11/09/2019

Paseo por las Aldeas volguenses. Día 3. Regreso a casa


Nunca son hermosos los regresos pero no hay más remedio que regresar. Sólo que lo hacíamos con todas las pilas.
Arrancamos bien, por la mañana, ya en el desayuno, celebrando el cumpleaños de nuestro compañero de viaje Carlos Kin.  Su emoción y la de Irma, su esposa nos contagió a todos, de modo que cantamos el feliz cumpleaños, como los chicos y también lo hicimos en alemán como correspondía: “Alles gute zum Gebutrstag “ .



Y una vez con todos nuestros petates arreglados  nos dirigimos a la localidad de Libertador Gral. San Martín o Puiggari para visitar la Universidad Adventista.
Todo se inició en 1898 siendo una escuela rural que con el tiempo pasó a ser el Colegio Adventista del Plata. En 1990 se la autoriza a funcionar como Universidad Adventista del Plata, siendo confirmada y ratificada como tal en el año 2002. Funciona en un campus académico de 18 hectáreas y se dictan cerca de 30 materias englobadas en cuatro facultades: ciencias Económicas, Salud, Humanidades y Teología.



El complejo contiene actividades deportivas con canchas, piscina y gimnasio cubierto donde se realizan actividades de grado y recreativas. En el tema comunicación, cuentan con una planta transmisora de FM, un centro televisivo y estudios de grabación lo que no sólo permite enriquecer las actividades educativas sino que, a la vez, pueden transmitirlo al resto del mundo donde existen más de 7200 institutos educativos, sin contar los oyentes y televidentes particulares que captan sus señales.

Gracias a la atención de la Universidad pudimos recorrer sus instalaciones acompañados de una guía, que a la vez es alumno de la misma. Nos permitió observar el instituto en su funcionamiento, pasar por sus pasillos donde vimos las aulas y sus alumnos, ver su biblioteca, los espacios externos, de un verde y arbolado sumamente cuidados, lo que permitía detectar no sólo una institución ordenada y prolija, sino también donde se respira un ámbito de estudio y de concentración.

La facultad de Salud tiene instalaciones sumamente novedosas con sistemas de interrelación del alumno-profesor con todos los medios audiovisuales conocidos, al mismo tiempo que tienen un pabellón dedicado  totalmente a la dramatización de todas las posibilidades de atención de la salud: desde la unidad de traslados en accidentes, con sus salas especiales, cirugía y atención de sala y parto. Todo realizado con muñecos de casi 80 kilos y en algún caso, muñecos robotizados.


Siendo una entidad religiosa (Iglesia Adventista del Séptimo día) pudimos observar su facultad de Teología y el hermoso y moderno templo que existe en el Campus. Las posibilidades de estudio son muchas. La universidad de privada y por lo tanto su matrícula debe ser costeada por los alumnos. No obstante, la información que nos facilitaron es que en este momento estaban estudiando alumnos de casi ochenta países de todo el mundo.


Uno de los aspectos importantes señalados por la guía fue el carácter de servicio con que desarrollan sus tareas de aprendizaje al punto tal que el lema adventista propuesto para el quinquenio 2020-2025 es “Yo caminaré…” (I will Go) que inspira a la acción misional y de servicio a sus alumnos.
Nos quedamos admirados de esta Universidad y salimos decididos a hacer una visita al Monasterio de Victoria. En realidad, nos quedamos con las ganas. Ni bien subimos a la Combi se desató el temporal que tuvimos la suerte de esquivar durante los tres días de nuestro paseo. Fue tal que duró mucho tiempo y debimos cancelar esa visita. La pericia del chofer, Matías, nos dejó tranquilos ya que su manejo permitió sortear sin problemas el largo chaparrón que nos cayó encima.



Y así hicimos nuestros kilómetros de vuelta. Mucha emoción, muchas fotografías, mucho por agradecer, particularmente a nuestros compañeros de viaje que hicieron posible que no sólo fuera tranquilo, ameno, sino también llevadero y amistoso. Realmente, el viaje valió la pena.

