No resultaba el mejor día para llegarnos hasta la costa.
Nubes bajas, muy típicas de Santiago, gotas finas de lluvia esquiando sobre los
cristales de la van, prometían poco de lo mucho que queríamos pasear y
recorrer.
Una parada obligada. Totalmente diferente a lo que vimos en
nuestros viajes. Una Vinoteca. La mitad salón comedor para bar, desayuno y
comidas. La otra mitad una expo completa de vinos para mirar y llevar. Una
barra separadora de los dos grandes ambientes, la zona de degustación de las
distintas ofertas de vinos, sus gustos y varietales. Empleadas sommeliers
invitaban y explicaban los sabores, los aromas, sus valores y lo hacían en castellano,
inglés, portugués. Por supuesto que terminado el rito del sanitario, hicimos la
degustación y la compra de un botellín de tinto “carmenére” que lo
saborearíamos a la vuelta. Me pareció que el dueño del local tenía una visión estupenda
del negocio.
Valparaíso se nos presentó con las nubes bajas que no
esperábamos. En algunos momentos la llovizna nos obligaba a guarecernos debajo
de “algo”, que bien podía ser nuestro propio sombrero. El puerto no reconocimos
a medias ya que detrás de las coloniales fachadas se levantaban unos cubos de
cemento y vidrio que parecían que no tenían nada que ver con el lugar, teniendo
como fondo esa inolvidable postal que cada uno llevamos del cerro lleno de
caseríos de todas formas y colores. Un despampanante crucero, amarrado al
puerto, nos indicaba que cualquier lugar donde fuéramos estaría colapsado.
No hace falta indicar nada sobre esta ciudad puerto porque
es de todos conocida. Mucha gente recuerda la ciudad por los grandes incendios.
Tanto el de 2013 como el del año pasado. Este último segó vidas humanas y sus
llamas se arrastraron por lo menos por diez cerros de los tantos que
constituyen su ciudad. El mar, con su inmensa bahía que recordábamos haberla
visto de noche, toda iluminada. Al mar le sigue el puerto y sus bordes, luego
los centros marítimos comerciales y financieros y luego los cerros donde sus
habitantes desarrollan la vida cotidiana, con sus callecitas angostas, sus
elevadores del siglo XIX y la sede su congreso nacional.
Los cerros de Valparaíso poseen características
urbanas y sociales diferentes unos de otros. Tienen sus propias calles y
escaleras de acceso y muchos tuvieron o tienen el ascensor que los une al plan.
Están sus almacenes, sus agrupaciones, su vida comunitaria, en otras palabras,
son unidades reconocibles que conforman barrios e identidad. Una de estas instituciones claras son las de
los bomberos, que tienen sus propias identidades de origen, producto de la
llegada de los inmigrantes y su sentido solidarios: bomberos germanos,
estadounidenses, ingleses, irlandeses. Sus móviles conservan sus formas y logos identificatorios.
Una identidad tan fuerte que incluso ocurre que
gente de un determinado cerro conozca otro solo de nombre, o que los porteños
que viven en otros lugares de Chile o el extranjero se reconozcan entre sí por
el cerro del que provienen, más que por la propia ciudad. El 02 de julio de 200327 los 21 miembros del Comité Ejecutivo de la Unesco reunidos en París, decidieron declarar Patrimonio de la Humanidad al centro histórico del puerto de Valparaíso.
Subimos uno de los cerros para visitar “La Sebastiana”,
una de las casas de Neruda. Tal como lo dicho, colapsada por turistas (del
crucero). Sólo pudimos dar una vueltita. Nos quedó el regusto amargo de no
visitar las habitaciones de la casa y trasladarnos imaginariamente a las
vivencias de nuestro querido escritor. Bien ambientada y arquitectónicamente
presentada, su mirador es lo que nos permitió ver la bahía de Valparaíso, en un
momento en que las nubes nos hicieron una cordial ventana y nos permitieron
disfrutar esos momentos.
Viña del Mar tiene su costanera muy similar a la que vimos en nuestro viaje anterior, aún cuando se le adosaron miles de condominios y construcciones que la presentan como una verdadera joya para el turismo chileno e internacional. Recorrimos su costanera, almorzamos muy bien y nos sorprendieron con un postre exquisito (que compartimos con mi mujer).
La edificación, si bien resulta clásica, tiene
algunas excepciones que llegan hasta lo imaginariamente desopilante como
imponer una palmera de cuatro pisos en uno de esos raros edificios.
Para el museo de Viña del mar llegamos algo tarde
pero pudimos tomar contacto con el Moai que exhiben en el mismo. Una verdadera
joya documental que según me han dicho volverá a sus tierras de origen. El Moai.
Un testigo ,de no más de tres metros de altura, de la historia y la cultura de
la Isla de Pascua. Dicen que hay varios en Chile y una decena en Europa (lo
clásico de la depredación del arte). Solo que estos moais no parece que puedan
volver a instalarse en su tierra Rapa Nui. De simple belleza uno se hace muchas
preguntas sobre su pueblo. Pero este es otro tema y la corto aquí. Verlo en
este lugar ya es importante. De no ser así habría que trasladarse unos 3500 km
mar adentro hasta la isla de pascua para ver el resto de los Moais que
habitan allí. Por algo es también uno de
los símbolos de Chile.
Antes de regresar a Santiago pasamos por el
Parque Vergara donde se celebra el tradicional festival de la canción. La vieja
casona blanca que vimos una vez, radiante y viva, hoy se encuentra rodeada de
una emplizada con requebrajaduras evidentes y con claros signos de una
necesidad rápida de atención arquitectónica. Ningun cartel hablaba de su puesta
en valor. Sería lamentable su próxima caída. Los temblores son prácticamente
codigianos en esa zona del Pacífico. Aquella vieja Concha Acústica que vimos en
el 70 ahora se encuentra remmplazada por un moderno anfiteatro, que lo podrán
conocer en algún video de dicho festival.
De vuelta a nuestro alojamiento en Providencia,
encontramos una pizzería italiana (25 % off para llevar). Con nuestra
inseparable victorinox hicimos los cortes necesarios a la pizza "con frutti di mare" en la habitación del
hotel. Uds. sabrán con qué la acompañamos.
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