El aterrizaje fue en Gatwick, un
aeropuerto grande, no lo sé si tan grande como el de Barajas, en el que hicimos
una parada intermedia, pero sí, mucho más ordenado y pese al primer contacto
con una lengua distinta el trato recibido por migraciones, información, etc.
fue gentil, respetuoso y agradable. De ahí un transfer al hotel en la ciudad. A
las 9 de la mañana el tránsito era infernal. Calculo que el chofer optó por un
camino vecinal ya que anduvimos por una floresta durante casi más de treinta
minutos.
Agradable el viaje, lleno de verde, con sus casass y urbanizaciones
ordenadas, se transformó en el primer contacto con la cosmopolita Londres. Más
tarde, ubicados y almorzados iniciamos nuestro paseo por la ciudad. Primer
objetivo: Westminster, su palacio, el Big Ben, el Támesis y la multitud de
personas en la zona. Optamos por pasear en forma relajada por las orillas del Támesis
donde nos encontramos con todos los órganos informativos preparados para el
Brexit que tendría lugar el día siguiente. Todas las cámaras apuntando a la
torre del reloj como para transformar esa imagen en un ícono (como si ya no lo
fuera).
Eso del trato gentil, respetuoso
y agradable tiene que ver con las palabritas mágicas a los que los argentinos
(en casa) no nos acostumbramos: Please – Thank you - sorry. En verdad, abre la puerta, ablanda
al preguntado y la respuesta es como dije antes. Al punto de ser generosos en
ayudarte al aprendizaje de la máquina expendedora de boletos o de indicarte
cual es el próximo metro que debes tomar (ya que pasan como seis o siete de
direcciones distintas por la misma vía), o marcarte con calma y tiempo el
recorrido conveniente para llegar a donde deseas.
Siempre me han gustado las
ciudades europeas con su río cruzándolas por el medio. Las vistas son
imponentes y más todavía cuando son las primeras que uno tiene cuando llega a
un lugar. Si bien uno las reconoce por haberlas visto innumerables veces en
películas, en las olimpíadas, en los informes, la sensación del “aquí y el
ahora” es fantástica. Ver la correntada, sentir el murmullo del pequeño oleaje
y el reverbero de los débiles rayos del sol cuando éste se animaba a asomarse.
Cámaras, micrófonos, periodistas,
entrevistados hacían el ambiente de lo que sucedería al día siguiente. Cada
cual defiende su juego. Y las informaciones daban un “palo a palo” en el
resultado aunque inclinando la balanza hacia el quedarse en la Unión Europea.
De todos modos, el tema era de
discusión permanente, entre todos. Me daba la impresión que era como el fútbol.
Todos directores técnicos. Todos entendedores de la política y cada cual lo
veía desde su punto de vista particular, los jóvenes, los no tanto, las
distintas partes del Reino Unido (4) tenían sus formas particulares de ver el
problema. Los europeos marcaban un
punto, los ingleses otro. No quedaba más que esperar los resultados.
Por supuesto que hay innumerables pasillos, bibliotecas, bares
hasta gimnasios. Sus dos torres magníficas cierran los límites. La torre
Victoria y la Torre del Reloj. La Bandera del Reino Unido está siempre
presente, salvo que sea remplazada por la de la Reina si ésta se encuentra
presente en el Parlamento.
Hermosas
vistas, muchas ilusiones de entrar y visitar largamente el parlamente como la
abadía que se encuentra un poco más alejada del río. Un café orgánico en un lugar que siempre
buscaríamos a lo largo del viaje nos proporcionó calor y gusto. Pret a Manger
sería uno de nuestros objetivos en otras ciudades. Una boccata bien hecha,
frutas en potes y un café honorable a un buen precio parecía una solución para
la media tarde. No dió la impresión que el cuidado por el medio ambiente en estas cosas de la gastronomía parecían funcionar.
El
tiempo nos obligó a retirarnos y a descansar ya que al día siguiente
comenzaríamos un largo camino por el Reino Unido e Irlanda que iremos
desgranando en los próximos días.
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