7/28/2013

Bitácora 2013. Día 27. Barcelona


Ayer hicimos un paseo largo y rápido a la vez. Tomamos el tren y nos dirigimos a Puigcerdá con la intención de encontrarnos con los primos hermanos de Montserrat. Al medio día nos encontramos con Joan y Marta y un rato más tarde con María y su esposo Josep María. Los seis nos fuimos a almorzar a un pequeño y coqueto restaurant donde realmente comimos muy bien y charlamos mucho más, reviviendo historias, contándonos los sucesos de los entretiempos en que no nos vimos, los sueños y dudas que supone vivir en realidades como son España y Argentina. Compartimos ese esfuerzo y esa constancia que hay que tener para seguir siempre adelante. Ellos estaban en un día de trabajo normal por lo que no quisimos ser un problema adicionado y emprendimos el regreso. Previamente por la Pastisserie  Gil de Llivia, compramos unas cajas de chocolates y dulces para nuestros hijos, nos despedimos de los primos y tomamos el último tren de la tarde para llegar casi a medianoche a Barcelona.



 Fue un bonito encuentro, afectuoso y amable como siempre que nos vemos con ellos. Y por supuesto con gusto a poco y con ganas de que el tiempo fluya más lento que de costumbre, Pero no logramos superar esa parte física y no nos quedó más remedio que volver. Los abrazos finales, los mejores deseos y el arranque del tren. Atrás nos quedaba la tarde de los Pirineos que se había vuelto desapacible con un viento que soplaba no sé y que  era realmente frío.




Hoy por la mañana salimos a la calle bien temprano para disfrutar nuestro último día de Barcelona y también del viaje. Primero, pasaríamos a buscar a María Rosa y María del Carmen, con quienes recorreríamos algunos lugares. Por la tarde teníamos planes distintos. Cuando nos encontramos nos dirigimos primero a conocer el ámbito donde se encuentra la torre Agbar, uno de los pocos edificios que sobresalen en las alturas de Barcelona, descontando las torres de la Sagrada Familia que pueden verse desde muchos lugares de la ciudad. La torre Agbar es un edificio de la compañía de aguas y simbólicamente, según sus arquitectos, su forma sería la un géiger que sale de la tierra. 







Para el hombre de a pie más bien parece lo que todos pensamos y nadie dice nada. Supongo que la habrán criticado  como cuando apareció  la torre Eifel. La belleza, el carácter constructivo, sus características y su forma  y los años pasados hace que se haya transformado en otro ícono de la ciudad. Al igual que el entorno donde se la ubica. Camino a ella pasamos por el Monumental que es la única plaza de toros que queda (se usa más bien como Museo ya que se han prohibido las corridas)  ya que la antigua, el Arenas, ahora es un modernísimo shopping en una de las esquinas de la plaza España.

Shoping Arenas
Monumental















Caminando o zu fuß como decíamos en Alemania,  llegamos del centro. Allí nos dividimos. Mis primas tenían mucho interés en andar por las Ramblas y el  puerto y nosotros queríamos encontrar la Iglesia de Santa María del Mar y luego pasear por la Barceloneta.


De modo que lo primero que hicimos fue ubicar  la iglesia. Poco a poco y a través de las distintas callecitas desordenadas, todas muy llenas de gente paseando, llegamos. Antiguamente fue Santa María de las Arenas porque estaba situada prácticamente en el arenal del puerto de Barcelona. A medida que los rellenos le fueron ganando tierra al mar,  esta quedó en el lugar actual y varias manzanas de la playa. De todos modos siempre ha sido la iglesia de los pescadores, ya que estos como los comerciantes del puerto y la gente en particular fue la que financió la construcción del templo. De ahí el carácter popular que tiene y su forma de gran nave donde se puede concentrar mucha más cantidad de gente que en las naves de otras catedrales góticas. Es maciza con un campanario octogonal y fuertes puertas a la entrada. Nos hemos quedado con las ganas de conocer su interior que dicen que es muy hermoso. Será para otra vez. 

Y como no tengo fotos comparto con Uds. un pequeño párrafo de un escritor catalán:  “Agosto en el Mediterráneo. Agosto en Barcelona. El sol brillaba con una magnificencia difícil de encontrar en ningún lugar del orbe, porque antes de colarse a través de las vidrieras de Santa María para juguetear con el color y la piedra, el mar devolvía al sol el reflejo de su propia luz y los rayos llegaban a la ciudad embebidos de una suerte de esplendor inigualable. En el interior del templo, el reflejo colorido de los rayos solares al pasar por las vidrieras se confundía con el titilar de miles de cirios encendidos y repartidos entre el altar mayor y las capillas laterales de Santa María…” (15 de agosto de 1384, Iglesia de Santa María de la Mar en LA CATEDRAL DEL MAR, de Ildefonso Falcones, 2006).


De allí nos dirigimos a la Barceloneta, buscando las palmeras que mi mujer recordaba cuando con su abuelo y sus padres, allá lejos y hace tiempo, se tomaban el tranvía y se iban a merendar a la playa. Encontramos la playa y las palmeras y mucha gente también. No esperamos a merendar. Elegimos un restaurant sobre la playa y bajo una buena sombrilla comimos una gustosa paella acompañada de un excelente vino blanco. Y antes de irnos, una copa helada con frutos del bosque que compartimos, junto con el sol radiante y el cielo azul del mediterráneo.


Caminamos por los veredones de la Barceloneta hasta quedarnos sin piernas. En la playa no cabía un alfiler. Gente tomando sol, con sus niños y sus viandas. Casi al sur, una exposición de autos antiguos concentraba a mucho público bajo el riguroso sol de este verano que estaba haciendo sus primeros anuncios. Regresamos a descansar un rato y dejar que el calor afloje un poco. Ya entrada la tardecita nos encontramos con las compañeras del viaje en un café junto a la Pedrera, ya con ánimo de despedirnos de Barcelona.



Es sabido que regresaremos. Barcelona tiene “ese qué sé yo, viste?” como decía Amelita Baltar en la Balada para un loco. Está la familia, está la ciudad, están los amigos y están esas  cosas que nos siguen llamando. Volveremos. Deseamos ver avanzada mucho más a la Sagrada Familia y  deseamos ver ondeando muchas, pero muchas más banderas, como las que hemos visto colgadas en las ventanas  y terrazas de la ciudad.


¡Ja ens veurem, Barcelona!

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