Una primera reflexión en esta mañana es hacia nuestra patria,
en el aniversario de la Independencia. Y vale la pena decirlo, que realmente
uno se alegra cuando ve flamear la bandera en otro país. Vaya este pequeño
homenaje a nuestra bandera.
El norte de Alemania siempre ha significado comercio. Es el
Hansa o la famosa liga Hanseática con capital en Lübeck. Allí fuimos. Es la
región del Schleswig-Hostein. Y valió la pena llegar hasta ella. Su centro
histórico es Patrimonio de la Humanidad. Y ya es mucho decir. Siempre ha sido
la puerta norte hacia el Báltico y en esa ciudad se concentró todo el comercio
del norte de Europa. A través de sus ríos interiores, en el Báltico. Todo el
centro de la ciudad refleja la vida comercial. Las casas de la burguesía donde
vivía la familia en la planta baja, y en las plantas altas siempre los
almacenes de las mercancías. Si venía la inundación, la familia huía y los
bienes quedaban a salvo.
Uno ingresa por la puerta de Holsten, puerta de entrada a la
ciudad y al comercio. En la edad media siempre estuvo protegida por muchos
cañones que nunca se usaron. Hoy, las dos torres puntiagudas siguen siendo la
entrada a la ciudad. El Río Trave es la salida al Mar Báltico doce kilómetros
más adelante.
Mi primer pensamiento fue remontarme a los años 1760 y
tantos. Y el recuerdo fue para aquellas caravanas de germanos que, estimulados
por los manifiestos de Katherina la Grande de Rusia, comenzaron a migrar hacia
aquel país, para que después de muchos meses de recorrido llegaran y poblaran
las riberas del Rio Wolga. Cien años después volvieron a migrar. Muchos hacia
Argentina y es aquí donde se centra mi recuerdo en la comunidad de Alemanes del
Volga. Por esos canales, dejando familias, extrañeza ,se embarcaron llenos de
esperanza. Mi pequeña emoción al ver esos ríos y esos puertos. Y no puedo dejar
de recordar a Kaspar Haas (el de Los Senderos del Wolga) que también paseó con
su familia por esas calles, mirando los canales y luego embarcando en el velero
Zwikau, cuyo capitán, el finlandés Jari Hyppiä, le explicaba los secretos del
Báltico. Se acuerdan? Si. Yo soy el autor del libro y por esos lugares
transcurrieron sus historias…
Ya dentro de la ciudad uno puede observar en una de las riberas
del río, los almacenes de la sal, los
grandes barracones de ladrillo rojizo, con las azoteas piramidales y su
verdadera originalidad constructiva. A simple vista es difícil observar casas
iguales. Son todas distintas, con sus estructuras de ladrillo, sus entramados
de madera, sus callecitas angostas, sus ventanas pequeñas para cuidar la
temperatura interna frente a los azarosos fríos del norte. Y por encima de la
ciudad, las torres de las siete iglesias.
La Rathaus (El Ayuntamiento) con sus ladrillos oscuros se
destacan frente al resto de las construcciones. Grandes decoraciones en sus
paredes, balcones adornados y las torres puntiagudas, símbolo de poder y
riqueza.
Pero no sólo comercio ha brindado la ciudad. También premios
nóbel, como Willy Brandt, importante personalidad, ídolo de una generación y
portador de esperanzas para la unidad alemana. En 1971 recibió el Nóbel de la
Paz. Su tarea se vería coronada años después con la caída del muro. Tomás Mann,
premio de Literatura en 1929 (Los Budenbrook). Günther Grass es el tercero.
Recibió el premio de Literatura en 1999. Socialdemócrata de pies a cabeza
defendió a ultranza las minorías. Nosotros siempre lo hemos recordado por
aquella obra “El Tambor de hojalata”.
La Iglesia de Santa María, con sus torres y grandes
ventanales, es el mejor ámbito para la oración y los conciertos. Nuestra
atención estaba dirigida a la Iglesia de St. Jakobi. Otra iglesia protestante.
Con sus tres naves imponentes, construida sobre ladrillos a partir del año
1334, es el templo de los marineros. Tal es así que, como testimonio de su amor por el mar, se
encuentra la réplica - en escala - del velero de cuatro mástiles, el Pamir, que
se hundió en 1957. Hermoso y cálido homenaje.
Lübeck resultó una schöne
Stadt, hermosa ciudad, prolija, muy alemana por la limpieza, orden y
tranquilidad. Antes de despedirnos, probamos una de sus clásicas exquisiteces:
el mazapán. La casa Niederegger. Maestros en la preparación, al punto que
querés probar sus productos. No hay nada que hacer: todo entra por la vista. Al
final, lo probamos con un humeante y perfumado café.
Luego de la visita a Lübeck regresamos a Hamburgo. Para el
Almuerzo en una vieja cervecería. Distintos tipos de fiambres, embutidos y
encurtidos y como plato fuerte, la especialidad de los Wurst, diversas
salchichas, grandes, pequeñas, blancas, rojas, acompañadas con el clásico
sauerkraut y una ensalada de papas con salsa agria. De postre, helados con
frutos del bosque. Todo, acompañado, con un fenomenal porrón de cerveza
artesanal. A la salida, salimos a caminar por entre los canales y nos dirigimos
al Museo de la Miniatura. Na ja!!! Como dicen los alemanes. Todo para el
asombro. La reproducción de la historia de Alemania a lo largo de sus distintos
períodos importantes. Los trenes, los automóviles, los aviones y los barcos en
sus contextos mas importantes, de día y de noche. No nos alcanzaron las horas
para disfrutar tanta creatividad. Ah! Todo en movimiento. No se crean que eran
miniaturas quietas. No. Hasta los aviones salían de sus hangares, cargaban sus
pasajeros, se dirigían a la pista correspondiente y despegaban como corresponde. Na ja!!!!!
Como chicos volvimos al hotel. Tomamos un bus
de línea y aparecimos en el hotel. Mismo nombre, misma forma, misma calle, pero
no era nuestro hotel. El que correspondía a la tarjeta de la habitación que
llevábamos puesta, o estaba en otro barrio. Taxi mediante nos dirigimos al
barrio Altona y ahí logramos dormir en nuestra cama al lado de las maletas. Eso
de varios hoteles con el mismo nombre en la ciudad nos complicó la tarde. Para
reírse! Pueden hacerlo.
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