Llegar a Cartagena es también sentir una temperatura
distinta. 30 grados, casi en forma constante, lo que quiere decir que cuando
está fresco o hace calor, la temperatura es la misma y par nuestra forma de
vivir casi inaguantable. Se necesita agua o aire acondicionado. El agua está en
el mar, frente a uno en el mar Caribe, o a tres cuadras hacia atrás, en la
bahía. Y ya de por si el agua te refresca. La cantidad de playitas de arenas
grises y a veces amarronadas te llama a mojar los pies, cuando no a meterte en
serio.
Y las caminatas implican también el agua. Litros de agua nos
han acompañado en las infinitas cuadras que hemos andado. El calor es fuerte y
nuestros cuerpos no están tan acostumbrados a ese calor humedoso.
Arrancamos por la zona donde estaba el Hotel Capilla del Mar
desde donde nos moveríamos durante toda la semana. Bocagrande. Inmensa. Dicen
que es todo residencial, con lo que mucha gente debe vivir muy bien. Edificios
altos, enormes, con ambientes de muchos metros, según los carteles de venta.
Casi Miami. Es el contraste con la Cartagena de Indias. Sería fácil decir que
es la zona con mayor desarrollo inmobiliario y modernidad de la ciudad. Habría
que profundizar en la vida social y encontraríamos una gran diferencia de grupos sociales. No todo es clase media como
dijo un diario argentino, porque las desigualdades se notan. De todos modos,
esa bota invertida que nace desde el taco junto a la ciudad amurallada, termina
con la lagunita en Boca Grande, la entrada principal a la Bahía por donde
hacían su fiesta los bucaneros y piratas durante aquellos tiempos del “dorado”
y de la colonia.
Iniciamos la vuelta por la playa sobre el Caribe y
regresamos por el malecón de la bahía. Inmensa. Serena, con un tráfico
interesante de barcos con contenedores, de pequeños catamaranes, de lanchas
rápidas para llevar a los turistas hasta las islas del parque de los corales o
del Rosario en Bauru, y de un submarino que parecía perdido en estas épocas
pero que era de la armada colombiana. Sin contar las lanchas particulares de
aquellas personas que tienen su casa de descanso en alguna de las islas de
Tierra Bomba o en el archipiélago del Rosario
El malecón por la bahía es muy bonito y tenés varios
kilómetros para caminar. Los caminadores lo hacen desde muy temprano, ni bien hay
luz y hasta las 9 en que comienzan a abrir los negocios y la ciudad toma su
ritmo que a lo largo del día va a ser fascinante. Por la bahía llegamos hasta
el puerto de lanchas e ingresamos en un
pintoresco barrio, un poco mas allá del centro de convenciones, que es el
Getsemaní.
No muy distinto del que está en la ciudad amurallada. Los habitantes
del Getsemaní la llaman a aquella el “corralito de piedra”. Hay algo de ironía
y de amor en esa frase. Casi se me ocurriría pensar que la hubiera dicho don
Aureliano Buendía como para distinguir la misma colonia sólo separada por unas calles.
Sólo que en barrio Getsemaní está tranquilamente habitado por su gente. Digo
tranquila, porque a pesar del bullicioso ir y venir de los autos, la gente
sigue serena sentada a la puerta de su
casa, abanicándose con una hoja de plátano o descansando debajo de la inmensa
sombra de los cauchos que todavía siguen tirando sus ramas para llegar al suelo
y pretender vivir hacia el infinito.
Es en ese barrio donde se encuentra la Iglesia de la Santísima
Trinidad donde en 1811 se declaró la independencia de Colombia. Nunca fue fácil
para nuestras naciones latinoamericanas separarnos del poder español. El
ambiente hervía en todo el continente y las dificultades para constituirnos
tanto nosotros como los colombianos en nación independiente fueron muchos. A
los primeros años de la independencia colombiana lo llamaron “La patria boba”
porque se demoró mucho tiempo entre peleas y discusiones y guerras internas en
encontrar la forma de vivir en tono soberano.
Por eso Cartagena es tan especial. Pueblos originarios, españoles,
negros esclavos, llegada de los ingleses y el ideal de independencia que
confluye sobre todas las comunidades y cada una de ellas encuentra su lugar.
Hasta los negros esclavos que se escapaban encontraban en el interior de
Colombia su lugar de vivir. El Palenque, en el que aún hoy se mantiene su
lengua africana como obligatoria para la educación. Probablemente a partir de
la independencia y de sus problemas, la ciudad entró en una etapa de declive
hasta que a fines del S. XIX, un nuevo ingreso de gentes, los inmigrantes,
provee de una nueva vitalidad a esta ciudad de ensueños. Españoles, sirios, palestinos, libaneses, italianos, Alemanes,
varias comunidades de inmigrantes chinos y
de otras naciones llegaron a Cartagena en este período de tiempo.
Tambien los piratas tienen que ser considerados en esta historia. Con una flota increíble o no, preparados o no, distintas fuerzas militares llegaron a la bahía, vencieron y también fueron derrotados. Cuando no lo hicieron los cañones del fuerte de San Felipe lo hicieron a través de las enfermedades tropicales para los que no estaban preparado . Nunca más Cartagena sería atacada por los piratas. Su bandera con los colores simbólicos del "dorado" (amarillo) del azul de sus mares y ciénagas (caribe y pacífico) y de la sangre de sus héroes (rojo) flamea a lo mas alto de la vida de los colombianos.
Tambien los piratas tienen que ser considerados en esta historia. Con una flota increíble o no, preparados o no, distintas fuerzas militares llegaron a la bahía, vencieron y también fueron derrotados. Cuando no lo hicieron los cañones del fuerte de San Felipe lo hicieron a través de las enfermedades tropicales para los que no estaban preparado . Nunca más Cartagena sería atacada por los piratas. Su bandera con los colores simbólicos del "dorado" (amarillo) del azul de sus mares y ciénagas (caribe y pacífico) y de la sangre de sus héroes (rojo) flamea a lo mas alto de la vida de los colombianos.
Seguimos andando alrededor de la bahía y nos encontramos con otro
barrio particular. La Manga, Un lugar donde conviven en forma particular gente
de estratos altos y casuchas de las clases pobres. Han aprendido a vivir así ya
que en esos lugares se han establecido los grandes comerciantes y terratenientes
de la región, construyendo a fines del S. XIX y principios del XX sus
mansiones, alrededor de las cuales vive la gente común. Grandes contrastes otra
vez: donde se encuentran las casuchas más pobres, al igual que en los barrios
alejados de la ciudad, y conviven con distintos shopings, escuelas privadas,
casonas dedicadas a consulados y embajadas. Para el turista parece pintoresco.
No ´sé cómo será para los habitantes cotidianos…
Y en nuestra vuelta llegamos otra vez al “corralito de piedra”
como le dicen los cartageneros o a la ciudad amurallada. Pero ésto queda para
mañana.
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