Y comenzamos a pensar en otro paseo: por las colonias de Olavarría y Coronel Suárez para el próximo año. Soñar es importante.
Nos vemos.

11/08/2019

Paseo por las Aldeas volguenses. Día 2. Aldea Santa María


Las ganas de llegar a la Aldea Santa María tenían mucho tiempo. Hubo una invitación permanente por parte de José Luis Sack de encontrarnos en la Aldea, desde el año 2010 en adelante. El año pasado pudo haberse hecho realidad, pero un inconveniente burocrático me lo impidió. No iba a participar de la epopeya de los carros, pero pensaba estar en la fiesta. Pero no. Y este año, si. Fuimos. Con invitación a la fiesta de aniversario de la fundación del Museo Pedro Sacks, fiesta que se aguó por la constante y persistente lluvia de días atrás. 


Pero este domingo en que fuimos amaneció luminoso, con el sol por todas partes y allá fuimos, temprano como para tener el tiempo suficiente para escuchar no sólo la bienvenida de José Luis sino también sus historias, y las historias de la vida cotidiana de la familia Volguense  mientras recorríamos el Museo. 

Con verdadero sentido hospitalario entramos en el Museo como si fuera nuestra casa familiar, en la que podíamos reconocer a nuestros abuelos, a nuestra familia, haciendo esas cosas que eran naturales de chico y que de grande comenzaron a parecer extraordinarias porque dejamos de vivirlas.  Volver otra vez a la despensa, que parecía la abundancia de una familia trabajadora, tal vez pobre, pero que simplemente era la previsión para el invierno, o para los momentos en que las cosas podía ser necesarias. Ver otra vez donde guardaban la harina, donde colgaban los chorizos, donde hacían la manteca y cada uno de los objetos cotidianos. Y con cada objeto una historia y con cada historia la emoción de la memoria que se recupera.


Y así fuimos pasando de sala en sala, de relato en relato, de objetos que necesitaban preguntas, de respuestas que se acompañaban con sonrisas porque José Luis adivinaba nuestro olvido. Y la cocina, y el comedor, y el dormitorio, ese lugar sagrado que engendró la multitud de descendientes que dicen hoy pasamos el millón y medio largo. Ese rinconcito de la piedad familiar donde en el silencio se oraba, se pedía a Dios la buenaventura de una cosecha tanto como de un hijo sano. Y ese dormitorio de las niñas y aquel futuro de los muchachos con sus herramientas de trabajo y de taller que van desde un simple cepillo hasta una herramienta inventada para suplir la verdadera.


Y también escuchamos historias de sueños, de lograr la terminación del Museo, de agregar otro, cerca, sobre la vida religiosa, y otro más sobre la arqueología del lugar. La Aldea Santa maría se transformaba ante nuestras miradas asombradas en la Aldea de los sueños. Soñaba José Luis, pero también soñaban los que lo acompañan, hombres y mujeres que han descubierto que haciendo conocer su vida, conocen y reconocen más la propia. Y lo hacen con la generosidad del que te ofrece todo lo que tiene. No se queda con nada.

Creo que cada uno de los integrantes de este grupo que llegamos desde La Plata, desde Quilmes, desde Buenos Aires y desde Paraná, en algún momento nos hemos pasado la mano por nuestros ojos para secar un lagrimón. Ese que nacen con la emoción y con la alegría de disfrutar mucho más de lo que se había deseado. Es lo que encontramos en la Aldea.

