A las cinco de la mañana de ayer nos esperaba la van que
habíamos contratado por internet antes de salir de Argentina para sacarnos del
hotel y llevarnos al Aeropuerto. Impresionante la cantidad de gente que a esa
hora ya estaba a punto de viajar y muchos de ellos – como nosotros – a
Barcelona. Si bien estaba lloviendo (nos llevábamos el sol a España) el viaje
fue bueno y llegamos temprano a nuestro nuevo destino.
Barcelona estaba en nuestro itinerario por el síndrome del
“ya que estáaaa”. De modo que. Aquí estamos. Por la tarde a eso de las tres de
la tarde nos encontramos en nuestro primer punto de visita: la Sagrada
familia. Hicimos la cola correspondiente
(larga) para sacar los tickets y entramos.
Para nosotros era la cuarta vez que
ingresábamos y siempre nos pareció que lo hacíamos por primera vez. Esta vez
también. En el año 99 caminábamos sobre
tablones en lo que es ahora la nave del templo, en la que casi no se puede
caminar por la gran cantidad de personas que vienen a ver esta obra. La obra de
un hombre con un gran sentido de lo trascendente y con una capacidad
imaginativa para traducir lo trascendente en una obra material. Hay un punto en
el templo que me hace pensar de este modo. Y es esa linterna dorada que permite
ingresar la luz sobre el altar. Invita a pensar...
Y esta mañana decidimos hacer una Barcelona en calma, tal
como nos lo habíamos propuesto para todo el viaje. Antes de ingresar a la
catedral nos propusimos desayunar en La
Taberna del Bisbe. Café con un par de croissants. Luego, entramos en la
catedral. La poca cantidad de gente nos permitió observarla con detenimiento. Este
es un templo que ha ido creciendo uno sobre otro. De una iglesia cristiana primitiva
a una románica, nuevas construcciones
hasta llegar a la gótica desde el S. XII hasta el XV Será terminada mucho
tiempo después. Dedicada a la Santa Cruz y a Santa Eulalia tiene un pequeño
claustro fuera de la misma con toques góticos que es muy hermoso.
Y así caminando, casi con las manos en los bolsillos seguimos
por el barrio gótico mirando y descubriendo cosas, buscando encontrar novedades
hasta llegar al lugar donde nació Montserrat, en el Carré Avignó 30. Dejó de
ser la antigua casona de varios pisos, abandonada para transformarse ahora en
un hotel de varias estrellas, con puertas impecables y un frente totalmente remozado.
Lamentamos el estado pobre de la escuela de Artes que siempre ha sido un punto
referencial de nuestro paseo, aunque vimos muy bien el pequeño parque en los
fondos de la vivienda, en la plazoleta llamada Orwell. Paso a pasa, por las
callecitas llegamos hasta el puerto y
–como siempre- nos sentamos en el Maremagnun a observar el mar, los gaviotones
que revoloteaban sobre algún velero que pedía entrada en la marina y a la gran
cantidad de turistas que – como nosotros – que hacían su paseo por esos
lugares.
La vuelta fue una caminata por las Ramblas, con sus gentes, sus disparatadas estatuas
mudas, algún grupo de indignados reclamando por el trabajo perdido y
autocercados en su propio límite. Las terrazas ofreciendo la clásica paella
para almorzar o para los desayunadores tardíos un plato de natilla. Los puestos
de las flores y de los souvenirs. Y así pudimos llegar hasta el Mercat de La
Boquería.
La muchedumbre apelotonada en su entrada nos quitó las ganas de
entrar. Lo hicimos a duras penas, pero ya sin el glamour que siempre había
tenido ese lugar, encantador para los lugareños, exótico para los turistas los
que caían como moscas en los primeros puestos donde le vendían jugos y
caramelos multicolores. Salimos como pudimos buscando el aire y añorando
nuestras visitas anteriores en las que simplemente acompañábamos a los vecinos a
realizar sus compras de verduras, de pescado, de alubias y garbanzos, de
boquerones y también de algunas yerberas multicolores para adornar la mesa tras
los visillos de la ventana.
Por la noche tuvimos un encuentro familiar con otros primos
hermanos de Montse: Maribel, acompañada de su esposo, Manolo, Rosamaría y Jordi
y su esposa Maricarmen. Fue un momento familiar dulce y emotivo. Las historias
se cruzaban como las conversaciones y los recuerdos de encuentros anteriores se
pausaban con lo sucedido en los momentos en que no nos encontramos. Un par de
excelentes vinos elegidos por el dueño
de casa enriquecieron los platos fríos preparados y el buen cava familiar hizo
que brindis de despedida fuera cordial con muchos deseos de mutuo cuidado y
promesas de volver a vernos. No sabíamos si en Barcelona o en Argentina. El
tiempo lo dirá…. las ganas de encontrarnos están!
Con ese Cava de los Escudé iniciamos el regreso a nuestro
piso y a nuestro descanso. Ya era algo
tarde y al día siguiente tendríamos que madrugar.
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