Por
la mañana y antes de salir para Salzburgo nos dimos cuenta que había llovido. Y
para tranquilidad nuestra, nos prometían un día de sol. De modo que nos
dirigimos a la Haupbanhof de München y tomamos el tren. Billetes sacados con
anterioridad, andén asignado, asientos numerados, tren confortable, a horario.
Uno está desacostumbrado a estas cosas pero se acostumbra fácilmente. En una
hora y algo llegamos a la Haupbanhof de Salzburg y de ahí al hotel. Rápido
Check inn, y en quince minutos todos en la puerta para rumbear hacia el centro
histórico. Si bien salimos a eso de las doce, la tranquilidad del domingo se
notaba en todas partes. Comercios cerrados, comenzaban a aparecer las mesitas
de las terrazas y de algunos bares y nosotros, dale que dale, zu fuß hasta llegar al río. A partir de
ahí tendríamos el centro histórico y a disfrutarlo. Teníamos pocas horas ya que
mañana volveríamos a tomar el tren, esta vez para Praga. Ahora, bien, el
desayuno a las 7 de la mañana y nada en el camino, hizo que nos pidiéramos una omelette con una botella de agua
(carísima!) y salimos para la fortaleza. Nuestra idea era subir y a medida que
bajábamos iríamos conociendo, hasta que las piernas nos pidieran un rato de
pausa.
Subimos
a la fortaleza en funicular y desde allí pudimos apreciar la panorámica de la
ciudad y sus alrededores. El Río Salzach bastante crecidito, les había dado un
susto hace un par de semanas porque en algunas partes se había desbordado.
Todo
tiene que ver con todo. Salzburgo era la ciudad de la sal. Estaba en el camino
de los ríos comerciales donde los feriantes transportaban sus mercancías para
comerciar. Ya desde el S. VIII. Rodeada de montañas, el lugar parece
paradisíaco. Todavía se siguen encontrando restos de poblaciones anteriores por
lo que si tendríamos que datar a la ciudad la llevaríamos a los primeros siglos
antes de Cristo (seguro romanos y probablemente celtas), tarea que hoy no vamos
a seguir.
La
fortaleza de los Hohensalzburg se encuentra muy bien conservada. Se comenzó a
construirla en el año 1000 y cada uno de los que siguieron la construcción les
fueron agregando torres, bastiones, muros y trincheras. Para subir (y bajar) lo
hicimos en el funicular. Arriba, no sólo hay terrazas para encontrarse y
almorzar o tomarse una fresca cerveza, sino también hay museos y lugares para
conocer. Videos sobre la historia de la construcción de la fortaleza, parte del
museo de los títeres, verdaderas escenografías y muñecos antiguos.
Al
bajar nos esperaba la Alte Stadt (la ciudad vieja) con sus múltiples iglesias y
monasterios (quieren que les hable de los reyes y las familias y sucesiones?.
No. Está bien. Entonces seguimos) y también el cementerio.
Nos
preguntaron si hicimos la ruta de la Novicia Rebelde. Creo que no. No fuimos ni
por los montes ni los bosques y no encontramos el castillo de Von Trapp. Si
pasamos por el Cementerio, las Catacumbas y por la pérgola hermosa que hay en el jardín
Mirabellum. Por supuesto, que en nuestros oídos resonaba la música y las
canciones, de la Familia Trapp y en la
voz de Julie Andrews. Pero resonaban mucho más las armonías de Mozar, su
sinfonía nº 40, su concierto nº 21, entre las que uno es capaz de canturrear
bajo la ducha. Aquí estábamos en su propia casa. Donde nació y donde vivió. Y
si uno imagina la época, no tiene más remedio que pensar en los trajes de
brocato, calzas ajustadas en los hombres y seda con pañuelos en el cuello y
pelucas blanqueadas. Y las mujeres con sus vestidos de primer vals.
En fin, la
imaginación se te va a cada momento. La oferta de conciertos era infinita para
esa noche. Lo estábamos dejando para más adelante (Bach, Mozar, Hayd,
barroco, en las iglesias y monasterios).
Realmente, para quedarse y disfrutar como un verdadero “dilettanti”. Lastima, ya que de acuerdo con nuestras tarjetas solo
certificábamos para “turista clásico” (joggin, remerita, zapatillas, y alguna
gorra para el sol).
La
tarde se nos vino rápidamente encima. La catedral nos llamó la atención. Fuera
del gótico germano nos encontramos con un neorenacentismo italiano, mas tirando
al barroco. Es una iglesia antigua y hermosa. Levemente destruida en la guerra
la reconstruyeron casi veinte años después.
A un
costado se encuentra el Monasterio de Nonnenberg o Abadía de San Pedro (Benediktinenstift Nonnberg. Es una edificación
sumamente grande. La iglesia dedicada a la Virgen María (Kirche Mariae
Himmelfahrt) se inició bajo un estilo gótico terminando en un estilo barroco muy
local.
Y aquí en Austria comenzamos a ver las famosas
Mozartkuguel o bolas de Mozart que se venden en todos lados, supermercados,
kioscos, casas de regalo y también en los locales de marcas (bolita de mazapán
con pistacho y nueces y bañada en chocolate negro). Las probamos? Si. Una
delicia!
Casi cerca de las 9 de la noche nos mirábamos entre
nosotros y dirigíamos nuestra mirada no a la meca, sino a donde presuntamente
estaba nuestro hotel. Sin hablar mucho y despacio nos dirigimos a él. Zu fuß
con las últimas fuerzas de las piernas, fuerzas que recuperamos en un restó
italiano que – aunque con mucho calor en el local - pudimos comer algunas de las delicias
(penne rigate, algún risotto y unos espléndidos spaguetti con fungi)
acompañadas por unas merecidas y frescas cervezas. Salvo mi mujer que pidió un
Rotwein de la región. Le gustó!
Ya era tarde. Sin tiempo de desarmar las maletas, ya
que, al día siguiente, luego del desayuno, partiríamos nach Praha.
Bis Morgens!
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