaría en Bagneres de Luchon donde todo estaba preparado para entregar la “camiseta” ganadora. Al Ingresar nuevamente a Catalunya en búsqueda del paso al Valle nos encontramos con mucha gente con sus “caravans” esperando que dentro de uno, dos o tres días, de acuerdo con los lugares establecidos, pase también por allí la vuelta ciclística.

Ingresados al valle  por Bossot  fuimos buscando la ruta hasta Vielha, la capital del valle y desde allí, llegar a Arties donde pernoctaríamos fuimos encontrando esa parte novedosa del paisaje. Los fans de la Tour de France. De todos modos, el paisaje del Valle estaba instalado.

¿Que es el Val d’Aran? Como tal un valle con todas las posibilidades de disfrute turístico, nieve, montaña, bosque, senderos, patrimonio arquitectónico en sí mismo como puede ser la arquitectura del valle, o los restos románicos y góticos que aún perduran con mucho cuidado de los pagases (lugareños) a tal punto que algunos de ellos han sido declarados patrimonio de la humanidad por la UNESCO.


Y también historia. Pasos oficiales y senderos ocultos entre las montañas y los bosques han sido los espacios de tránsito para las situaciones más increíbles. Los puertos de altura de los Pirineos han sido transitados por los judíos huyendo de los peligros del holocausto, esquivando guardias y desafiando la vigilancia de las fronteras, los republicanos refugiados en Francia que deseaban volver utilizando sus pasos, los maquis, los contrabandistas, los militares persiguiendo fugitivos. Toda una historia de refugio, de libertad, de heroísmo y de vida cotidiana en la que el bosque, la montaña, la nieve y la gente eran a la vez libertad y solidaridad para todos.




Haber andado durante todo el día nos llevó a pedir una pequeña picada de queso y patés con una caña de cerveza antes de ir a descansar. El Parador que habíamos elegido fue demasiado para solamente dormir. 


Antes de eso, fue importante abrir las ventanas y respirar ese aire fresco de la montaña, cargado con los aromas de un oxígeno puro, mientras los pájaros de las cercanías y en los techos de las casa vecinas, hacían sus últimos arrullos antes de cerrarse la noche.