11/05/2019

Paseo por las Aldeas Volguenses. Día 1. I Parte.




Pensar, imaginar, proyectar y hacer un paseo por las Aldeas de nuestros antepasados volguenses  es un viaje a las raíces y al origen de nuestra comunidad. Recuperar el largo proceso de la decisión y la acción de emigrar hacia otros lugares donde vivir feliz fuera posible. O simplemente, donde vivir en paz. Y también hacerlo dos veces. Una, desde la actual Alemania a Rusia y otra, desde Rusia a nuestra Argentina. En esta reflexión hay historias, lugares, aldeas, espacios, familias y siempre
personas.

Por eso este viaje hacia el corazón de las aldeas volguenses es también un paseo hacia el “adentro de nosotros mismos” donde nos vemos reflejados en las cosas que hicimos y que hacemos a través de lo que han hecho nuestros padres y madres, nuestros abuelas y abuelas, y también aquellos que estuvieron antes de los que pudimos alcanzar a conocer. Este viaje hacia adentro nos retrotrae a los valores, al trabajo, a la fe, a la fuerza. Y también a las ganas que nos da de que ahora lo pudiéramos hacer todos igual, con los mismos valores, el mismo esfuerzo y trabajo, y con la misma fe y nos seguimos preguntando si lo hiciéramos asi, tal vez, podríamos ser mejores.

Y asi fueron transcurriendo los kilómetros desde el punto de encuentro inicial en La Plata, el segundo punto en Buenos Aires donde compusimos un grupo de personas que a lo largo del viaje nos transformaríamos en compañeros y en amigos. Porque se trataba, justamente de eso, de viajar hacia el adentro de nosotros mismos.




Los casi quinientos kilómetros fueron  mostrando las expectativas, explícitas o calladas de cada uno, esquivando lluvias y deseando ignorar pronósticos húmedos o de chaparrones. Nada de eso sucedió en el primer día. Llegamos a Aldea Protestante donde comenzamos a sentir el “espíritu volguense” expresado a través del silencio siestero de la Aldea. No obstante, la alegría se expresó en el Templo Protestante donde nos hablaron de su modo de ser, de sus ganas y de su fe y donde los niños expresaron su candor y su alegría a través de una hermosa canción de lo que podríamos ser si nos tratáramos todos como hermanos.


Las largas horas de viaje crearon la necesidad de una picadita la que se hizo efectiva con un hospitalario y caliente café en “la
Alemanita”, lugar de producción de dulces, quesos y sabers exquisitos, donde degustamos de la clásica mermelada de arándanos hasta el gustoso Kraut Pirok junto a unos trocitos de queso y salame con pan casero. La alemanita es una empresa familiar dedicada a la elaboración de dulces artesanales. Actualmente se elaboran alrededor de 20 tipos de dulces. Entre ellos: higo, mamón, zapallo, frutilla, dulce de leche, manzana, durazno, pera, ciruela y otros. Gracias Noelia y Patricio Schultz.


Una vuelta por la aldea nos permitió revivir la historia que nos dejaron algunas casas familiares antiguas con resabios volguenses y con el
recuerdo de su creación a través de esa calle ancha y larga con la que se caracterizan todas nuestras aldeas. Hemos conocido su cementerio y su plaza en donde se exhiben con orgullo sus antiguas maquinarias agrícolas y el “carro ruso” en el que tantas generaciones han utilizado para surcar los senderos de esta tierra.






A pocos kilómetros llegamos a la Aldea Valle María. Alli nos esperaban  Daniel Asselborn y Dario Wendler para darnos la bienvenida y acompañarnos en nuestra visita por la Aldea. El primer paso fue una breve explicación del sentido de la migración volguense y de la importancia que siempre tuvo tanto la fe como la educación. Una recorrida por la iglesia y la observación de la magnífica pintura en el ábside del altar nos conmocionó profundamente. A unos pasos del templo nos encontramos con el museo de la aldea donde en forma temática está desplegada una humilde vivienda de los inmigrantes volguenses, con toda su historia burocrática de obligarlos a vivir separados, hasta la decisión con pruebas forzadas de vivir juntos, aunque sea en “vizcacheras”, hasta que al final, el gobierno permitió que vivieran en la aldea y trabajaran en el campo, cosa que ha sucedido en lo totalidad de las aldeas volguenses en Entre Ríos y en las colonias bonaerenses. La delicada puesta en escena de la vida cotidiana hace que el museo sea una recreación didáctica para los visitantes de la vida y de las costumbres de los primeros colonos llegados de Rusia.


Una parada en la Biblioteca del Centro de Alemanes  Libres de Valle María significó la entrega por parte del Centro Wolgadeutsche representados por su Horacio Walter y Juan Carlos Scheigel Huck, Presidente y Vice,  del mismo, quienes realizaron una donación de libros vinculados a la  historia y cultura de la comunidad volguense, asi como también de autores de la comunidad. La recepción por parte de Dani Asselborn de los libros y una breve descripción del quehacer de la Institución a favor de la Aldea se cerró con una degustación de la clásica Wiwwel Kuchen. Antes de dejar Valle María visitamos su cementerio. Justo en el Día de todos los difuntos el cementerio lucía con sus tumbas cubiertas de flores, natural respuesta de los familiares ante sus queridos difuntos. El cementerio es parte de la vida comunitaria de los alemanes del Volga. Es parte de la vida, no sólo a través de la memoria sino de la presencia física. Al punto de que cuando alguien dejará el pueblo para dirigirse a otro lado, la visita a sus ancestros enterrados en el cementerio es obligatoria para realizar su despedida.


Y mañana la seguimos.

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