7/26/2013

Bitácora 2013. Día 25. Tarragona


Temprano Josép Agustí y María Antonia nos vinieron a buscar en su auto. Desde hacía tiempo teníamos programado este encontró. Cada vez que vamos a Barcelona lo hacemos de este modo. Estamos juntos durante todo un día paseando, charlando, almorzando juntos y disfrutando las sorpresas de viaje que nos depara Josep. Estos amigos catalanes lo son desde el año 99 en que nos conocimos viajando entre Venecia y Roma. Y nos hemos acostumbrado a este formato de encuentro.

¿Cuál sería la sorpresa para este día? Esa fue la pregunta inicial luego del saludo con fuertes abrazos. Desayunar en L´Arboc, pasar por el Vendrell y almorzar en Tarragona para dedicar la tarde a esa ciudad. Y ahí salimos con el programa aprobado. Las conversaciones cruzadas dentro del auto hicieron que el tiempo pasara rápido ya que , cuando quisimos acordarnos, ingresamos a L´Arboc. La idea de entrar en este pueblito era ver una réplica de la Giralda y del Patio de los Leones de Granada. Las visitas suelen ser programadas y de pocas personas. Nuestro intento era incorporarnos a estos grupos. Ese día. ¡Sapo! Nada de visitas. Por lo que nos conformamos con el desayuno y salir a conocer un poco la ciudad. Ubicado en la comarca del Bajo Penedés este pueblo contabiliza algo así como 5000 habitantes, con una tradición que viene desde los años 1000. Tiene varios edificios muy importantes ya que en algún tiempo fue una ciudad condal. Uno de sus propietarios originales fue el Conde Ramón Berenguer. Hay varias  construcciones notables interesantes, como una torre y un palacio construido en el S. XIX. En su historia figura el incendio y la destrucción de la ciudad, defendida por sus heroicos paisanos que lucharon contra el ejército de napoleón en su intrusión en España. Las reconstrucciones forman parte del modernismo español del S. XX. Y una hermosa tradición con los Gigantes que sacan a pasear por sus calles en los días de festividades populares.


















Saliendo de esta ciudad nos dirigimos al Vendrell. Montserrat tenía un pequeño compromiso de ver una prima, con la que se conocían por el Face pero no se habían visto personalmente. También de nombre Montserrat, ambas se encontraron por primera vez. El diálogo cruzado y mezclado, con muchas  ganas de detener el  tiempo, mientras se intercambiaban fotografías, recuerdos familiares y muchas preguntas. Todo muy mezclado como debe ser, cuando son los afectos los que mandan. Luego de un exquisito café comenzamos a despedirnos. Nos quedó la alegría de pasar un momento muy bonito y siempre la promesa de volver a encontrarnos. Ojalá que así sea.


Paramos a almorzar en la Bota en la Ronda de Bora, un  lugar familiar para Josep y Ma. Antonia. Buenos pescados y una merluza con verduras grilladas para chuparse los dedos. Con el café aún humeante salimos para Tarracó o Tarragona.

Antes de ingresar a la ciudad nos detuvimos en el Pont del Diable a contemplar el antiguo acueducto romano. Una sorpresa visual de un enorme puente que cruza la hondonada y lleva el agua  de uno al otro lado. Silencio y soledad dos palabras hermosas que marcan el contexto de este viejo testimonio de la historia. POarecía que el tiempo estaba congelado. No era así. En un momento  – no se sabe de donde, ya que no había micros en el parador – aparecieron como de repente japoneses y/o coreanos y la magia del silencio se disipó.  De todos modos, El Puente del Diablo quedó quieto en su lugar...



A los pocos minutos ya teníamos frente a nosotros la vista panorámica del Mediterráneo, con su mar y su cielo azul y la gente disfrutando la playa. Desde el gran mirador de Tarragona nos quedamos con la serenidad de esa calurosa tarde. A un costado, el viejo circo romano,  que los arqueólogos van  desnudando de a poco. La historia (y tal vez la gente que lo usó de fácil cantera) le fue derrumbando algunas partes y el ferrocarril se encargó de las otras.  Sólo los amantes de la antigüedad están haciendo lo posible para reconstruir lo perdido en la historia. El corte hecho por los trenes, difícil.  De todos modos, le han dejado muchos monumentos como para que la ciudad sea declarada patrimonio cultural de la humanidad.
Para no caminar tanto nos tomamos el trencito turístico que nos permitió hacer una panorámica, sin caminar.  ¡Una ventaja! Pequeña, como capital de provincia, tiene una población cercana a los 140.000 habitantes, con una economía integrada entre el puerto de cargas, la pesca (el 30% de toda Catalunya), la industria química (Repsol, Bayer, Basf) y la actividad de servicios en la que progresivamente se va sumando el turismo.




Es una ciudad prolija, amable y con escala humana para andar por sus calles, particularmente por esas callecitas  angostas que nos llevaron hasta la Catedral. Dicen que es una catedral gótica y es muy probable que asi sea, aunque me parece que deben ser de las primeras donde no alcanzaban a distinguirse  de las iglesias románicas: de gruesas paredes, pesadas y ventanales pequeños. 





De todos modos, debe haber una fuerte influencia mora  con sus arcos de medio punto para llegar en algún momento al gótico. Casi para sintetizar se podría hablar de un gotico catalán. La catedral es muy hermosa por dentro, no muy alta (de ahí mi apreciación por el románico). Tiene naves laterales y la longitud puede llegar a los cien metros. El crucero no es simétrico, probablemente porque en uno de los laterales se encuentra un muy cuidado y prolijo claustro. Muchas y hermosas capillas a sus costados. Su lectura puede revelar los nombres de las familias que a lo largo del tiempo de la construcción de la catedral han colaborado con ella, al igual que los nobles que habitaron en la comarca. En la sacristía existe un museo donde se resguardan verdaderas reliquias, vasos sagrados, báculos y anillos de los obispos y documentación sumamente valiosas.



Este contacto con el tiempo medieval me conmueve y  gusta.- Pero también gusta esa mezcla insertada en el mundo actual. Por eso, salir a la plaza de Tarracó (nombre romano) o Tarragona daba gusto. Casi nos saludábamos con la gente, por la cordialidad y el respeto. Por eso me pareció una ciudad amable y humana, como dije antes. La mejor síntesis y con un grado de humor, lo refleje esa casa de varios pisos donde la vida cotidiana está pintada en su frente.



Momentos más tarde circulábamos por la autopista hacia Barcelona y a despedirnos de nuestros amigos hasta que – una vez más – se nos ocurra encontrarnos con ellos en este formato especial: viajando juntos.

Moltes gràcies i fins aviat, María Antonia y Josep!

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