“Siempre tenía presente
en un rincón de mi cerebro que lo que pintaba era el famoso “paisaje de
Estambul”. Y como mi obra se basaba en una imagen hermosa ya existente y
reconocida como tal por todo el mundo no me veía en la necesidad de plantearme
por qué era bonita”. Así decía Orhan Pamuk en su libro “Estambul”.
Este autor fue Premio Nobel de la
Literatura en 2006.
Y como él, resulta difícil describir Estambul porque todos la
conocen y todos saben que es bonita. Y eso lo sabíamos al llegar y visitarla.
Pero no sabía por donde comenzar. Primero distinguir el “cuerno de oro” del estrecho
del Bósforo y alcanzar a ver sus diversos puentes como distintos. ya que
unos son occidentales (los del cuerno) y el resto pasan de oriente a occidente.
Y todo resulta un paisaje hermoso y misterioso.
La llovizna de la mañana, al embarcarnos para realizar una
navegación por el Bósforo hacía aún más misteriosa a la ciudad y la tornaba tan
secreta como indescifrable. De todos modos, sumamente digna de ser amada. Al
ritmo de la danza de los siete velos nos
llevaba a descubrirla, quitando los prejuicios o los comentarios, tan
estereotipados que tenemos de lo que es una ciudad occidental, para poder
entender y penetrar Estambul. Y eso la hace hermosa. O bonita como diría Pamuk. El estrecho sólo separa regiones de la
misma nación. El Estambul Occidental de la parte oriental. Ambas orillas están
unidas por dos puentes y un túnel de más de un kilómetro. Y el tránsito entre
uno y otro lado es intenso. Al punto que ya piensan en un tercer puente.
Desde el año 330 con Constantino, Bizancio o Estambul es la
capital del imperio romano de Oriente. Sede de los romanos y de los bizantinos
hasta 1453 en que el imperio otomano la hace suya y aún está en poder de
Turquía, aunque ahora en forma de
república.
El propio Pamuk habla de que para los occidentales, fue el
momento de la caída de Bizancio, en cambio para los orientales, era la
conquista de Estambul. Un mismo hecho, dos miradas. Estratégicamente es importante
al punto tal que Rusia ha intentado varias guerras para pisar el Mediterráneo y
no lo ha logrado.
Hoy los sistemas de alianzas o (de las que no lo son) generan
un intrincado e incomprensible sistema
que hace de Turquía un lugar importante en la historia contemporánea.
La belleza de sus orillas es lo que ellas muestran, las
murallas, las torres, las mezquitas siempre presentes y en determinados
momentos el eco interminable de los imanes llamando a la oración desde los
altavoces de los minaretes. Y por supuesto, la magnificencia de Santa Sofía, en
la colina y a su lado, la mezquita azul que presiden Estambul con su presencia, su
belleza y su abigarrada concentración de visitantes de todo el mundo. El
paisaje nos muestra las perlas de la corona de Estambul como son sus propios
creaciones, la torre Gálata y el puente del mismo nombre, sobre el que pasan
miles de personas por día y por debajo del mismo, en los restaurante, nos encontramos con
quienes también están dispuestos a probar la deliciosa (y picante) gastronomía
turca.
Y allá Santa Sofía y la Mezquita azul y algunos minaretes de
Topkapi se muestran impúdicas a la deliciosa y ávida mirada de los turistas.
Como un verdadero símbolo de Estambul queremos llegar a ellas rápidamente y
disfrutar de la emoción, llenarnos los ojos y la imaginación de miles de
historias que nos han contado y que hemos leído.
Cuando desembarcamos de nuestro paseo náutico, lo hicimos muy
cerquita del Bazar de las Especias.
Aunque no lo supiéramos, lo sentíamos en el aire con ese olor tan perfumado de
la mezcla de todas las especias en venta. Cientos de tiendas en corredores
interminables muestran que también junto
a las especies están las frutas secas y las clásicas “delicias turcas” para
llevar como souvenir de regreso a casa.
Y también, hay tiendas de oro,
joyerías, muebles, lámparas, telas y ropa en una tan inimaginable como diversa
multitud de vendedores demandando la atención de los visitantes, esperando el
momento especial y audaz que va de las
ganas de comprar y y el regateo del precio indicado. El trato se hace sentado y
probando alguna exquisitez. Sacar un buen descuento es un triunfo que se
festeja entre los amigos, salvo en aquel caso en que lo que se pagó “barato” por algo, a la salida del mercado se
encontraba con un precio aún más bajo. Suele pasar. No a nosotros.
Topkapi resultó salido de “Las
mil y una noches”. Topkapi Saray o “El palacio de la puerta de los cañones”
fue el centro administrativo por más de cuatrocientos años. Un entramado
complejo de edificios unidos por jardines, ocupa una inmensa superficie rodeada
de murallas. Increíbles las distintas salas. Así como en la cultura islámica en
los lugares sagrados no hay figuras ni de animales ni de humanos, tampoco quedan “espacios vacíos”.
Todo es cubierto por
ese filigranado que aprendimos a denominar “arabesco” pero que lo hacen con
tanta gracia y elegancia en distintos formatos; en pintura, en estucos, en
vidrio, en cerámica, y también con la utilización de oro y plata. Nada queda
sin rendir homenaje a la abundancia.
La sala de armas por si misma tiene un
valor por lo que se exhibe, aunque parezcan tomadas de las películas. Y son
reales. Dentro de esta colección, se pueden destacar diferentes armas
ornamentadas provenientes de regalos de otros monarcas extranjeros como señal
de respeto hacia los sultanes. Destacan diferentes dagas, puñales, escudos,
hachas y espadas de construcción inimaginable.
Las distintas salas del harén, o de las tumbas de los
sultanes exigen mostrar el asombro y la admiración. Casi al final de la tarde
ya no quedaban ganas de seguir adelante. Mojados, por la llovizna de todo el
día, llegamos al hotel. El Gran Cedahir. Sin alcohol. Una humilde pizza sin
cerveza fue una lástima. Pero fue nuestra cena.
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