Luego vino la entrega de nuestros libros que trajimos para sembrar una biblioteca. También los libros se siembran y con el tiempo, tenemos un cosechón de miradas, de puntos de vista, de poemas y de historias. Había libros vinculados a la migración alemana del Volga, libros de autores Volguenses, libros religiosos como los misales de mi madre y de mi esposa, que quedaron  en la dulce compañía de los objetos-compañeros del museo. Himnarios y libros de oraciones. 
También libros en alemán, libros de música alemana con sus partituras (surgirá algún coro?), y libros en castellano, con todas las voces y opiniones, desde Cervantes hasta Umberto Eco, desde los cuentos infantiles, a las enciclopedias y a las novelas que todos tenemos ganas de leer. La idea era sembrar una biblioteca. No le habremos “jodido” la vida a José Luis con un nuevo problema más?  Pregunta que la comunidad deberá responder. Como dijo Borges que una biblioteca es algo así como el paraíso, por ahí estamos intentando crear el paraíso en la aldea. Se lo merecen.
Y la fiesta suspendida se recreó igualmente para nosotros. Nos prepararon un almuerzo en el salón y disfrutamos la alegre compañía de los lugareños hasta que apareció el postre, con sus Strep Kreppel, sus tortas de limón y la guitarra  de Javier Herrlein y el acordeón de Atilio. Y con la música vino el baile y la alegría donde nadie quedó fuera, y  después del baile vino el canto, donde Javier nos llevó de la mano a través de canciones hasta que Rosita, nuestra catalana invitada,  nos brindó una canción de su amada  Cataluña, como agradecimiento a este revivir nostalgioso de la vida ancestral que quedó en otras tierras.





Y al final la despedida. Nos fuimos todos con la alegría de haber participado de una hermosa fiesta. Con un “vuelvan” que se transformó en una fuerte invitación a repetir este paseo por la nostalgia y por los rincones del corazón que hacía rato no paseábamos. Y entonces el corazón revivió una vez en forma de sonrisas, de pelitos en las manos que se ponían de punta, en la cristalina lágrima que se escapaba y que nadie quería que el otro la viera.



Gracias, aldea Santa María.

11/06/2019

Paseo por las aldeas Volguenses. Día 1. II Parte


El 20 de enero de 1878 el Gobierno de la Provincia de Entre Rios dispuso la creación de la Colonia Alvear en el Departamento de Diamante. Y hacia ese distrito marcharon los primeros colonos que llegaron, fundándose así distintas aldeas. Vi<cacheras, hoy Valle María ()de Marienthal), Aldea Campo María (Marienfeld) hoy Spatzenkutter, la Aldea San Francisco, la Aldea Protestante y la Aldea Bergseite Hehler, hoy Salto.

Estas son las colonias a cuya región hemos llegado y ya pasamos por Aldea Protestante y Aldea Valle María. Ni bien salimos de esta última nos dirigimos a Spatzenkutter. El nombre ya sonó raro entre los compañeros de la combi y fue Juan Carlos Scheigel Huck, nuestro coordinador y guía quien se encargó de aclarar un poco los términos. Originalmente la aldea se llamaba Marienfeld, es decir, Campo María hasta 1930 en que se comenzó a utilizar Spatzenkutter, cuyo significado mas aceptado es “Jolgorio de gorriones”. Fabián  Deiloff nuestro guía en el Museo de la Aldea dice en su libro: “ ¿Por qué Spatzenkutter? Si. Es mi pregunto. Lo cierto es que intenté pero no pude encontrar pruebas escritas ni tampoco explicaciones orales convincentes que fundamenten sin dejar dudas. Me suena raro pensar que nuestros fervientes y creyentes antepasados que preferían levantar antes la capilla que sus propias casas, hayan querido cambiar repentinamente el nombre con que se identificaba en el Volga y que suponía la protección de la Virgen María por un tal “jolgorio de gorriones”.

Así nos lo comentaba también cuando nos explicaba el origen del Museo de la Aldea y el porqué de una presentación tan particular, ideal para ejercer la docencia sobre los escolares visitantes, recordando y recreando historias a través de los objetos cotidianos. Los de uso personal, los utensilios de la mesa, las herramientas del taller o del campo, los recuerdos y las fotografías. 

Una amable descripción del museo nos permitió realizar una síntesis de lo que significa la Aldea, de su gente y de sus costumbres e identidades. Antes de terminar la visita nos mostraron un video institucional que muestra a la Aldea Spatzenkutter con su historia, sus actividades y su gente y al final, una pequeña escena familiar idea para el reconocimiento del dialecto, muy bien presentada a tal punto que, a más de uno, se le ha escapado un lagrimón. Ya la tarde se acababa y el sol se caía lánguido sobre el Paraná. De color rojizo nos amenazaba lluvia para el día siguiente y preferimos no pensar. Agradecimos la atención a Fabián Deiloff y su equipo de colaboradores y seguimos.

