1/25/2015

Bitácora de viaje. Chile. Día 4. Al encuentro del volcán

Este fue el objetivo del día al salir de Puerto Montt, Nos dirigiríamos hacia Puerto Varas por el camino de los colonizadores (ya no de la Autopista 5) sino por el camino de Don Pedro de Valdivia. Este nombre lo escucharíamos muchas veces ya que es el alma de la conquista española en Chile, con su valentía, su coraje y su espíritu aventurero que lo llevó a encontrarse con los lugares más intrincados y a la vez más hermosos de Chile. Sabía donde instalar las poblaciones, las defensas y tenía un gran sentido de la estrategia militar. Aunque el tema sea recidivo en toda la historia de América, está ahí, en los anales históricos y no lo podemos evitar. Poco a poco lo fui conociendo leía en pleno viaje “Ines del alma mía” de Isabel Allende, que habla del gran amor de Valdivia (y que no era precisamente su esposa).


Si. Seguimos el camino al encuentro del volcán con un día donde las gotas de llovizna resbalaban por los cristales del bus. Asi nos fuimos internando en la montaña hasta llegar a los saldos de Petrohué. Son pequeños, rápidos sobre una cascada de lava basáltica del volcán. Pero a él no lo vemos. Nos impresionó y pronto nos encuentra la imaginación para pensar en los cataclismos de hace millones de años y que hoy nos sorprenden por su belleza. Bordeamos el lago Llanquihue, inundando nuestra vida de belleza natural, siempre sobre los faldeos del volcán. Había dejado de lloviznar. Aspirábamos el perfume de las hojas mojadas y con las manos queríamos tocar esas  nubes tan bajas, grises e intransparentes, de modo que la vista de lo que esperábamos encontrar se nos hacía esquiva.




El Parque provincial llamado  Vicente Pérez Rosales alberga los saltos, los bosques, los lagos y los ríos que van transbordando las aguas de las altas cumbres de los Andes hasta el Pacífico. La región en la que nos encontrábamos se llama “Región de los Lagos” para distinguirla de la “Región de los Ríos” que veríamos en un par de días y que se encuentra unos pocos kilómetros más al norte.



Uno de los pueblos visitados se llama “Puerto Varas”, vistoso con esa gracia que ha logrado la  inmigración bávara en esa zona. Llegados en barco hasta Puerto Montt, buscaron aquellos lugares que le hacían recordar sus tierras alemanas, llenas de árboles, de lomadas  y de praderas como las que conocimos al cruzar por la Selva Negra en el 2013. ¡Qué casualidad! También ese día nos acompañó una leve llovizna. Puerto Varas es  un lugar hermoso, muy cuidado , al punto que parecía innecesario decir que su importancia radicaba en la colonización alemana. No quise averiguar mucho de esa historia. Sólo probé algo de repostería y me convencí de la afirmación.


Almorzamos con la vista al lago Llanquihue, tranquilo, sereno con sus aguas moviéndose sutilmente,  produciendo sutiles reverberaciones cuando algún brillo de un sol escaso se mostraba sobre la superficie. Nuestra mirada hacia el punto fijo del volcán encontraba nubes bajas y grises.  Las finas arenas de color negro, talladas milimétricamente durante millones de años,  producía un cosquilleo especial cuando introdujimos los pies para sentir el frescor (o frío) del agua. Un monumento a la mujer nos llamó la atención por su  creatividad y elegancia en uno de los brazos de la costa que se internan en el lago.



Seguimos costeando un poco el lago y otro poco en caminos interiores  hasta llegar a otra de las poblaciones que son íconos de la colonización germana. El Frutillar. Más que una ciudad es una postal. El lago con su agua cristalina y sus arenas negras, las calles embellecidas con sus jardines multicolores, permitían que el Frutillar luciera como una de las joyas turísticas del sur de Chile. Compite con Puerto Varas, con Pukon y Villarica y los encantos los definen los visitantes, tanto chilenos como extranjeros. Los jardines con sus rosas y sus dalias, con sus hortensias de colores fuertes, con sus maceteros colgados de los balcones y esos strudell y kuchen que hacen obligatoria una pausa para sentarse en un jardín y saborear un exquisito te negro o un café expresso. Impecable el  teatro del lago que han construido, en el que – dicen – se dan los mejores conciertos del verano.





El día se mantuvo nublado. Siempre miramos en la misma dirección y el volcán que deseábamos ver, no lo vimos. Se nos prometíó que iba a ser la frutilla del postre de un día cargado de imágenes y sensaciones especiales. Nada.
Antes de terminar el paseo y dirigirnos a Valdivia, miramos por última vez a nuestras espaldas . Nada. Nubes bajas e impenetrables, cielo encapotado y el volcán ausente. Ah! El nombre del volcán buscado se llama Osorno. Alguna vez lo hemos visto desde las alturas del Cerro Catedral. Pero, directa y personalmente, no lo conocimos.Ni tampoco al Punteagudo, otro en el programa. No pudo ser. Cosas del turismo!

Sólo pude recuperar para mis lectores esta imagen de internet que se la muestro.

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