Arties es una pequeña población
del valle, junto al río Garona y a más de 1000 metros de altitud. Al igual que
ayer – y no creo que sea para nosotros – la naturaleza se ha mostrado
espléndida con sus Pirineos escarpados y sus bosques a pleno en este verano
catalán. Recorrimos las callejuelas que subían y bajaban casi siempre alrededor
de la iglesia románica del S.XI-XII o sobre la calle principal que lleva hacia
lo profundo del valle y seguramente, por esos caminos escondidos se encontrará
la salida hacia la zona de Urgell.
Volvimos sobre nuestros pasos de
ayer, pasando nuevamente por Vielha y en
el Pont d’Arros tomamos un sendero asfaltado que nos llevaría al Saut
deth Pish unos doce kilómetros dentro del bosque y subiendo a un puerto
cercano a los 1600 metros de altitud.
Abetos, hayas y una infinidad de bosques
decoran la caída del agua con su murmullo constante y sus constante salpicar a
quienes nos asomamos al rústico mirador.
El sonido del agua y de los pájaros y
el perfume del aire puro mezclado con las flores silvestres hacen de este momento
la delicia y la satisfacción, al punto de decir: ¡Gracias por estar aquí! Un
espectáculo aparte merecen los doce kilómetros que hay que hacer para llegar al
Saut. Pese a la trepada que hay que realizar los Pirineos se imponen a la vista
del viajero.
No hay que mirar por la ventanilla para no enfrentarse a los más
de cien metros del barranco que el angosto sendero nos fue llevando y trayendo de
vuelta. El encuentro con otros vehículos en dirección contraria se resuelve con
calma y respeto (y silencio) y el cruce con la cantidad de senderistas que lo
circulan hace que la velocidad sea sumamente tranquila.
No sólo hemos de hablar
de la belleza del punto de llegada sino también del camino transcurrido.
Fuimos bajando con la misma calma
y buenas manos de Josep María. Llegamos y cruzamos la ruta para volcarnos sobre
el otro flanco de la montaña y dirigirnos hacia un lugar llamado Artiga de Lin
donde se encuentran los Uelhs deth Joeu.
Esta vez con un camino mejor y más
ancho hicimos también una decena de kilómetros hasta llegar al ojo de agua. Una
maravilla de la naturaleza que hace que, por más de cuatro kilómetros, el agua nacida
en el Glaciar Oneto del otro lado de la montaña, viaje por dentro de ella y surja con violencia y hermosura en este
lugar.
Esta vez no estuvimos tan alto. Llegamos a los 1350 metros, no obstante,
las cumbres de los Pirineos que asomaban entre las curvas y contra curvas del
camino se mostraban imponentes, algunas todavía con restos de las nevadas del
último invierno.
En la bajada nos detuvimos en un
pequeño merendero para tomar una cerveza refrescante y seguir el viaje. Con
María Antonio estuvimos observando algunas flores silvestres y una amapola de
color amarillo que hasta ahora no habíamos visto.
De vuelta otra vez a la gran ruta
que cruza por el corazón del valle buscamos llegar nuevamente a Vielha para
tomar una fotografía del conjunto y emprender la retirada del valle.
Camino a Lleida, Josep María nos
tenía reservada otra sorpresa. Saliendo
del Valle y en los Altos de Ribagorza fuimos hasta Taüll, en el Val del Bohi.
En un pequeño pueblo de origen musulmán y reconquistado, agraciado por los
privilegios reales existe una pequeña iglesia románica que ha sido declarada
Patrimonio de la Humanidad. Se trata de la iglesia de San Clemente su origen se
remonta al año 1125. Construida como una planta basilical (nave central y dos
naves laterales) tiene una torre cuadra de gran altura, de gran influencia
lombarda. No piensen en San Pedro de Roma. Es una pequeña iglesia entre las
montañas. La belleza reside en el ábside del altar central cuyas pinturas casi
desdibujadas han podido ser reconstruidas y digitalizadas y mostradas al
público a través de una pequeña proyección en maping de diez minutos.
Allí
pudimos descubrir la totalidad d las pinturas, los colores puros con que rodean
la gran imagen del “Pantocrátor” (Señor Todopoderoso).
Las imágenes se multiplican a
partir de la figura central. Esta iglesia y otras configuran lo que se llama la
“ruta del románico” en la que es posible encontrar testimonios hermosísimos de
la arquitectura religiosa de aquella época. Por aquello de que “para muestra
solo hace falta un botón”, la tuvimos con la Ermita de Taüll.
A partir de este momento debíamos
recoger la gran cantidad de kilómetros que nos separaban de Barcelona. Un
momento para el almuerzo en un parador de camioneros, al mejor estilo argentino
(lugar con mucha gene y camioneros, lugar seguro). Y la comida, excelente.
Casera, de buen gusto y regada en esa tarde de calor con un helado cava que nos
cayó muy bien.
Por la cena cenamos y seguimos
conversando con María Antonia y Josep María. Realmente nos agasajaron de lo
mejor. No sabemos cómo agradecerlo todavía. Para ellos, nuestro mejor cariño y
el gran abrazo que nos sigue hermanando en ese gusto por viajar un poco mas y
dejarnos “asombrar” por las cosas que la vida y el destino te pone delante.
Inicio de nuestra amistad. Roma abril 1999 |
Gracias, María Antonia. Gracias, José
María. Nos volveremos a encontrar.
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