7/30/2019

Día 15. Hacia Moscú












La noche anterior de partir hacia Moscú tuvimos una agradable sorpresa durante la cena. En conjunto de danzas nos agasajó con sus cantos y sus bailes folklóricos, Realmente el colorido de sus trajes, los instrumentos musicales, incluyendo la balalaika y el pandero nos permitió asombrarnos. No entendimos la letra pero el tipo de danzas y el movimiento de sus cuerpos y sus rostros nos ayudó a entender que se trataban de canciones de amor, de hidalguía, de picaresca, de seducción. Realmente, nuestro acompañamiento de palmas y la alegría de todos fue una excelente respuesta para este generoso grupo de danzas.



Partimos temprano con destino Moscú. No eran muchos kilómetros pero seguiríamos rodeando el anillo de oro. Suzdal es una ciudad pequeña y encantadora. Cruzamos varias veces su puente sobre el río llamado Kamenka que nos trae a los alemanes del Volga reminiscencias de una aldea en la Bergseite del  mismo río.
Pequeño con sus torres multicolores y acebolladas, muchas doradas, hizo que esta ciudad quede como el centro de esta hermosa visita. Me he permitido tomar una fotografía ajena para mostrar como sería la ciudad en invierno. Hermosa, con glamour y con mucha historia.


















Desde allí y volviendo a cruzar nuevamente el Kamenka nos dirigimos hacia  Vladimir. Esta ciudad es más grande, de casi 300.000 habitantes con mucha actividad (tejidos, fruta enlatada, productos químicos, instrumentos de precisión y autopartes). Y, siendo parte del anillo de oro, tiene también sus edificios religiosos medievales que valen la pena visitarlos. Así fuimos por la Catedral de San Demetrio, la puerta dorada y otros más. 

También este conjunto forma parte del Patrimonio de la humanidad. Es de destacar la puerta dorada, hecha con oro y calentada con mercurio lo que le da una tersura y una vista muy particular. Por supuesto nadie sobrevivía a este tipo de técnicas de trabajo. Sólo la belleza del producto terminado.
Tanto los grabados de los iconostasios, los marcos de los tronos y los frescos en las paredes y cielorrasos hacen que uno se deslumbre con tanto trabajo. Es cierto que han sido recuperados, pero la labor realizada es extremadamente delicada y con excelente terminación.


Cerrando el anillo de oro, llegamos a la conclusión de que “es oro todo lo que reluce” y que el pueblo ruso ha puesto en ello su esfuerzo y sacrificio, Bien vale el reconocimiento.





Terminada esta etapa nos dirigimos a Moscú con la idea de llegar a la tardecita. Poco a poco el tránsito de ingreso a la capital fue haciéndose más lento. Era un viernes y mucha gente salía hacia el campo, hacia sus “Dachas” para pasar el fin de semana. La llovizna nos venia acompañando en los últimos tres días  y el pronóstico era de que se iba a mantener.  Sin embargo el moscovita iba a su casa de campo para descansar, jardín, huerto, vodka y sauna eran sus objetivos. Totalmente inversos a los nuestros que ingresábamos a una enorme ciudad con ideas de conocer sus cosas, ver su gente. Su ciudad.,


Y a medida que hacíamos nuestro ingreso a Moscú, percibiamos ese eclecticismo de una ciudad inmensa y compleja. Conviven sus historias de monarquías zaristas, del socialismo soviético y ahora de un capitalismo difícil de precisar. Las grandes urbanizaciones contrastan con la edificación moderna que ha comenzado a aparecer en los últimos treinta años de la mano del “mundo capitalista” que no quiso quedarse fuera,  a la caída del muro. 


Y con ellos conviven el viejo Kremlin y las iglesias ortodoxas entre ellas el ícono de Moscú que es San Basilio.
Nuestra llegada al hotel mostró un mundo distinto. Al lado de unas de la estaciones del metro y junto al río Moscova nuestro hotel y en el frente, un gran shopping nos mostraba palmariamente que habíamos ingresado en el siglo 21 de total tinte capitalista. A ese shopping fuimos a comprar por lo menos un paraguas. Y por supuesto, demoramos bastante hasta encontrar uno.  
La lluvia no paraba y no lo iba a hacer en los dos próximos días. Lo segundo, fue cenar algo caliente. Terminamos como siempre en un restaurante italiano comiendo unas apetitosas pastas. Esta vez dividimos; mi mujer siguió fiel a su copa de vino blanco y yo me incliné por una pinta de cerveza rubia.



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