Aterrizar en Madrid al amanecer es una sensación distinta a la que se tiene mas tarde. No hay nadie en las calles aunque comienza a sentirse paulatinamente el rumor de la gente que comienza a caminar. Y a partir de ese momento, es un movimiento continuo. Salir del aeropuerto ya es una experiencia interesante. Es moderno, increible, pensado para dentro de muchos años. Cuesta creer que las maletas quedan a cuatro kilómetros de donde saliste del avion y para llegar tenes que usar escaleras mecánicas, ascensores, pasillos y hasta un.....metro (subte)! Increible. Todo automatizado, hasta la información. Para los argentinos que somos preguntones, nos confunde tener que seguir las gráficas. Y se llega a donde queres hacerlo.
Por la tarde, bus turístico mediante, comenzamos a mirar la ciudad. Por suerte, no está muy arbolada, con lo que la visión hacia adelante y hacia arriba es buena. Recorrer las callecitas en las que hay dos manos, en las que micros y autos se cruzan sin tocarse (eso no es muy cierto porque casi todos tienen sus rayones). Pero que pasan "finito" es cierto. Y una buena costumbre. Paran en las esquinas, concretamente frente a un semáforo rojo, o un peatón. Pareciera que no tienen apuro. Y es así, hay menos autos que en Buenos Aires o La Plata, porque el sistema público es excelente.
Y entonces pasamos frente al Palacio Real, al Parque del Retiro, frente a la eterna Cibeles, o por las puertas de Alcalá y de Toledo.
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