Bitacora de viaje. Tandil. Día 2.
La mañana amaneció neblinosa y fría. En el desayuno mientras
observábamos los indecisos rayos de sol por la ventana, hicimos el programa del día. Para no comernos
el frio matinal decidimos hacer algo de natación en la piscina del hotel
mientras el sol se encargaba de despejar el frío. El programa del día simple:
sierras. Salir rumbo a la movediza y luego hacia el Centinela. Aire de
serranías.
Tandil se encuentra prácticamente en el centro de la
provincia de Buenos Aires y a la vera de las sierras del sistema Tandilia. No
muy altas, tanto como para que con un poco de ganas uno se pueda animar a
caminarlas. Una de ellas es la Movediza. Puede ser que de este hecho surja el nombre
de la ciudad ya que podría provenir de las lenguas mapuche o araucanas donde dil podría ser roca y dhaun latir. “Roca que late” en relación
a la piedra movediza. Por algún efecto o equilibrio natural, esta gran roca de
granito se movía en forma perceptible durante mucho tiempo hasta su
desmoronamiento en el año 1912. Nadie vió la caída y nunca se supo la razón de
este hecho. Vandalismo? Vibración constante por las explosiones de las canteras
vecinas? Fin del ciclo natural de ese inestable equilibrio. Todos tienen su
propia interpretación y eso hace que el tema de la movediza tenga sus matices
de leyenda.
Al caer se rompe en tres grandes trozos que están caídos unos
cincuenta metros más abajo. La roca es de granito y pesa casi 300 toneladas. Y
el equilibrio que hacía sobre un eje imaginario generó esa admiración colectiva para quienes pudieron conocer el
fenómeno, como para quienes imaginamos el hecho. Cuentan que poniendo una
botella en su base, al rato se hacía añicos por ese tenue movimiento. No por
nada las postales de aquella época perviven y se han transformado como una
marca de Tandil.
Hoy, una réplica de esa piedra, construida artísticamente a partir de
un concurso nacional, luce en el mismo lugar a partir del año 2007. Me
enorgullezco de que un amigo de hace tiempo haya ganado ese concurso (Arq.
Roberto Porta) aunque lamenta que el proyecto ganador no se haya realizado tal
como fue proyectado. De todos modos, lo hecho está bueno y vale la pena una
visita. Animarse a trepar la cuesta (hay escalones relativamente cómodos para
hacerlo hasta llegar a la plataforma superior donde se puede observar la
replica de la gran piedra, rememoriar la historia y sonreir con los resultados
de todas las leyendas. La subida tiene un “plus” adicional: disfrutar el gran
paisaje que desde ese cerro del parque lítico se puede uno observar. Roberto me decía que el proyecto estaba
inconcluso. A gusto de mi mujer, le faltaría una aerosilla para que todas las
personas con alguna dificultad puedan ascender y también disfrutar. Para muchas
de ellas los escalones son altos y la
cerro empinado. Con el tiempo…… y otro concurso…. ¿O no? ¿O si?
El aire se fue haciendo cálido aunque el viento sobre las
sierras mostraba su brisa. Dejamos el parque lítico y pasamos al parque del
cerro Centinela. No existe un gran
trecho entre uno y otro de modo que hacerlo es sumamente simple. Es una
atracción muy bonita. Recibe el nombre de una formación rocosa de varios metros
que corona el cerro y es también de
piedra granítica. El parque es hermoso. Existe amabilidad en la gente para
disfrutar todo el tiempo que uno desee quedarse en el parque. Desde los
organizadores del estacionamiento hasta los encargados de la aerosilla, con la
que se puede llegar hasta la cima.
Durante la elevación uno puede ir tocando con las manos las ramas de los
pinos y respirando el aire puro de una
sierra que no tiene más de 300 metros sobre el nivel del mar. El silencio
durante gran parte del breve recorrido se hace intenso y es, entonces, donde se
puede escuchar con rápida atención los cantos de los muchos pájaros que anidan
en el pinar.
En la cima una confitería, antes el fotógrafo que te toma la
clásica postal llegando a la base de la aerosilla y una caminata que permite no
sólo tener una vista de las serranías y los campos, sino también admirar la
ciudad que queda a menos de cuatro kilómetros del lugar. Mirar las aves, un par
de liebres correteando por los claros del bosque, las formaciones rocosas y los
senderos de caminatas, hacen que uno pase un momento de gran disfrute. Un café
caliente en la confitería o una cerveza artesanal es el digno broche antes de
proceder a la bajada.
Casi a las tres de la tarde nos dispusimos al regreso. A la
bajada es clásico detenerse en una de parrillas que hay en el camino. Elegimos
La Pulpería y no nos equivocamos. Unas buenas empanadas santiagueñas de entrada y luego una batería crujiente de
chorizos, morcillas, chinchulines y mollejas nos hicieron entrar en el mundo
mágicamente gastronómico de una parrilla. Luego, el vacío, el asado y el pechito de cerdo… Todo
a punto, como para decir que “comimos carne”. Las papas fritas y ensalada que
acompañaban eran solo color. El vino tinto permitió que la grasa (siempre hay
un poco de grasa en semejante asado) permitiera una buena digestión.
Los postres no fueron
muy criollos que digamos, pero estaban en la carta.
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