10/24/2018

Bitácora de viaje. Día 16. Estambul 1




Siempre tenía presente en un rincón de mi cerebro que lo que pintaba era el famoso “paisaje de Estambul”. Y como mi obra se basaba en una imagen hermosa ya existente y reconocida como tal por todo el mundo no me veía en la necesidad de plantearme por qué era bonita”. Así decía  Orhan Pamuk en su libro “Estambul”. Este autor fue  Premio Nobel de la Literatura en 2006.

Y como él, resulta difícil describir Estambul porque todos la conocen y todos saben que es bonita. Y eso lo sabíamos al llegar y visitarla. Pero no sabía por donde comenzar. Primero distinguir el “cuerno de oro” del estrecho del Bósforo y alcanzar a ver sus diversos puentes como distintos. ya que unos son occidentales (los del cuerno) y el resto pasan de oriente a occidente. Y todo resulta un paisaje hermoso y misterioso.


La llovizna de la mañana, al embarcarnos para realizar una navegación por el Bósforo hacía aún más misteriosa a la ciudad y la tornaba tan secreta como indescifrable. De todos modos, sumamente digna de ser amada. Al ritmo  de la danza de los siete velos nos llevaba a descubrirla, quitando los prejuicios o los comentarios, tan estereotipados que tenemos de lo que es una ciudad occidental, para poder entender y penetrar Estambul. Y eso la hace hermosa. O bonita como diría Pamuk. El estrecho sólo separa regiones de la misma nación. El Estambul Occidental de la parte oriental. Ambas orillas están unidas por dos puentes y un túnel de más de un kilómetro. Y el tránsito entre uno y otro lado es intenso. Al punto que ya piensan en un tercer puente.



Desde el año 330 con Constantino, Bizancio o Estambul es la capital del imperio romano de Oriente. Sede de los romanos y de los bizantinos hasta 1453 en que el imperio otomano la hace suya y aún está en poder de Turquía, aunque ahora en forma de  república. 


El propio Pamuk habla de que para los occidentales, fue el momento de la caída de Bizancio, en cambio para los orientales, era la conquista de Estambul. Un mismo hecho, dos miradas. Estratégicamente es importante al punto tal que Rusia ha intentado varias guerras para pisar el Mediterráneo y no lo ha logrado.


 Hoy los sistemas de alianzas o (de las que no lo son) generan un intrincado e incomprensible sistema  que hace de Turquía un lugar importante en la historia contemporánea.
La belleza de sus orillas es lo que ellas muestran, las murallas, las torres, las mezquitas siempre presentes y en determinados momentos el eco interminable de los imanes llamando a la oración desde los altavoces de los minaretes. Y por supuesto, la magnificencia de Santa Sofía, en la colina y a su lado, la mezquita azul  que presiden Estambul con su presencia, su belleza y su abigarrada concentración de visitantes de todo el mundo. El paisaje nos muestra las perlas de la corona de Estambul como son sus propios creaciones, la torre Gálata y el puente del mismo nombre, sobre el que pasan miles de personas por día y por debajo del mismo,  en los restaurante, nos encontramos con quienes también están dispuestos a probar la deliciosa (y picante) gastronomía turca.


Y allá Santa Sofía y la Mezquita azul y algunos minaretes de Topkapi se muestran impúdicas a la deliciosa y ávida mirada de los turistas. Como un verdadero símbolo de Estambul queremos llegar a ellas rápidamente y disfrutar de la emoción, llenarnos los ojos y la imaginación de miles de historias que nos han contado y que hemos leído.








Cuando desembarcamos de nuestro paseo náutico, lo hicimos muy cerquita del Bazar de las Especias. Aunque no lo supiéramos, lo sentíamos en el aire con ese olor tan perfumado de la mezcla de todas las especias en venta. Cientos de tiendas en corredores interminables muestran  que también junto a las especies están las frutas secas y las clásicas “delicias turcas” para llevar como souvenir de regreso a casa. 
Y también, hay tiendas de oro, joyerías, muebles, lámparas, telas y ropa en una tan inimaginable como diversa multitud de vendedores demandando la atención de los visitantes, esperando el momento especial y audaz  que va de las ganas de comprar y y el regateo del precio indicado. El trato se hace sentado y probando alguna exquisitez. Sacar un buen descuento es un triunfo que se festeja entre los amigos, salvo en aquel caso en que lo que se pagó  “barato” por algo, a la salida del mercado se encontraba con un precio aún más bajo. Suele pasar. No a nosotros.


Topkapi resultó salido de “Las mil y una noches”. Topkapi Saray o “El palacio de la puerta de los cañones” fue el centro administrativo por más de cuatrocientos años. Un entramado complejo de edificios unidos por jardines, ocupa una inmensa superficie rodeada de murallas. Increíbles las distintas salas. Así como en la cultura islámica en los lugares sagrados no hay figuras ni de animales ni de humanos, tampoco  quedan “espacios vacíos”. 

Todo es cubierto por ese filigranado que aprendimos a denominar “arabesco” pero que lo hacen con tanta gracia y elegancia en distintos formatos; en pintura, en estucos, en vidrio, en cerámica, y también con la utilización de oro y plata. Nada queda sin rendir homenaje a la abundancia. 
La sala de armas por si misma tiene un valor por lo que se exhibe, aunque parezcan tomadas de las películas. Y son reales. Dentro de esta colección, se pueden destacar diferentes armas ornamentadas provenientes de regalos de otros monarcas extranjeros como señal de respeto hacia los sultanes. Destacan diferentes dagas, puñales, escudos, hachas y espadas de construcción inimaginable.



Las distintas salas del harén, o de las tumbas de los sultanes exigen mostrar el asombro y la admiración. Casi al final de la tarde ya no quedaban ganas de seguir adelante. Mojados, por la llovizna de todo el día, llegamos al hotel. El Gran Cedahir. Sin alcohol. Una humilde pizza sin cerveza fue una lástima. Pero fue nuestra cena.

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