5/29/2017

Bitácora de viaje. Cartagena. Dia cuatro. Santa Marta.

Llegar hasta Santa Marta implica unas cuatros horas en micro. Con lo que había que levantarse temprano. Por supuesto, al salir del hotel, los 30 grados, y en ojotas pasamos por la playa para mojar los pies. Aguas cálidas besando las arenas y produciendo sobre la piel el frescor que te da el agua. En Seguida a subir al micro.


La salida de Cartagena hacia el norte se hace a través de una amplia y muy marcada autopista. Cada tanto, obras importantes. Un puente a la salida , cerca del aeropuerto, para que la ciénaga o la laguna de la virgen se junte con el Caribe. Y ahí comenzamos a conocer los que es un manglar, ya que en repetidas oportunidades nos los nombraron. 



Es un terreno que, en la zona tropical, cubierto por las aguas de las grandes mareas y por la desembocaduras de los ríos y ciénagas o pantanos, lleno de esteros que lo cortan formando muchas islas bajas, donde crecen los árboles que viven en el agua salada. Y esa iba a ser el paisaje que tendríamos cuando nos acercáramos a Barranquilla y hasta Santa Marta.



Esta ciudad es la primera fundada en Colombia. En 1525. Se precia se ser una ciudad que tiene de todo: bahía, puerto, playas, cerros y una sierra nevada. Su importancia no reside en la propia ciudad sino en su valor en historia. Alli vivió sus últimos días y murió Don Simon Bolívar


Mantiene una estructura colonial y una riqueza de la época bananera. Aquí también vive el fantasma de Garcia Marquez, ya que muy cerca se encuentra el pueblo de Aracataca. Su bahía es pequeña y estratégicamente indefendible por lo que fue víctima de bucaneros y piratas que la atacaron, la saquearon y la incendieron en repetidas oportunidades. 


De ahí que lo colonial sea poco aunque la historia muy densa. Si bien la vida transcurre casi al nivel del mar a pocos kilómetros se encuentra la Sierra nevada, el pico mas alto de colombia de mas de 5500 metros de altura. Nos dirigimos luego de pasear por el centro histórico hacia la playa del Rodadero, detrás del morro y al sur de la bahía.



Para llegar a ella desde Cartagena tuvimos que pasar por Barranquilla y luego cruzar el Río Magdalena, que nace a más de 1200 km al sur. Situada sobre una de las orillas del río adquiere su importancia por su apoyo a la gesta libertadora, por su capacidad industrial y por su gran población actual de mas de un millón doscientas mil personas. Es una ciudad activa, abierta ya que en ella se han mezclado miles de inmigrantes de distintas etnias, conjuntamente con los pueblos originarios, los mestizos, mulatos y españoles.



Y este ir y venir a Santa Marta es donde se nos atravezó Colombia. De creer en una sociedad de carácter medio como leimos en un diario argentino, nos vimos de golpe con la pobreza, justamente cuando pasamos el Río Magdalena. A las orillas de la ruta, casi en zonas de ciéngas y manglares la gente vive de la pesca, con el agua  si no dentro de sus casas, por lo menos en sus patios. Para llegar a sus hogares necesitan las canoas y según dicen, duermen en ellas cuando la marea sube demasiado y supera los niveles de la ruta asfaltada.



Cuando pasamos por la Ciénaga viene el recuerdo de Cien Años de soledad y la gran matanza por las huelgas bananeras, por el año 1928. El realismo mágico de Gabo hablaba de 3000 muertos. La historia oficial nunca confirmó los fusilamientos. Probablemente sean menos que los que hay en Cien Años,  pero cuando la historia los recuerda no hace mas que volver a los Buendía:

“José Arcadio Segundo, sudando hielo, se bajó al niño de los hombros y se lo entregó a la mujer. «Estos cabrones son capaces de disparar», murmuró ella. José Arcadio Segundo no tuvo tiempo de hablar, porque al instante reconoció la voz ronca del coronel Gavilán haciéndoles eco con un grito a las palabras de la mujer. Embriagado por la tensión, por la maravillosa profundidad del silencio y, además, convencido de que nada haría mover a aquella muchedumbre pasmada por la fascinación de la muerte, José Arcadio Segundo se empinó por encima de las cabezas que tenía enfrente, y por primera vez en su vida levantó la voz.
-¡Cabrones! -gritó-. Les regalamos el minuto que falta”.



…. Debían ser como tres mil -murmuró.




En el norte de Colombia, el fantasma de Gabo siempre está presente.
Llegamos tarde a la noche. No sé si fue bueno el paseo hasta Santa Marta. Sí, seguro, muy sensible.


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