Llegar hasta Santa Marta implica unas cuatros horas en micro. Con
lo que había que levantarse temprano. Por supuesto, al salir del hotel, los 30
grados, y en ojotas pasamos por la playa para mojar los pies. Aguas cálidas
besando las arenas y produciendo sobre la piel el frescor que te da el agua. En
Seguida a subir al micro.
La salida de Cartagena hacia el norte se hace a través de una
amplia y muy marcada autopista. Cada tanto, obras importantes. Un puente a la
salida , cerca del aeropuerto, para que la ciénaga o la laguna de la virgen se
junte con el Caribe. Y ahí comenzamos a conocer los que es un manglar, ya que
en repetidas oportunidades nos los nombraron.
Es un terreno que, en la zona tropical, cubierto por las aguas de
las grandes mareas y por la desembocaduras de los ríos y ciénagas o pantanos,
lleno de esteros que lo cortan formando muchas islas bajas, donde crecen los
árboles que viven en el agua salada. Y esa iba a ser el paisaje que tendríamos
cuando nos acercáramos a Barranquilla y hasta Santa Marta.
Esta ciudad es la primera fundada
en Colombia. En 1525. Se precia se ser una ciudad que tiene de todo: bahía,
puerto, playas, cerros y una sierra nevada. Su importancia no reside en la
propia ciudad sino en su valor en historia. Alli vivió sus últimos días y murió
Don Simon Bolívar
Mantiene una estructura colonial y
una riqueza de la época bananera. Aquí también vive el fantasma de Garcia Marquez,
ya que muy cerca se encuentra el pueblo de Aracataca. Su bahía es pequeña y
estratégicamente indefendible por lo que fue víctima de bucaneros y piratas que
la atacaron, la saquearon y la incendieron en repetidas oportunidades.
De ahí
que lo colonial sea poco aunque la historia muy densa. Si bien la vida
transcurre casi al nivel del mar a pocos kilómetros se encuentra la Sierra
nevada, el pico mas alto de colombia de mas de 5500 metros de altura. Nos
dirigimos luego de pasear por el centro histórico hacia la playa del Rodadero,
detrás del morro y al sur de la bahía.
Para llegar a ella desde Cartagena
tuvimos que pasar por Barranquilla y luego cruzar el Río Magdalena, que nace a
más de 1200 km al sur. Situada sobre una de las orillas del río adquiere su importancia
por su apoyo a la gesta libertadora, por su capacidad industrial y por su gran
población actual de mas de un millón doscientas mil personas. Es una ciudad
activa, abierta ya que en ella se han mezclado miles de inmigrantes de
distintas etnias, conjuntamente con los pueblos originarios, los mestizos,
mulatos y españoles.
Y este ir y venir a Santa Marta es
donde se nos atravezó Colombia. De creer en una sociedad de carácter medio como
leimos en un diario argentino, nos vimos de golpe con la pobreza, justamente
cuando pasamos el Río Magdalena. A las orillas de la ruta, casi en zonas de
ciéngas y manglares la gente vive de la pesca, con el agua si no dentro de sus casas, por lo menos en
sus patios. Para llegar a sus hogares necesitan las canoas y según dicen,
duermen en ellas cuando la marea sube demasiado y supera los niveles de la ruta
asfaltada.
Cuando pasamos por la Ciénaga viene el recuerdo
de Cien Años de soledad y la gran matanza por las huelgas bananeras, por el año
1928. El realismo mágico de Gabo hablaba de 3000 muertos. La historia oficial
nunca confirmó los fusilamientos. Probablemente sean menos que los que hay en Cien Años, pero cuando la historia los recuerda no hace
mas que volver a los Buendía:
“José Arcadio Segundo, sudando hielo, se bajó al niño de los
hombros y se lo entregó a la mujer. «Estos cabrones son capaces de disparar»,
murmuró ella. José Arcadio Segundo no tuvo tiempo de hablar, porque al instante
reconoció la voz ronca del coronel Gavilán haciéndoles eco con un grito a las
palabras de la mujer. Embriagado por la tensión, por la maravillosa profundidad
del silencio y, además, convencido de que nada haría mover a aquella
muchedumbre pasmada por la fascinación de la muerte, José Arcadio Segundo se
empinó por encima de las cabezas que tenía enfrente, y por primera vez en su
vida levantó la voz.
-¡Cabrones! -gritó-. Les regalamos el minuto que falta”.
…. Debían ser como tres mil -murmuró.
En el norte de Colombia, el fantasma de
Gabo siempre está presente.
Llegamos tarde a la noche. No sé si fue
bueno el paseo hasta Santa Marta. Sí, seguro, muy sensible.
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