Ayer hicimos un paseo largo y rápido a la vez. Tomamos el
tren y nos dirigimos a Puigcerdá con la intención de encontrarnos con los
primos hermanos de Montserrat. Al medio día nos encontramos con Joan y Marta y
un rato más tarde con María y su esposo Josep María. Los seis nos fuimos a
almorzar a un pequeño y coqueto restaurant donde realmente comimos muy bien y
charlamos mucho más, reviviendo historias, contándonos los sucesos de los
entretiempos en que no nos vimos, los sueños y dudas que supone vivir en
realidades como son España y Argentina. Compartimos ese esfuerzo y esa
constancia que hay que tener para seguir siempre adelante. Ellos estaban en un
día de trabajo normal por lo que no quisimos ser un problema adicionado y
emprendimos el regreso. Previamente por la Pastisserie Gil de Llivia, compramos unas cajas de
chocolates y dulces para nuestros hijos, nos despedimos de los primos y tomamos
el último tren de la tarde para llegar casi a medianoche a Barcelona.
Fue un
bonito encuentro, afectuoso y amable como siempre que nos vemos con ellos. Y
por supuesto con gusto a poco y con ganas de que el tiempo fluya más lento que
de costumbre, Pero no logramos superar esa parte física y no nos quedó más
remedio que volver. Los abrazos finales, los mejores deseos y el arranque del
tren. Atrás nos quedaba la tarde de los Pirineos que se había vuelto desapacible
con un viento que soplaba no sé y que era realmente frío.
Hoy por la mañana salimos a la calle bien temprano para disfrutar
nuestro último día de Barcelona y también del viaje. Primero, pasaríamos a
buscar a María Rosa y María del Carmen, con quienes recorreríamos algunos
lugares. Por la tarde teníamos planes distintos. Cuando nos encontramos nos
dirigimos primero a conocer el ámbito donde se encuentra la torre Agbar, uno de
los pocos edificios que sobresalen en las alturas de Barcelona, descontando las
torres de la Sagrada Familia que pueden verse desde muchos lugares de la ciudad.
La torre Agbar es un edificio de la compañía de aguas y simbólicamente, según
sus arquitectos, su forma sería la un géiger que sale de la tierra.
Para el
hombre de a pie más bien parece lo que todos pensamos y nadie dice nada.
Supongo que la habrán criticado como cuando
apareció la torre Eifel. La belleza, el
carácter constructivo, sus características y su forma y los años pasados hace que se haya
transformado en otro ícono de la ciudad. Al igual que el entorno donde se la
ubica. Camino a ella pasamos por el Monumental que es la única plaza de toros
que queda (se usa más bien como Museo ya que se han prohibido las corridas) ya que la antigua, el Arenas, ahora es un
modernísimo shopping en una de las esquinas de la plaza España.
Shoping Arenas |
Monumental |
Caminando o zu fuß
como decíamos en Alemania, llegamos del
centro. Allí nos dividimos. Mis primas tenían mucho interés en andar por las
Ramblas y el puerto y nosotros queríamos
encontrar la Iglesia de Santa María del Mar y luego pasear por la Barceloneta.
De modo que lo primero que hicimos fue ubicar la iglesia. Poco a poco y a través de las
distintas callecitas desordenadas, todas muy llenas de gente paseando, llegamos.
Antiguamente fue Santa María de las Arenas porque estaba situada prácticamente
en el arenal del puerto de Barcelona. A medida que los rellenos le fueron
ganando tierra al mar, esta quedó en el
lugar actual y varias manzanas de la playa. De todos modos siempre ha sido la
iglesia de los pescadores, ya que estos como los comerciantes del puerto y la
gente en particular fue la que financió la construcción del templo. De ahí el
carácter popular que tiene y su forma de gran nave donde se puede concentrar
mucha más cantidad de gente que en las naves de otras catedrales góticas. Es
maciza con un campanario octogonal y fuertes puertas a la entrada. Nos hemos
quedado con las ganas de conocer su interior que dicen que es muy hermoso. Será
para otra vez.
Y como no tengo fotos comparto con Uds. un pequeño párrafo de un
escritor catalán: “Agosto en el Mediterráneo. Agosto en Barcelona. El sol brillaba con
una magnificencia difícil de encontrar en ningún lugar del orbe, porque antes
de colarse a través de las vidrieras de Santa María para juguetear con el color
y la piedra, el mar devolvía al sol el reflejo de su propia luz y los rayos
llegaban a la ciudad embebidos de una suerte de esplendor inigualable. En el
interior del templo, el reflejo colorido de los rayos solares al pasar por las
vidrieras se confundía con el titilar de miles de cirios encendidos y
repartidos entre el altar mayor y las capillas laterales de Santa María…” (15
de agosto de 1384, Iglesia de Santa María de la Mar en LA CATEDRAL DEL MAR, de
Ildefonso Falcones, 2006).
De allí nos dirigimos a la Barceloneta, buscando las palmeras
que mi mujer recordaba cuando con su abuelo y sus padres, allá lejos y hace
tiempo, se tomaban el tranvía y se iban a merendar a la playa. Encontramos la
playa y las palmeras y mucha gente también. No esperamos a merendar. Elegimos
un restaurant sobre la playa y bajo una buena sombrilla comimos una gustosa
paella acompañada de un excelente vino blanco. Y antes de irnos, una copa
helada con frutos del bosque que compartimos, junto con el sol radiante y el
cielo azul del mediterráneo.
Caminamos por los veredones de la Barceloneta hasta quedarnos
sin piernas. En la playa no cabía un alfiler. Gente tomando sol, con sus niños
y sus viandas. Casi al sur, una exposición de autos antiguos concentraba a
mucho público bajo el riguroso sol de este verano que estaba haciendo sus
primeros anuncios. Regresamos a descansar un rato y dejar que el calor afloje
un poco. Ya entrada la tardecita nos encontramos con las compañeras del viaje
en un café junto a la Pedrera, ya con ánimo de despedirnos de Barcelona.
Es sabido que regresaremos. Barcelona tiene “ese qué sé yo,
viste?” como decía Amelita Baltar en la Balada para un loco. Está la familia, está
la ciudad, están los amigos y están esas cosas que nos siguen llamando. Volveremos. Deseamos
ver avanzada mucho más a la Sagrada Familia y
deseamos ver ondeando muchas, pero muchas más banderas, como las que
hemos visto colgadas en las ventanas y terrazas de la ciudad.
¡Ja ens veurem, Barcelona!
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