Siempre hay una rutina en cada viaje que es la de
aeropuertos, conexiones, check in, migraciones, maletas, transfer y hotel. Todo
eso es cansador y las horas del viaje no mejoran el ambiente. Sólo uno se
encuentra bien cuando ya en el hotel comienza a observar, Y ¡huahhhhhhhh! Es la
primera mirada desde el balcón hacia la ciudad elegida para viajar. Esta vez
fue Cartagena y esta primera exclamación se justificaba.
Sucede que uno viaja con algunos conocimientos del lugar y
con una idea que se va haciendo a medida que llega y que el cansancio apura. Y
cuando la realidad supera a esa idea la alegría es buena. Luego de la
exclamación y con algunos pesos colombianos que cambiamos en el Aeropuerto
(cosa que no hay que hacer) nos largamos a tomar un taxi y dirigirnos a la
ciudad amurallada.
Sólo fue caminar unos pasos y “todo lo colonial” de la
ciudad se nos cayó encima. Otra vez el ¡huahhhhhhh! Y entonces, caminar
llenándonos los ojos con las ventanas, los balcones, los colores y la flores y
una vegetación abigarrada. Los perfumes de las calles que mezclaban los de las
flores con algún sahumerio perdido y esa clase de perfume que hace a una ciudad
y que nos acompañó en todo el paseo: esas fritangas de plátanos que terminan en
unos exquisitos “patacones” , la yerbabuena preparada para el clásico mojito,
los perfumes de los requesones en los barcitos listos para las pizzas y la
cremita especial con cuajada y mostaza que acompañarán a todas las copas y
platos de camarones y mariscos.
Los treinta grados constantes de calor convocan
a una cerveza fría con algunos camarones
y patacones y luego seguir caminando hasta que se haga de noche. Las luces que
progresivamente se van encendiendo aumentan el carácter “romántico” de
Cartagena y su bullicio de ofertas de todos los servicios posibles, incluso
aquel tan especial de hacer un paseo en un carruaje antiguo por las angostas y
coloridas calles de la colonia.
Todo comenzó en el SXVI a pocos años del descubrimiento. Los
españoles encontraron la bahía y luego de la expulsión de los pueblos
originarios, de las tribus de los caribes. Se inicia la historia de Cartagena
en 1533. El punto estratégico elegido hará de esta población un puerto de gran
importancia, en lo comercial, en lo defensivo, en lo estratégico y , por
supuesto, con la lógica de la colonia española de asaltar y destruir lo
existente y de hurgar en nuevos sueños como “El Dorado” para ir detrás de las
esmeraldas y el oro, “baratijas” que los “Kalamaries” utilizaban decorativamente en su vida
cotidiana y en sus acciones de culto.
En la ciudad están todos los elementos de la historia y el
paisaje humano revela cada uno de los pliegues de la historia colombiana, como
bien pudo describirla el Gabo en su Macondo,: los cobrizos, los negros y los
blancos y las mezclas de estos colores conviven en el paisaje cultural donde se
ha desarrollado la “colonia”, la llegada de los españoles, la progresiva mezcla
con los pueblos del lugar, la llegada y posterior subasta de esclavos, las
migraciones internas de los pueblos habitantes desde el origen, los piratas que
gustaban ingresar a la bahía y destruir lo realizado y llevarse consigo el oro
y las esmeraldas hasta que aprendieron la lección y dejaron en paz a la bahía procurando
no ingresar al puerto de Cartagena. El grito de 1811 en la Iglesia de la
Trinidad, en Cartagena, marca la independencia de Colombia.
Las huellas del poder civil y religioso, con la Inquisición
incluida, muestran una sociedad absolutamente mezclada, particularmente la que
habita en los barrios cercanos a la ciudad amurallada como Getsemani. La
urbanización de Bocagrande y Bogachica y la lagunita se parecen más a Miami que
a Colombia, pero eso es otro tema.
Luego de una larga y cansada caminata, contrapeso para las
horas de avión, llegó el momento del descanso. Una mirada desde el balcón a la
noche cartagenera nos invitó a dejar cosas para el día siguiente.
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