10/16/2013

Bitacora de viaje. Tandil. Día 2.

Bitacora de viaje. Tandil. Día 2.
La mañana amaneció neblinosa y fría. En el desayuno mientras observábamos los indecisos rayos de sol por la ventana,  hicimos el programa del día. Para no comernos el frio matinal decidimos hacer algo de natación en la piscina del hotel mientras el sol se encargaba de despejar el frío. El programa del día simple: sierras. Salir rumbo a la movediza y luego hacia el Centinela. Aire de serranías.

Tandil se encuentra prácticamente en el centro de la provincia de Buenos Aires y a la vera de las sierras del sistema Tandilia. No muy altas, tanto como para que con un poco de ganas uno se pueda animar a caminarlas. Una de ellas es la Movediza. Puede ser que de este hecho surja el nombre de la ciudad ya que podría provenir de las lenguas mapuche o araucanas donde dil podría ser roca y dhaun latir. “Roca que late” en relación a la piedra movediza. Por algún efecto o equilibrio natural, esta gran roca de granito se movía en forma perceptible durante mucho tiempo hasta su desmoronamiento en el año 1912. Nadie vió la caída y nunca se supo la razón de este hecho. Vandalismo? Vibración constante por las explosiones de las canteras vecinas? Fin del ciclo natural de ese inestable equilibrio. Todos tienen su propia interpretación y eso hace que el tema de la movediza tenga sus matices de leyenda.



Al caer se rompe en tres grandes trozos que están caídos unos cincuenta metros más abajo. La roca es de granito y pesa casi 300 toneladas. Y el equilibrio que hacía sobre un eje imaginario generó esa admiración  colectiva para quienes pudieron conocer el fenómeno, como para quienes imaginamos el hecho. Cuentan que poniendo una botella en su base, al rato se hacía añicos por ese tenue movimiento. No por nada las postales de aquella época perviven y se han transformado como una marca de Tandil.



Hoy, una réplica de esa  piedra, construida artísticamente a partir de un concurso nacional, luce en el mismo lugar a partir del año 2007. Me enorgullezco de que un amigo de hace tiempo haya ganado ese concurso (Arq. Roberto Porta) aunque lamenta que el proyecto ganador no se haya realizado tal como fue proyectado. De todos modos, lo hecho está bueno y vale la pena una visita. Animarse a trepar la cuesta (hay escalones relativamente cómodos para hacerlo hasta llegar a la plataforma superior donde se puede observar la replica de la gran piedra, rememoriar la historia y sonreir con los resultados de todas las leyendas. La subida tiene un “plus” adicional: disfrutar el gran paisaje que desde ese cerro del parque lítico se puede uno observar.  Roberto me decía que el proyecto estaba inconcluso. A gusto de mi mujer, le faltaría una aerosilla para que todas las personas con alguna dificultad puedan ascender y también disfrutar. Para muchas de ellas los escalones son altos  y la cerro empinado. Con el tiempo…… y otro concurso…. ¿O no? ¿O si?

El aire se fue haciendo cálido aunque el viento sobre las sierras mostraba su brisa. Dejamos el parque lítico y pasamos al parque del cerro Centinela.  No existe un gran trecho entre uno y otro de modo que hacerlo es sumamente simple. Es una atracción muy bonita. Recibe el nombre de una formación rocosa de varios metros que corona el cerro y es también  de piedra granítica. El parque es hermoso. Existe amabilidad en la gente para disfrutar todo el tiempo que uno desee quedarse en el parque. Desde los organizadores del estacionamiento hasta los encargados de la aerosilla, con la que se puede llegar hasta la cima.
Durante la elevación uno puede ir  tocando con las manos las ramas de los pinos  y respirando el aire puro de una sierra que no tiene más de 300 metros sobre el nivel del mar. El silencio durante gran parte del breve recorrido se hace intenso y es, entonces, donde se puede escuchar con rápida atención los cantos de los muchos pájaros que anidan en el pinar.



En la cima una confitería, antes el fotógrafo que te toma la clásica postal llegando a la base de la aerosilla y una caminata que permite no sólo tener una vista de las serranías y los campos, sino también admirar la ciudad que queda a menos de cuatro kilómetros del lugar. Mirar las aves, un par de liebres correteando por los claros del bosque, las formaciones rocosas y los senderos de caminatas, hacen que uno pase un momento de gran disfrute. Un café caliente en la confitería o una cerveza artesanal es el digno broche antes de proceder a la bajada.




Casi a las tres de la tarde nos dispusimos al regreso. A la bajada es clásico detenerse en una de parrillas que hay en el camino. Elegimos La Pulpería y no nos equivocamos. Unas buenas empanadas santiagueñas  de entrada y luego una batería crujiente de chorizos, morcillas, chinchulines y mollejas nos hicieron entrar en el mundo mágicamente gastronómico de una parrilla. Luego,  el vacío, el asado y el pechito de cerdo… Todo a punto, como para decir que “comimos carne”. Las papas fritas y ensalada que acompañaban eran solo color. El vino tinto permitió que la grasa (siempre hay un poco de grasa en semejante asado) permitiera una buena digestión.


 Los postres no fueron muy criollos que digamos, pero estaban en la carta.


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