Este Nombre se le ha dado a un circuito de cuatro ciudades
medievales (S. XII) a menos de 100 km de Moscú y que resultan fundacionales
para toda la vida histórica política y religiosa de Rusia. Política por cuanto
han nacido y vivido algunos zares, otros han intervenido en ellas en tiempos
posteriores como Catalina la Grande. Pero lo que resulta más importante es que
la fundación de la iglesia ortodoxa rusa tiene su base en esta región y donde
se encuentran , en su mayoría,
perfectamente conservados los más importantes testimonios de sus Monasterios y sus Catedrales. En forma individual, algunas de estas han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad y es en donde no se cumple aquel famoso dicho. Aquí es “oro todo lo que reluce”. De las ocho o nueve ciudades hemos recorrido sólo cuatro. En alguna de ellas nos hemos remojado con la lluvia pero no hemos renegado de haberlo hecho, ya que la magnificencia de estos monumentos históricos y fuentes de la religiosidad rusa nos han impactado sobremanera. Ni las luchas internas del soviet a partir de la revolución del 17 ni la invasión nazi en 1941 llegaron a destruirlas, aunque es importante decirlo, durante la etapa stalinista no fueron precisamente bien cuidados, sino mas bien descuidados: echados sus monjes, abandonados los monasterios y los templos dedicados a otros fines. Con el “glasnot” y la “caída del muro de Berlin” la Rusia moderna se encargó de pasar todos estos bienes a sus respectivas iglesias y ellas se han encargado de su reciclado en la mayoría de ellas. Otras esperan turno.
Como todos los días nuestra salida fue tempranera para recorrer
esos caminos de bosques y de lagos que nos fueron llevando a un itinerario
sorpresivo. La ciudad de Klin donde se encuentra la casa de Piet Tchaikowski,
actualmente un museo. Vivió hasta sum uerte en 1895 Cómo no recordar la música
del lago de los cisnes, el Cascanueces o
la la Obertura 1812, donde narra el triunfo de Rusia sobre Napoleón, verdadera
anticipación de la derrota de los nazis en esa Rusia invernal que no pudieron
soportar. Los compases de la marsellesa
perdiéndose en el fondo musical cuando aparecen los sonidos de los cañones y el
himno conocido de Dios salve a los
zares. Se te ponen los pelos de punto. Para quienes no la escucharon, bien vale la pena animarse. Eso de ir demasiado temprano nos sorprendió:
estaba cerrado. De modo que , unas fotos y seguir adelante.
El monasterio de la Trinidad y San Sergio en la ciudad de Sérguiev Posad es un importante monasterio ruso y centro
espiritual de la iglesia ortodoxa rusa. Se encuentra a unos 70 kilómetros al noreste de
Actualmente alberga a unos 300 monjes. Según la Unesco, que lo declaró Patrimonio de la Humanidad en 1993, se trata de «un
buen ejemplo de monasterio ortodoxo en funcionamiento, con sus rasgos de época
de los siglos XV a partir del que se
desarrolla. El conjunto
arquitectónico y artístico del monasterio tiene valor excepcional. Es una obra
maestra, y un modelo de la arquitectura temprana moscovita – la catedral de la
Trinidad, de piedra blanca, construida de 1422 a 1425. Andrei Rubliov y los
pintores de su escuela pincelaron las pinturas del iconostasio y las pinturas murales cuyos pequeños
fragmentos se han conservado hasta hoy.
También pasamos por una ciudad
Alekshandrov, con su Kremlin, construido por Iván el Terrible.
Mas tarde llegamos a la ciudad de
Suzdal. Es increíble. No tiene más que 10.000 habitantes pero mantiene una
estructura religiosa en la que existen má de 30 iglesias y monasterios,
justamente de la misma época a partir del S. XII. Nuestra primer mirada fue a
conocer el Museo de Arquitectura de Madera
donde pudimos recorrer, bajo una persistente llovizna, el modo como construían
sus casas tanto los campesinos como los nobles de la comarca. Casi me animaría
a decir, que encontramos en estas construcciones, algunos testimonios que
existen también en la zona del Volga, donde arribaron a partir de 1763 los
alemanes para colonizar la tierra y también formas parecidas de construcción
que llevaron a Argentina. El vestíbulo al costado, la distribución de las
habitaciones y su Nuschnik al fondo del patio. La noria para el molino y el
pozo de agua nos resultan conocidos. En esta ciudad también nos encontramos con
el Kremlin o fortaleza, un gran talud de tierra que defendía las casas reales y
las instituciones religiosas.
Visitar la catedral de la Natividad fue importante y realmente
marcó el centro de la vida religiosa durante el Medievo.
Posteriormente pasamos por el
Monasterio del Salvador y san Eufimio, que es un complejo de viviendas,
iglesias y claustros. En momentos de la crisis de la segunda guerra fue utilizado
como prisión. Tuvimos la suerte de escuchar musica coral dentro de la catedral
y luego un concierto de campanas con el carrillón que se encuentra al lado. Una
verdadera belleza. El carrillón no es automático sino que la música es
interpretada por un maestro de las escuelas del monasterio. Existen también
talleres de iconostasios, cursos de teología y música.
Antes de retirarnos de Suzdal tuvimos una clase taller para
la construcción y pintado de Matrioskas. Cada uno de nosotros, sentado frente a
una matrioska debimos hacer el esfuerzo simpático de colorearlas. Hubo de todo,
Verdaderos pintores y algunos mamarracheros entre los que me incluía. Las
maestras pintoras rusas nos dieron una mano con su simpatía y buen humor.
Claro, al final debíamos consumir los souvenir que en el local se vendían y que
eran de excelente calidad. Cómo no comprar una Matrioska. Si ya en la tapa de
uno de mis libros figuraba una de ellas y el significado profundo estaba en su
interior:
“. Al final
del viaje y ya cuando debía
marcharse hacia el aeropuerto, Gertrud lo acompañó al Hostel a buscar sus mochilas, abonar el servicio y cuando lo acercó al metro que lo llevaría al Aeropuerto, le dejó un pequeño regalo.
– Es una
matrioska. Tú sabes lo que es. Muy colorida como nos gusta a nosotros. Siempre
hay algo más dentro de la que ves y así sucesivamente. Es un regalo ideal para
un historiador. En cada historia siempre encontrarás otra. No te he traído de
las más grandes porque no tienes espacio en tu mochila. Pero hay siete muñecas
rusas en este presente. Espero me recuerdes siempre.
Desenvolvió
el regalo y se asombró del colorido y de la belleza de la matrioska que tenía
en sus manos. Abrió una de las muñecas y se encontró con otra, totalmente
distinta en coloración y detalles.
– Y así una y otra
hasta el final – le aclaraba Gertrud con su
infaltable sonrisa.” (De Las Flores del Almendro, de Horacio Agustin Walter, La
Plata, 2014).
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