Pensar,
imaginar, proyectar y hacer un paseo por las Aldeas de nuestros antepasados
volguenses es un viaje a las raíces y al
origen de nuestra comunidad. Recuperar el largo proceso de la decisión y la
acción de emigrar hacia otros lugares donde vivir feliz fuera posible. O
simplemente, donde vivir en paz. Y también hacerlo dos veces. Una, desde la
actual Alemania a Rusia y otra, desde Rusia a nuestra Argentina. En esta
reflexión hay historias, lugares, aldeas, espacios, familias y siempre
personas.
personas.
Por
eso este viaje hacia el corazón de las aldeas volguenses es también un paseo hacia el “adentro de nosotros mismos” donde nos vemos reflejados en las cosas que hicimos y que hacemos a través de lo que han hecho nuestros padres y madres, nuestros abuelas y abuelas, y también aquellos que estuvieron antes de los que pudimos alcanzar a conocer. Este viaje hacia adentro nos retrotrae a
los valores, al trabajo, a la fe, a la fuerza. Y también a las ganas que nos da de que ahora lo pudiéramos hacer todos igual, con los mismos valores, el mismo
esfuerzo y trabajo, y con la misma fe y nos seguimos preguntando si lo hiciéramos asi, tal vez, podríamos ser mejores.
Y asi fueron transcurriendo los kilómetros desde el punto de
encuentro inicial en La Plata, el segundo punto en Buenos Aires donde
compusimos un grupo de personas que a lo largo del viaje nos transformaríamos
en compañeros y en amigos. Porque se trataba, justamente de eso, de viajar
hacia el adentro de nosotros mismos.
Los casi quinientos kilómetros fueron mostrando las expectativas, explícitas o calladas de cada uno, esquivando lluvias y deseando ignorar pronósticos húmedos o de chaparrones. Nada de eso sucedió en el primer día. Llegamos a Aldea Protestante donde comenzamos a sentir el “espíritu volguense” expresado a través del silencio siestero de la Aldea. No obstante, la alegría se expresó en el Templo Protestante donde nos hablaron de su modo de ser, de sus ganas y de su fe y donde los niños expresaron su candor y su alegría a través de una hermosa canción de lo que podríamos ser si nos tratáramos todos como hermanos.
Las largas horas de viaje crearon la necesidad de una picadita la que se hizo efectiva con un hospitalario y caliente café en “la
Alemanita”, lugar de producción de dulces, quesos y sabers exquisitos, donde
degustamos de la clásica mermelada de arándanos hasta el gustoso Kraut Pirok
junto a unos trocitos de queso y salame con pan casero. La alemanita es una
empresa familiar dedicada a la elaboración de dulces artesanales. Actualmente se elaboran alrededor de 20 tipos de dulces. Entre ellos: higo, mamón, zapallo,
frutilla, dulce de leche, manzana, durazno, pera, ciruela y otros. Gracias
Noelia y Patricio Schultz.
Una vuelta por la aldea nos permitió revivir la historia que nos dejaron algunas casas familiares antiguas con resabios volguenses y con el
recuerdo de su creación a través de esa calle ancha y larga con la que se caracterizan todas nuestras aldeas. Hemos conocido su cementerio y su plaza en donde se exhiben con orgullo sus antiguas maquinarias agrícolas y el “carro
ruso” en el que tantas generaciones han utilizado para surcar los senderos de
esta tierra.
A pocos kilómetros llegamos a la Aldea Valle María. Alli nos
esperaban Daniel Asselborn y Dario
Wendler para darnos la bienvenida y acompañarnos en nuestra visita por la
Aldea. El primer paso fue una breve explicación del sentido de la migración
volguense y de la importancia que siempre tuvo tanto la fe como la educación.
Una recorrida por la iglesia y la observación de la magnífica pintura en el
ábside del altar nos conmocionó profundamente. A unos pasos del templo nos
encontramos con el museo de la aldea donde en forma temática está desplegada
una humilde vivienda de los inmigrantes volguenses, con toda su historia
burocrática de obligarlos a vivir separados, hasta la decisión con pruebas
forzadas de vivir juntos, aunque sea en “vizcacheras”, hasta que al final, el
gobierno permitió que vivieran en la aldea y trabajaran en el campo, cosa que
ha sucedido en lo totalidad de las aldeas volguenses en Entre Ríos y en las
colonias bonaerenses. La delicada puesta en escena de la vida cotidiana hace
que el museo sea una recreación didáctica para los visitantes de la vida y de
las costumbres de los primeros colonos llegados de Rusia.
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