7/26/2016

Bitácora de viaje – Día 9 – Dublín

Dublín amaneció nublada y con posibilidades de llovizna. Ya este tipo de situaciones no era problema para nosotros. Una buena campera y el paraguas de un pound y a la calle. 


Una panorámica de la ciudad, sus calles, sus barrios, sus edificios más importantes y sus monumentos y, porque no, su río. El Lyffei, corre de oeste a este a lo largo de 125 km y desemboca en la bahía de Dublín sobre el mar de Irlanda. Y por supuesto, el paso obligado por la Catedral de San Patricio. Arrancó siendo una pequeña iglesia de madera, luego de piedra hasta que en el 1200 se iniciaron las construcciones de la actual catedral, terminada setenta años después. Mantienen muchos elementos originales y toda la tradición religiosa vinculada a San Patricio (en Argentina  lo vinculamos con una noche de joda y cerveza), 

Aquí aparecen dos nombres importantes para Irlanda; Guinnes (el de la cerveza), por su trayectoria social y benefactora y Jonathan Swift, cuyo cuerpo se encuentra enterrado en una de las naves. De estructura gótica, con un gran campanario y las hermosas estructuras de vitraux, antiguas clases de catequesis para la gente del pueblo. Esculturas, decoraciones, hacen que el tiempo se congele y todo te parezca fugaz y momentáneo. Es para sentarse en esos bancos y mirar, y mirar, y mirar….


Hecho el recorrido clásico, nuestro objetivo enfiló hacia el Trinity Cóllege con su Biblioteca Nacional y el magnífico trabajo que realizaron para la recuperación del famoso libro de Kells (Book of Kells).




 Primero el Trinity Cóllege. Es la Universidad más antigua y más prestigiosa de Irlanda. Por sus aulas pasaron Jonatham Swift, Samuel Becket, Oscar Wilde entre otros. Fundada en 1596 `por la reina Isabel I sobre un antiguo monasterio para imponer otra alternativa a la educación considerada hasta ese momento demasiado “papista”. No olvidemos que se produce en esa época  la reconversión del cristianismo a la religión anglicano con Enrique VIII (principios del S. XVI). El edificio de neto estilo Georgiano se levanta imponente en el centro de Dublín. 

Su joya más preciada es la Old Library, una de las bibliotecas más grandes del mundo, recibiendo desde el año 1800 un ejemplar de la primera edición de todos los libros publicados en la Gran Bretaña e Irlanda.

La sala principal de la antigua biblioteca tiene cerca de 65 metros de largo, una gran altura y un almacenamiento de más de 200.000 libros. Esculturas, bustos de los escritores y el arpa, símbolo de Irlanda, son los objetos más visitados. El arpa hecha de roble y sauce con cuerdas de bronce es el emblema de una sociedad barda que aparece también en las monedas irlandesas y el recuerdo data del año 1014. La proclamación de la independencia en 1916 se encuentra en la biblioteca y sucedió cuando Patrick Pearse le leyó en voz alta frente al edificio principal de correos.


La otra sala que recibe todas las miradas y la atención es donde se encuentra el “Libro de Kelly”. Escrito hace más de 1000 años, es de la época en que la sociedad irlandesa era muy católica organizada en múltiples monasterios celtas, dedicados al estudio de la palabra de dios, al ayuno y al trabajo manual. El libro se asocia al principal monasterio en la Isla de Ioma cerca de la costa oeste de Escocia o en Kells cuando la isla fue saqueada y varios monjes perdieron la vida. El libro se conservó y llegó a Dublín en 1653 y se lo guarda en la Old Library. Su importancia radica en que  es considerado como la pieza principal del cristianismo celta y del arte hiberno-sajón– es, a pesar de estar inconcluso, uno de los más suntuosos manuscritos iluminados que han sobrevivido a la Edad Media. Debido a su gran belleza y a la excelente técnica de su acabado, muchos especialistas lo consideran uno de los más importantes vestigios del arte religioso medieval. Escrito en latín, el Libro de Kells contiene los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento, además de notas preliminares y explicativas, y numerosas ilustraciones y miniaturas coloreadas. El manuscrito contiene páginas totalmente llenas de motivos ornamentales de una complejidad extraordinaria, así como pequeñas ilustraciones que acompañan a las páginas de texto. El Libro de Kells utiliza una rica paleta de colores, con malva, rojo, rosa, verde y amarillo entre los más usados. De forma totalmente sorprendente, y a pesar del prestigio con el cual los monjes han querido rodear la obra, no hicieron uso de pan de oro o plata para adornar el manuscrito. Los pigmentos necesarios para las ilustraciones fueron importados de todos los rincones de Europa, y fueron objeto de profundos estudios: el negro se obtuvo de las velas, el rojo brillante del rejalgar, el amarillo del oropimente y el verde esmeralda de la malaquita pulverizada. El costosísimo lapislázuli, de coloración azul, procede del noreste de Afganistán.

Las miniaturas son más ricas y numerosas que en cualquier otro manuscrito bíblico de Gran Bretaña. Se cuentan diez páginas llenas de miniaturas que han sobrevivido a la prueba del tiempo, además de dos retratos de evangelistas, tres representaciones de los cuatro símbolos de los evangelistas, una página cuyos motivos recuerdan un tapiz, una miniatura de la Virgen y el Niño, otra miniatura de Cristo en el trono y, finalmente, dos últimas miniaturas dedicadas al juicio y a la tentación de Jesús. Por otro lado, existen otras trece páginas repletas de miniaturas acompañadas en esta ocasión por un breve texto: en particular, es el caso del inicio de cada Evangelio. Ocho de las diez páginas dedicadas a las tablas canónicas de Eusebio de Cesárea están también ricamente ilustradas. Además de todas estas páginas, se contabiliza en el conjunto de la obra un gran número de decoraciones más pequeñas o de iniciales iluminadas. Poder observar este trabajo que ha sido obra del silencio y de la tenacidad es algo hermoso. Para quienes gustamos de la historia, estos hechos nos ponen los pelos de punta de la emoción y de habernos encontrado cara a cara con esta belleza y hermosura. Por supuesto que los paradigmas del viaje son son iguales para todos. A mí, personalmente, estas cosas me emocionan casi hasta las lágrimas. Por eso lo comparto.


Salimos casi a la media tarde y con  tardías ganas de almorzar. Un clásico centro de compras (Kulkenys) con un servicio de comidas preparadas s nos permitió comer unas ensaladas y “agua de la canilla” y seguir viaje. El objetivo fue el Museo de Bellas Artes. La idea era poder observar una propuesta de 10 dibujos originales de Leonardo Da Vinci. Lo logramos. Entrada gratuita y pudimos verlos. Otros momentos más de emoción que  te llevan a exclamaciones raras. Hemos podido disfrutar como “bonus” adicional otros cuadros de la colección del museos. Algunos de ellos te llevan al éxtasis. Canaletto. Vermeer y otros que siempre debimos contentarnos con verlos en los libros.

Nos quedaron muchos lugares para visitar. Como la Fábrica Guinnes, algún monumento o caminar por la orilla del río. Ya a la tardecita nos sentamos frente a The Spire a tomar un té irlandés y ver qué programa nos quedaba. El cansancio nos pudo. Una ensalada de frutas fue la cena y el anticipo del descanso. Dublín nos había sorprendido gratamente. Emoción y lágrimas por aquella historia medieval.

1 comentario:

  1. Montse y Horacio qué bien se los ve!!! Muy bueno tu relato, los felicito. Gracias por compartir las imágenes, sus miradas y sus conocimientos. Cariños

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