Una pequeña vuelta por la aldea y seguimos nuestro paseo con el objeto de llegar a conocer el cementerio de la Aldea San Francisco. Por esas cosas de la vida, el cartel desapareció, habremos pasado de largo y entre idas y venidas se nos hizo la noche, con lo que el cementerio nos quedó fuera y no tuvimos más remedio (con la aceptación general de todos) de dirigirnos al restaurant Munich para cenar. Un largo día que arrancó muy temprano demandaba un lugar de descanso y de recuperar energía.
Hace diez años pasamos con Juan Carlos Scheigel por San Francisco y tomamos unas fotografías del cementerio, cuyas tumbas, abandonadas, tenían un aspecto muy especial en su construcción. Verdaderas réplicas de capillas e iglesias. Sólo que el terreno no ayudó y con el olvido y los vertisoles del mismo, muchas tumbas lucían inclinadas. Esto de los vertisoles nos lo ha explicado nuestro  amigo Pablo Bouza con un pequeño apunte que nos envió para que comprendiéramos el porqué del hundimiento del terreno, lo que se debía fundamentalmente a un proceso de “arcillas expansivas”  que en constante movimiento terminan por malograr las construcciones que se montan sobre su suelo. Van aquí algunas fotografías de diez años atrás.

 Al final, recalamos en la Aldea Brasilera donde cenamos y recuperamos más fuerzas que las que habíamos perdido. Esto siempre sucede con la cocina volguense. De entrada Kraut Pirok o empanadas, unas salchichitas con chucrut y una abundante fuente Munich con carnes asadas, papas y batatas al horno y por supuesto, de final un Apfelstrudel. Por lo general todo el mundo regó la comida con cervezas rubias o ambarinas de buen sabor, como premio para un día intenso en conocimiento y emociones.



A la salida nos esperaba una hora larga de trayecto hasta llegar a Cerrito donde nos hospedaríamos. Un buen hotel y una rápida recepción hicieron que el silencio de nuestros cuerpos cansados se confundiera con el silencio del lugar, delicia que disfrutaríamos inmensamente.
Mañana la seguimos.

11/05/2019

Paseo por las Aldeas Volguenses. Día 1. I Parte.




Pensar, imaginar, proyectar y hacer un paseo por las Aldeas de nuestros antepasados volguenses  es un viaje a las raíces y al origen de nuestra comunidad. Recuperar el largo proceso de la decisión y la acción de emigrar hacia otros lugares donde vivir feliz fuera posible. O simplemente, donde vivir en paz. Y también hacerlo dos veces. Una, desde la actual Alemania a Rusia y otra, desde Rusia a nuestra Argentina. En esta reflexión hay historias, lugares, aldeas, espacios, familias y siempre
personas.

Por eso este viaje hacia el corazón de las aldeas volguenses es también un paseo hacia el “adentro de nosotros mismos” donde nos vemos reflejados en las cosas que hicimos y que hacemos a través de lo que han hecho nuestros padres y madres, nuestros abuelas y abuelas, y también aquellos que estuvieron antes de los que pudimos alcanzar a conocer. Este viaje hacia adentro nos retrotrae a los valores, al trabajo, a la fe, a la fuerza. Y también a las ganas que nos da de que ahora lo pudiéramos hacer todos igual, con los mismos valores, el mismo esfuerzo y trabajo, y con la misma fe y nos seguimos preguntando si lo hiciéramos asi, tal vez, podríamos ser mejores.

Y asi fueron transcurriendo los kilómetros desde el punto de encuentro inicial en La Plata, el segundo punto en Buenos Aires donde compusimos un grupo de personas que a lo largo del viaje nos transformaríamos en compañeros y en amigos. Porque se trataba, justamente de eso, de viajar hacia el adentro de nosotros mismos.




