En primer lugar es una ciudad de los mil y un escudos. Y tienen sus razones. Una vez realizada la reconquista el reino necesitó repoblar las zonas reconquistadas y trajo entonces a toda su nobleza, con sus blasones y sus miserias al punto que mientras no peleaban contra el moro lo hacía entre si, levantando dentro de la ciudad amurallada, torres defensivas cada vez mas altas. Hasta que desde el reino vino la orden de parar, de recortar sus torres y comenzar a vivir de otro modo. Quedó una, la de los mayores privilegios, el capitán que tenía la responsabilidad del orden de la ciudad.
También es una ciudad compartida. La catedral es del obispado de Cáceres y Soria, la Universidad de Extremadura es de Cáceres y Badajoz.
De todos modos, la ciudad tiene su encanto y vale la pena recorrerla. Lo hicimos con todos los vecinos fuera de sus casas ya que era día de fiesta, al punto tal que no conseguimos mesas para almorzar y debimos partir para Madrid con un pequeño montadito con una cañita como tenteenpie y que nos debería durar hasta la próxima parada.
Y así concluye este primera etapa de catorce días. Como conclusión, hubiéramos necesitado otros tantos días para mirar y remirar, recordar y revivir cada una de todas las experiencias vividas. Te adentrás por esa España histórica y te encontrás con que te gusta, que está toda bien conservada, que la gente tiene su orgullo por vivir y conservar las cosas que tiene. Incluida la crisis.
Casi al atarceder fuimos llegando a Madrid. A reacomodar las maletas porque a la mañana siguiente habría que volar hacia Barcelona, la segunda etapa de nuestro viaje. Y así con esas reflexiones fuimos dejando a Castilla, sola con sus castillos en los cerros y con el recuerdo de aquella canción:
Castillo de Maqueda |
Los castillos se quedaron solos,
sin princesas ni caballeros.
Solos a la orilla de un río,
vestidos de musgo y silencio.
A las ventanas suben
los pájaros muertos de miedo.
Espían salones vacíos,
abandonados terciopelos.
Ciegas sueñan las armaduras
el más sutil de los sueños.
Reposan de largas batallas,
se miran en libros de cuentos.
Los dragones y las alimañas
no los defendieron del tiempo.
Y los castillos están solos,
tristes de sombras y misterios.
sin princesas ni caballeros.
Solos a la orilla de un río,
vestidos de musgo y silencio.
A las ventanas suben
los pájaros muertos de miedo.
Espían salones vacíos,
abandonados terciopelos.
Ciegas sueñan las armaduras
el más sutil de los sueños.
Reposan de largas batallas,
se miran en libros de cuentos.
Los dragones y las alimañas
no los defendieron del tiempo.
Y los castillos están solos,
tristes de sombras y misterios.
María Elena Walsh
No hay comentarios:
Publicar un comentario