Salió
el sol a pleno. Dejamos Frankfurt camino a Köln (Colonia). No tan temprano como
se había programado porque las graves inundaciones que se etán produciendo han
elevado los niveles de los ríos al punto de desborde en muchos de ellos. El Rhin,
nuestro próximo objetivo, ya figuraba desbordado con lo que se suprimió el
Crucero que teníamos previsto para tomar en un lugar y llegar hasta Köln. La
“Hochwasser” se agranda en todo el territorio. Malas noticias de Salzburg y
Praga y pronósticos complicados del Danubio en Viena. No podemos contra el
tiempo. La propuesta era buena, pero quedó ahí. Tendremos que hacerla a través
del google y revisar la gran leyenda de Loreley.
De
ahí que con nuestro bus y con la compañía de veinte personas mas Chello de guía
y Jesús de Chofer. Dos cosas resultaban claras desde el camino. El verde de las
praderas, los valles y colinas. Y la otra, el tránsito intenso, aunque
ordenado, de sus carreteras y autopistas. Camiones de todo tipo, con cargas de
todos los países y con marcas indescifrables. Muchos cargados de autos nuevos,
otros cerrados con el sello de logística de cargas. A lo largo de los días que
estuvimos en las rutas alemanas no vimos un solo incidente importante. Solo un
atasco debido a algún problema menor. Es el símbolo de un desarrollo sin fin? Y
¿la crisis? No aparece a la Aussicht (mirada) común del turista. Es
necesario penetrar en la Alemania profunda para verlo.
La
llegada a Köln se vuelve a sintetizar en las dos cosas que dijimos al
principio: el río y el Dom. La catedral, inmensa, difícil de captarla en una
fotografía. Tanto el frente como los laterales o el fondo son signos de
belleza. Siempre me acostumbre a ver las catedrales góticas desde atrás,
parecen más hermosas, con sus arbotantes y sus contrafuertes. Por dentro y con
un sol favorable es posible gustar las vidrieras y los rosetones. El Dom te
sobrepasa. Dentro, cuando te encontrás en el ábside (el crucero central) y mirás
hacia arriba: un caleidoscopio de colores increíbles por la luz que ingresa por
los vitrales superiores, muchos de ellos reconstruidos. Y la delgadez de sus
columnas hace que el templo se dirija hacia el cielo, pareciendo que no termina nunca. Todas estas cosas te hablan
no sólo de la excepcionalidad arquitectónica sino del sentido religioso de la
época y del inmenso poderío de reyes e iglesia. El pueblo presta su lomo para
transportar las piedras y expresa su obligatoria fe con la transpiración y el
esfuerzo. No ha cambiado mucho de aquella época al hoy.
Esta
grandiosidad, que parece solo un detalle (decoración, objetos, imágenes, símbolos, estatuaria y
pinturas, und so weitere, serán causa - un tiempo después - de la gran
crisis religiosa que tendrá su origen en Alemania con Lutero y el surgimiento
del protestantismo. El Dom (Die
Hohe
Domkirche St. Peter und Maria), se inició en el S.
XIII y tuvo su culminación tardia en el S. XIX. Raro! O no? Hay comienza a aparecer
el tema del protestantismo en la detención de la construcción. Un gótico por
excelencia tienen sus torres casi 160 metros. ¿Será pariente de la catedral de
La Plata? Como dato curioso se dice que en el relicario central se encuentran
los restos de los tres reyes magos. De todos modos, su perdurabilidad se
observa en la negritud de sus paredes (huellas del fósforo de las bombas
aliadas?).
Durante la segunda guerra no fue dañada. ¿Milagro,
casualidad o táctica militar? Dicen que la iglesia era el punto alrededor del
cual debían bombardear los aliados. Y eso se ve en las fotografías del año
1945. Mito o realidad, las guerras siempre presentes y cuanto más uno las ve,
mas la odia. Y se odia tanto al que la originó como a los que la siguieron y la
terminaron. ¡Qué fácil es olvidar los millones de víctimas inocentes!
El otro punto importante es el Rhin, río
importantísimo para la economía histórica de Alemania y de los países
bajos. Ancho, vigoroso, se va nutriendo
de los ríos importantes como el Main, el Mosela para terminar en el mar en
Holanda. En su recorrido riega los valles más importantes y de ahí resultan los
productos más importantes y gustosos como el famoso Weisswein (vino blanco).
Es un gusto probar el clásico Riesling del Mosela.
Y durante todo el día, el sol para todos. Los
Coloneses lo extrañaban y salieron a la calle. Hacía más de 100 días que no lo
veían. Entonces, todas las terrazas, las tabernas, los bares, llenos de gente,
almorzando a cualquier hora, cenando temprano, probando una cerveza o el
gustoso Kölsch o, no lo había visto antes, comerse un exquisito helado.
Parece una buena costumbre y eso hicimos. Pedimos helados en panqueques, en
copas, o servido y preparado en mil formas.
Cuando regresamos al hotel cerca de las 9,30 de la
noche todavía era de día. Pero ya no había gente en las calles; todos se
llamaban al descanso, abandonando las calles. Los negocios cierran temprano, no
más de las 8. De modo que cuando llegamos a la calle del 4711 la encontramos
cerrada. Gran depresión ya que en nuestros planes, mejor dicho, en los planes
de las mujeres del grupo, estaba comprar la antigua y vigente Agua de Colonia.
Al llegar al hotel, ya era de noche.
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