10/15/2013

Bitacora de viaje. Tandil. Día 1.

Mañana nublada, bien fresca, ideal para hacer unos cuantos kilómetros en auto. La Plata, Brandsen, Gral. Belgrano, Ayacucho y un último tramo de 70 kilómetros (para el olvido) nos permitió llegar a Tandil. Check in en la hostería, tirar los bolsos (un clásico en nosotros) y salir a caminar. Rumbo al centro. Luego de ubicarnos geográficamente (punto de la hostería, centros y lugares a visitar) tocó encontrar un restaurant para hacer un breve almuerzo. Ensalada para una y spaghetti para otro fue el modo de hacer base para salir a andar. Buscamos el auto y rumbeamos hacia el Parque Independencia, cuesta arriba. En la cima el viento del sur obligaba a abrochar las camperas y ajustar el gorro. 


El exquisito perfume a eucaliptus nos llevaba a recorrer  parque- bosque con tranquilidad y la cima del cerro observar  la ciudad. Ya entonces, aparecería Tandil en toda su amplitud. El monumento a Martín Rodriguez nos da la fecha de fundación: 1823 y un nombre: Fuerte Independencia. Lugar estratégico para los gobiernos como modo de detener a los pueblos originarios y obligarlos a obedecer o a retirarse. Se retiraron a la fuerza por  la presión que implicaba la necesidad de tierras y así fueron quedando pequeños  rastros de su paso y de sus tierras. Quedan los nombres de los lugares y en la memoria colectiva. Una memoria débil que pareciera que ahora se fortalece, tanto más cuanto es más difícil reparar los daños. Una construcción morisca en la cima (todavía no pude saber el origen) se aparece como un claro lugar para sentarse y tomar y café bien caliente con alguna factura recién sacada del horno.


Hoy Tandil tiene casi cerca de 120.000 habitantes y una densidad que transforma a la ciudad en un pueblo grande con una calidad de vida a escala: vivir en la tranquilidad del pueblo con todas las comodidades urbanas (comunicaciones, conectividad, transportes, trabajo, contactos con otras ciudades y con la metrópoli en corto tiempo de camino)
Todas estas reflexiones las hacíamos mientras observábamos la ciudad desde la sierra “el punto más alto” que probablemente le haya dado el nombre a la ciudad.

La ciudad no se nutrió solo con los primeros habitantes del fuerte sino con el tiempo fueron llegando, junto con el ferrocarril la mano de obra inmigrante que desarrollaría la minería, la ganadería y progresivamente la agricultura de la mano de un danés Juan Fugl quien trajo todo lo necesario para crear una ciudad: cultura, fe (iglesia luterana), constancia y trabajo, al punto de ser reconocido por toda la población y ser nombrado uno de los intendentes más importantes. La inmigración española viene con Santamarina a la cabeza y conduciendo grandes carretones que posibilitarían un importante intercambio de la ciudad, al punto de iniciar grandes construcciones en sus estancias y también los edificios monumentales en la ciudad. Estos, pueden verse en gran cantidad y calidad. La iglesia, siempre presente junto a la plaza, la casa de la cultura y los edificios públicos del municipio lucen su belleza de fin de siglo XIX.
Entre el cerro del Parque Independencia y el centro de la ciudad existe una gran amortiguación verde que inteligentemente ha sido utilizada como espacio público. 


 La cuadrícula española del plano de la ciudad cuenta con muchas plazas en su trazado. El lago, los parques circundantes y las sendas aeróbicas rodeando el lago y los distintos clubes, hacen que exista una gran movida deportiva que hemos visto concentrada en los pocos días de nuestra estadía. Campeonatos de fútbol infantiles para ambos sexos, básquet, rugby  y hockey en canchas públicas. Estudiantina competitiva (“la farándula”) con carrozas de alta imaginería que movilizaron a los adolescentes secundarios, carreras de bici-cross con barro incluido. Vimos deportistas sueltos  de polo y también turistas empujando sus carritos de golf.  Y, unido a toda esta movida, nosotros, los turistas que hemos incrementado un porcentaje alto de ocupación hotelera en este fin de semana largo. La tardecita se nos hizo corta



Antes de regresar al hotel, hicimos nuestra visita por el Calvario. En un amplio parque (otra vez, los eucaliptus) pudimos llegar hasta la cima recorriendo las catorce estaciones que rememoran los sufrimientos de Jesús de Nazareth antes de su muerte en la cruz. Bajamos los altos escalones, con el cuello subido de nuestras camperas y procurando evitar el vientito sureño del atardecer. El recorrido de las 14 estaciones es muy interesante. La obra fue realizada a partir de 1940 con donaciones de terreno y diseños del Ing. Alejandro Bustillo. Hoy los árboles plantados forman una intensa selva en los que los senderos para seguir las estaciones están marcados y conforman una escala ascendente que con un poco de esfuerzo se puede llegar hasta la cima donde se encuentra la gran cruz. Ciertamente es un centro de peregrinación y de gran concentración de gente para semana santa.






De ahí derecho al hotel. Nos esperaba una cena gourmet y calidad de comida casera y el clima cálido de la atención del Hostal de la Sierra de Tandil. Nos fuimos a dormir recordando el perfume de los eucaliptus que seguramente se nos aparecería nuevamente en las caminatas del día siguiente.

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