5/28/2017

Bitácora de viaje: Cartagena. Día tres

Llegamos a la ciudad amurallada por la puerta de la torre del reloj e ingresamos en la Plaza de los coches. Ya estamos dentro del recinto amurallado. Historia pura, Ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad ya que la ciudad se encuentra entera. A partir de ese momento,  todo se debe reciclar en las condiciones exactas de su construcción. Y  nada se puede destruir. 

Y tenemos de todo. Edificios que están perfectamente reciclados con los clásicos colores  (albero) de las arenas de las plazas de toros de Murcia, de Cartagena, de donde proviene el nombre, salvo con el agregado “de Indias”. De todos modos, a los nuevos edificios se les ha unido la alegría del colorido en sus paredes, en sus muros, en sus ventanas, en los refuerzos de los balcones y en las distintas clases de enredaderas floridas que los cubren. La vegetación tropical dentro de las murallas hace el resto.




Y en ella, hay de todo. Restaurantes, barcitos para tomar algo, carritos para servirte jugos, tragos y helados, joyerías para ofrecerte el  oro y las esmeraldas, de las buenas y de las otras, casas de cambios, tienditas de artesanías y de turismo, y el ofrecimiento constante de los vendedores ambulantes con sus sombreros, sus pinturas, sus baratijas, sus joyas. Y la invitación a subirte a uno de los carruajes que a partir de la tardecita llenan románticamente las calles de la Cartagena histórica. Y aprovechen hoy que hay promoción. Mañana, no se sabe.


Por el Barrio de San Diego llegamos a la Plaza de las Bóvedas, Son muchísimos arcos que cubren un espacio de 23 bóvedas que sirvieron al principio como santa bárbara del fuerte, luego como espacios de cárcel y en la actualidad como tiendas de artesanías, diferenciándose cada una de ellas por la variedad de sus ofertas, sus colores y la distinción de sus productos.













Caminando por el baluarte de Santa Clara y por el baluarte de la Merced llegamos hasta el Claustro donde descansa Gabriel García Marquez en forma de cenizas. Es el momento de volver a abrir el libro “Vivir para contarla” para que él mismo nos guíe por esa Cartagena que amó profundamente, tal vez distinta a la que hoy vemos, aún cuando siguiendo sus pasos podemos llegar a interpretarla en la profundidad que lo hacía el Gabo:
Fue una noche histórica para mi. Apenas si alcanzaba a reconocer en la realidad las ficciones escolásticas de los libros, ya derrotadas por la vida. Me emocionó hasta las lágrimas que los viejos palacios de los marqueses fueran los mismos que tenía ante mis ojos, desportillados, con los mendigos durmiendo en los zaguanes. Vi la catedral sin las campanas que se llevó el pirata Francis Drake para fabricar cañones. Las pocas que se salvaron del asalto fueron exorcizadas después de que los brujos del obispo las sentenciaran a la hoguera por sus resonancias malignas para convocar al diablo. Vi los árboles marchitos y las estatuas de próceres que no parecían esculpidos en mármol perecederos, sino muertos en carne viva. Pues en Cartagena no estaban preservadas contra el óxido del tiempo, sino todo lo contrario: se preservaba el tiempo para las cosas que seguían teniendo la edad original mientras los siglos envejecían… (Vivir para contarlo, cap 6.).


Y si. Cartagena entonces comienza a mostrarse como misteriosa, a veces siniestra, particularmente con el palacio de la Inquisición en pleno centro. Con sus iglesias y los palacetes de las familias patricias que no alcanzaban a comprender a los originarios y menos a los negros, más allá de las propias aventuras.
Pero hay mucho  más. 

El museo del oro nos muestra que los pueblos originarios quienes lo encontraron y lo utilizaron para sus ornamentos y sus ritos tribales, también tenían entre los mandrales de Tayrona las grandes planificaciones para el control de sus inundaciones, y para la eficiencia de sus sembrados. 







Modernos o no, tenían planificados los regadíos, la distribución hídrica de las inundaciones del Rio Magdalena. 200 años AC las tribus Zenú eran agricultores y orfebres. Manejaban el oro desde el fundido, el martillado, con la cera y el filigranado. Sus piezas recuperadas muestran una cultura desarrollada e inteligente. Sobre todo en lo que resulta la agricultura. Desde ser pueblos pescadores (-4000 años) hasta la agricultura (-200) se produce un desarrollo increíble. En la costa está en un lado el mar Caribe, sobre el otro margen de la costa, las ciénagas y lagunas con sus mandrales, verdaderos centros biológicos preparados para convivir entre las aguas dulces de los ríos y las aguas saladas de las mareas altas.


Los ríos Magdalena, Cauca y San Jorge inundan anualmente las Llanuras durante ocho meses y dejan a su paso un fértil depósito de sedimentos; los suelos arcillosos y planos dificultan el drenaje de las aguas y su salida al mar. Al contrario de lo que sucedía en épocas prehispánicas, cuando los pueblos que habitaban las llanuras inundables aprovechaban las crecientes de los ríos, hoy la gente sufre año tras año la pérdida de sus viviendas, enseres, cosechas y ganado. Las poblaciones zenúes que habitaron estas tierras inundables transformaron el paisaje con el fin de adecuar extensos terrenos para vivienda, cultivo y vías de transporte, mediante un ingenioso sistema de control de aguas. Fue un largo proceso que alcanzó su mayor auge entre el 200 a.C. y el 1000 d.C.



Basta hacer el camino hasta Santa Marta para descubrir el paisaje costero, el mar la playa y por dentro las ciénagas y mandrales y el paisaje urbano que forman sus pueblos pescadores que parecieran olvidados con el paso de los años. 
Hasta mañana.

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