Los casi quinientos kilómetros fueron  mostrando las expectativas, explícitas o calladas de cada uno, esquivando lluvias y deseando ignorar pronósticos húmedos o de chaparrones. Nada de eso sucedió en el primer día. Llegamos a Aldea Protestante donde comenzamos a sentir el “espíritu volguense” expresado a través del silencio siestero de la Aldea. No obstante, la alegría se expresó en el Templo Protestante donde nos hablaron de su modo de ser, de sus ganas y de su fe y donde los niños expresaron su candor y su alegría a través de una hermosa canción de lo que podríamos ser si nos tratáramos todos como hermanos.


Las largas horas de viaje crearon la necesidad de una picadita la que se hizo efectiva con un hospitalario y caliente café en “la
Alemanita”, lugar de producción de dulces, quesos y sabers exquisitos, donde degustamos de la clásica mermelada de arándanos hasta el gustoso Kraut Pirok junto a unos trocitos de queso y salame con pan casero. La alemanita es una empresa familiar dedicada a la elaboración de dulces artesanales. Actualmente se elaboran alrededor de 20 tipos de dulces. Entre ellos: higo, mamón, zapallo, frutilla, dulce de leche, manzana, durazno, pera, ciruela y otros. Gracias Noelia y Patricio Schultz.


Una vuelta por la aldea nos permitió revivir la historia que nos dejaron algunas casas familiares antiguas con resabios volguenses y con el
recuerdo de su creación a través de esa calle ancha y larga con la que se caracterizan todas nuestras aldeas. Hemos conocido su cementerio y su plaza en donde se exhiben con orgullo sus antiguas maquinarias agrícolas y el “carro ruso” en el que tantas generaciones han utilizado para surcar los senderos de esta tierra.






A pocos kilómetros llegamos a la Aldea Valle María. Alli nos esperaban  Daniel Asselborn y Dario Wendler para darnos la bienvenida y acompañarnos en nuestra visita por la Aldea. El primer paso fue una breve explicación del sentido de la migración volguense y de la importancia que siempre tuvo tanto la fe como la educación. Una recorrida por la iglesia y la observación de la magnífica pintura en el ábside del altar nos conmocionó profundamente. A unos pasos del templo nos encontramos con el museo de la aldea donde en forma temática está desplegada una humilde vivienda de los inmigrantes volguenses, con toda su historia burocrática de obligarlos a vivir separados, hasta la decisión con pruebas forzadas de vivir juntos, aunque sea en “vizcacheras”, hasta que al final, el gobierno permitió que vivieran en la aldea y trabajaran en el campo, cosa que ha sucedido en lo totalidad de las aldeas volguenses en Entre Ríos y en las colonias bonaerenses. La delicada puesta en escena de la vida cotidiana hace que el museo sea una recreación didáctica para los visitantes de la vida y de las costumbres de los primeros colonos llegados de Rusia.


Una parada en la Biblioteca del Centro de Alemanes  Libres de Valle María significó la entrega por parte del Centro Wolgadeutsche representados por su Horacio Walter y Juan Carlos Scheigel Huck, Presidente y Vice,  del mismo, quienes realizaron una donación de libros vinculados a la  historia y cultura de la comunidad volguense, asi como también de autores de la comunidad. La recepción por parte de Dani Asselborn de los libros y una breve descripción del quehacer de la Institución a favor de la Aldea se cerró con una degustación de la clásica Wiwwel Kuchen. Antes de dejar Valle María visitamos su cementerio. Justo en el Día de todos los difuntos el cementerio lucía con sus tumbas cubiertas de flores, natural respuesta de los familiares ante sus queridos difuntos. El cementerio es parte de la vida comunitaria de los alemanes del Volga. Es parte de la vida, no sólo a través de la memoria sino de la presencia física. Al punto de que cuando alguien dejará el pueblo para dirigirse a otro lado, la visita a sus ancestros enterrados en el cementerio es obligatoria para realizar su despedida.


Y mañana la seguimos.