10/17/2013

Bitacora de viaje. Tandil. Día 3.


Nuevamente la mañana apareció neblinosa y fresca. Por supuesto que repetimos la rutina ya que cuando uno está fuera de casa, estas repeticiones no molestan. Desayuno. Natación en la piscina y a las once de la mañana, con algunos tímidos rayos de sol que querían abrir el ambiente salimos con el canasto del mate.
Nuestra primer parada fue el Monumento al Fundidor. Una bella imagen y un perfecto sentido de homenaje al trabajo a veces invisible de un pueblo. Está puesto sobre la colina donde se encuentra junto al lago.  Ideal para matear mirando hacia el paisaje. 



Un largo puente sobre el coronamiento de la represa permitía el paso de uno al otro lado. Y el variopinto juego de la gente en movimiento: un abuelo pescando son sus dos nietitos, jóvenes en jogging  haciendo su  jornada matutina de caminata, ciclistas en fila, muchas personas caminando libremente y como “ocupando el tiempo” y demasiados autos para un mediodía de una ciudad a la que uno pensaba que siendo feriado a esa hora podría seguir descansando.

La traza de la ciudad de Tandil es muy simple. De acuerdo con el sistema español. Una cuadrícula de 10 por 16 manzanas con la plaza principal (Independencia) en el centro y a sus costados la Iglesia, el colegio principal, los edificios públicos y algún edificio construido para ser banco. Esta cuadrícula principal está rodeada por avenidas rápidas que circundan el cuadrado e integran los barrios que se abren hacia la ciudad grande que comienza a ser Tandil. Un barrio apretado contra los cerros y avenidas llevando a los salidas para todas las direcciones donde la ciudad quiera conectarse: Mar del Plata, Azul,  a Buenos aires o La Plata por Ayacucho, a Las Flores por Rauch  y al sur por la ruta 74 hasta Juárez. La ciudad ha crecido hacia sus cuadro lados ocupando espacios importantes. Un gran campus de la UNICEN y muchos espacios verdes esparcidos por toda la ciudad, tanto públicos (plazas o parques) como privados (clubs deportivos de fútbol, de rugby, de hockey, básket, de polo. Y espacios algo más exquisitos como la Posada de los Pájaros, las estancias y muchos lugares para pasear y caminar. Las ofertas son muchas y no hemos podido con todas. Nos hemos quedado con las ganas del “Camino” de los pioneros” como de la “sierra del Tigre”.



Un espacio que nos convocó fue la estación del ferrocarril (antes Roca) Ferrobayres. Casi no se usa para pasajeros. Si para el servicio de cargas. Originalmente el tren llegaba desde Ayacucho y  como siempre ha sucedido con este servicio, los pueblos se han desarrollado rápidamente a su alrededor. No sólo por el transporte de cereales y animales, sino también por el transporte de minerales extraídos de sus canteras. Los 90 fueran trágicos para todos los trenes y también para esta ciudad. El camión para una ciudad, en ese entonces en la cima del autopartismo, no alcanzó y la crisis noventista hizo disminuir no sólo la posibilidad de cargas sino también la disminución de esa especializada tarea productiva. Una empresa de envergadura fue la Metalúrgica Tandil, fundada en 1918 que llegó a tener en su apogeo mas de 2000 operarios. Hoy doscientas familias están pendientes  de soluciones definitivas ya que denuncias de vaciamiento les está creando una crisis social importante.
El ferrocarril ha dejado su estación intacta y en ella se realizan las actividades propias del transporte y se usa también para actividades culturales. Es un hermoso espacio constructivo y a la vez un espacio verde con posibilidades de comunicación y entretenimiento.

Durante el día caminamos y caminamos el centro recorriendo sus calles principales. Hermosos edificios que llaman la atención no sólo por su diseño típico de principios del siglo XX, sino tambien por su conservación y estilo.


Existe un pequeño centro comercial a cielo abierto (mal denominado peatonal según su diseñador,  otra vez mi amigo Roberto Porta), muchas calles comerciales con marcas de ropas, mezcladas con perfumerías, restaurantes, ferreterías, casas de electrodomésticos al lado de gimnasios. Y en los cafes, la gente. Compartiendo con sus amigos una conversación o una gaseosa o tal vez, hablando del personaje sentado solo en una mesa, con su sombrero y su corbatín. Ese que nos hizo asombrar con una sola mano, inmensos juegos de malabarismo con las cartas. La magia y el asombro. Siempre lo admiré a René Lavand  (porque fue capaz de hacerme asombrar y sonreir con sus juegos) y me dió gusto verlo bien a punto de disfrutar su cafe. En fin, ese complicado convivir de distintas formas comerciales es justamente una de las características de la buena calidad de vida que tiene el Tandilense y que disfruta el turista.: La tranquilidad del pueblo con toda las ofertas de la gran ciudad a la mano.

La hora de la cena nos llegó muy rápido. El chef de la hostería nos deleitó con unas ensaladas verdes y un timbal de arroz junto con arrollado de pollo. Un postre de helado y la conversación de mesa a mesa entre los comensales hizo que la misma durara un poco más. Todos sabíamos que a la mañana siguiente emprenderíamos el regreso a casa.
La hostería nos brindó una correcta hospitalidad con el trato de su gente, y con la puesta en si misma. Prolijanmente decorada con flores )clivias y amarylis entre otras), cuadros y objetos diversos que ofrecían una imagen de equisita calidad.





Al igual que tallas florentinas de no mas de 40 cm. Verdaderas joyas del S. XIX, tal vez herederas de la escuela de tallistas que hemos visto muy similares en el Palazzo Pizzi allá lejos y hace tiempo.

Realmente nos iremos de Tandil con muchas ganas de regresar.
Se lo pasa bien!













Buenas noches y hasta la próxima.


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