Este fue el objetivo del día al salir de Puerto Montt, Nos
dirigiríamos hacia Puerto Varas por el camino de los colonizadores (ya no de la
Autopista 5) sino por el camino de Don Pedro de Valdivia. Este nombre lo
escucharíamos muchas veces ya que es el alma de la conquista española en Chile,
con su valentía, su coraje y su espíritu aventurero que lo llevó a encontrarse
con los lugares más intrincados y a la vez más hermosos de Chile. Sabía donde
instalar las poblaciones, las defensas y tenía un gran sentido de la estrategia
militar. Aunque el tema sea recidivo en toda la historia de América, está ahí,
en los anales históricos y no lo podemos evitar. Poco a poco lo fui conociendo
leía en pleno viaje “Ines del alma mía” de Isabel Allende, que habla del gran
amor de Valdivia (y que no era precisamente su esposa).
Si. Seguimos el camino al encuentro del volcán con un día
donde las gotas de llovizna resbalaban por los cristales del bus. Asi nos
fuimos internando en la montaña hasta llegar a los saldos de Petrohué. Son
pequeños, rápidos sobre una cascada de lava basáltica del volcán. Pero a él no
lo vemos. Nos impresionó y pronto nos encuentra la imaginación para pensar en
los cataclismos de hace millones de años y que hoy nos sorprenden por su
belleza. Bordeamos el lago Llanquihue, inundando nuestra vida de belleza
natural, siempre sobre los faldeos del volcán. Había dejado de lloviznar. Aspirábamos
el perfume de las hojas mojadas y con las manos queríamos tocar esas nubes tan bajas, grises e intransparentes, de
modo que la vista de lo que esperábamos encontrar se nos hacía esquiva.
El Parque provincial llamado
Vicente Pérez Rosales alberga los saltos, los bosques, los lagos y los
ríos que van transbordando las aguas de las altas cumbres de los Andes hasta el
Pacífico. La región en la que nos encontrábamos se llama “Región de los Lagos”
para distinguirla de la “Región de los Ríos” que veríamos en un par de días y
que se encuentra unos pocos kilómetros más al norte.
Uno de los pueblos visitados se llama “Puerto Varas”,
vistoso con esa gracia que ha logrado la
inmigración bávara en esa zona. Llegados en barco hasta Puerto Montt,
buscaron aquellos lugares que le hacían recordar sus tierras alemanas, llenas
de árboles, de lomadas y de praderas
como las que conocimos al cruzar por la Selva Negra en el 2013. ¡Qué
casualidad! También ese día nos acompañó una leve llovizna. Puerto Varas es un lugar hermoso, muy cuidado , al punto que
parecía innecesario decir que su importancia radicaba en la colonización
alemana. No quise averiguar mucho de esa historia. Sólo probé algo de
repostería y me convencí de la afirmación.
Almorzamos con la vista al lago Llanquihue, tranquilo,
sereno con sus aguas moviéndose sutilmente, produciendo sutiles reverberaciones cuando
algún brillo de un sol escaso se mostraba sobre la superficie. Nuestra mirada
hacia el punto fijo del volcán encontraba nubes bajas y grises. Las finas arenas de color negro, talladas
milimétricamente durante millones de años, producía un cosquilleo especial cuando
introdujimos los pies para sentir el frescor (o frío) del agua. Un monumento a
la mujer nos llamó la atención por su
creatividad y elegancia en uno de los brazos de la costa que se internan
en el lago.
Seguimos costeando un poco el lago y otro poco en caminos
interiores hasta llegar a otra de las
poblaciones que son íconos de la colonización germana. El Frutillar. Más que
una ciudad es una postal. El lago con su agua cristalina y sus arenas negras,
las calles embellecidas con sus jardines multicolores, permitían que el
Frutillar luciera como una de las joyas turísticas del sur de Chile. Compite
con Puerto Varas, con Pukon y Villarica y los encantos los definen los
visitantes, tanto chilenos como extranjeros. Los jardines con sus rosas y sus
dalias, con sus hortensias de colores fuertes, con sus maceteros colgados de
los balcones y esos strudell y kuchen que hacen obligatoria una pausa para
sentarse en un jardín y saborear un exquisito te negro o un café expresso.
Impecable el teatro del lago que han
construido, en el que – dicen – se dan los mejores conciertos del verano.
El día se mantuvo nublado. Siempre miramos en la misma
dirección y el volcán que deseábamos ver, no lo vimos. Se nos prometíó que iba
a ser la frutilla del postre de un día cargado de imágenes y sensaciones
especiales. Nada.
Antes de terminar el paseo y dirigirnos a Valdivia, miramos por
última vez a nuestras espaldas . Nada. Nubes bajas e impenetrables, cielo
encapotado y el volcán ausente. Ah! El nombre del volcán buscado se llama
Osorno. Alguna vez lo hemos visto desde las alturas del Cerro Catedral. Pero,
directa y personalmente, no lo conocimos.Ni tampoco al Punteagudo, otro en el
programa. No pudo ser. Cosas del turismo!
Sólo pude recuperar para mis lectores esta imagen de
internet que se la muestro.
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