Mañana nublada, bien fresca, ideal para hacer unos cuantos
kilómetros en auto. La Plata, Brandsen, Gral. Belgrano, Ayacucho y un último tramo
de 70 kilómetros (para el olvido) nos permitió llegar a Tandil. Check in en la
hostería, tirar los bolsos (un clásico en nosotros) y salir a caminar. Rumbo al
centro. Luego de ubicarnos geográficamente (punto de la hostería, centros y
lugares a visitar) tocó encontrar un restaurant para hacer un breve almuerzo.
Ensalada para una y spaghetti para otro fue el modo de hacer base para salir a
andar. Buscamos el auto y rumbeamos hacia el Parque Independencia, cuesta
arriba. En la cima el viento del sur obligaba a abrochar las camperas y ajustar
el gorro.
El exquisito perfume a eucaliptus nos llevaba a recorrer parque- bosque con tranquilidad y la cima del
cerro observar la ciudad. Ya entonces,
aparecería Tandil en toda su amplitud. El monumento a Martín Rodriguez nos da
la fecha de fundación: 1823 y un nombre: Fuerte Independencia. Lugar estratégico
para los gobiernos como modo de detener a los pueblos originarios y obligarlos
a obedecer o a retirarse. Se retiraron a la fuerza por la presión que implicaba la necesidad de
tierras y así fueron quedando pequeños rastros de su paso y de sus tierras. Quedan
los nombres de los lugares y en la memoria colectiva. Una memoria débil que
pareciera que ahora se fortalece, tanto más cuanto es más difícil reparar los
daños. Una construcción morisca en la cima (todavía no pude saber el origen) se aparece como un claro lugar para sentarse y tomar y café bien caliente con alguna factura recién sacada del horno.
Hoy Tandil tiene casi cerca de 120.000 habitantes y una
densidad que transforma a la ciudad en un pueblo grande con una calidad de vida
a escala: vivir en la tranquilidad del pueblo con todas las comodidades urbanas
(comunicaciones, conectividad, transportes, trabajo, contactos con otras
ciudades y con la metrópoli en corto tiempo de camino)
Todas estas reflexiones las hacíamos mientras observábamos
la ciudad desde la sierra “el punto más alto” que probablemente le haya dado el
nombre a la ciudad.
La ciudad no se nutrió solo con los primeros habitantes del
fuerte sino con el tiempo fueron llegando, junto con el ferrocarril la mano de
obra inmigrante que desarrollaría la minería, la ganadería y progresivamente la
agricultura de la mano de un danés Juan Fugl quien trajo todo lo necesario para
crear una ciudad: cultura, fe (iglesia luterana), constancia y trabajo, al
punto de ser reconocido por toda la población y ser nombrado uno de los
intendentes más importantes. La inmigración española viene con Santamarina a la
cabeza y conduciendo grandes carretones que posibilitarían un importante
intercambio de la ciudad, al punto de iniciar grandes construcciones en sus
estancias y también los edificios monumentales en la ciudad. Estos, pueden
verse en gran cantidad y calidad. La iglesia, siempre presente junto a la plaza, la casa de la cultura y los edificios públicos del municipio lucen su belleza de fin de siglo XIX.
Entre el cerro del Parque Independencia y el centro de la
ciudad existe una gran amortiguación verde que inteligentemente ha sido
utilizada como espacio público.
La
cuadrícula española del plano de la ciudad cuenta con muchas plazas en su
trazado. El lago, los parques circundantes y las sendas aeróbicas rodeando el
lago y los distintos clubes, hacen que exista una gran movida deportiva que
hemos visto concentrada en los pocos días de nuestra estadía. Campeonatos de
fútbol infantiles para ambos sexos, básquet, rugby y hockey en canchas públicas. Estudiantina
competitiva (“la farándula”) con carrozas de alta imaginería que movilizaron a
los adolescentes secundarios, carreras de bici-cross con barro incluido. Vimos
deportistas sueltos de polo y también
turistas empujando sus carritos de golf. Y, unido a toda esta movida, nosotros, los
turistas que hemos incrementado un porcentaje alto de ocupación hotelera en
este fin de semana largo. La tardecita se nos hizo corta
Antes de regresar al hotel, hicimos nuestra visita por el
Calvario. En un amplio parque (otra vez, los eucaliptus) pudimos llegar hasta
la cima recorriendo las catorce estaciones que rememoran los sufrimientos de
Jesús de Nazareth antes de su muerte en la cruz. Bajamos los altos escalones,
con el cuello subido de nuestras camperas y procurando evitar el vientito sureño
del atardecer. El recorrido de las 14 estaciones es muy interesante. La obra
fue realizada a partir de 1940 con donaciones de terreno y diseños del Ing.
Alejandro Bustillo. Hoy los árboles plantados forman una intensa selva en los
que los senderos para seguir las estaciones están marcados y conforman una
escala ascendente que con un poco de esfuerzo se puede llegar hasta la cima
donde se encuentra la gran cruz. Ciertamente es un centro de peregrinación y de
gran concentración de gente para semana santa.
De ahí derecho al hotel. Nos esperaba una cena gourmet y
calidad de comida casera y el clima cálido de la atención del Hostal de la
Sierra de Tandil. Nos fuimos a dormir recordando el perfume de los eucaliptus
que seguramente se nos aparecería nuevamente en las caminatas del día
siguiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario