Llegamos a la ciudad amurallada por la puerta de la torre
del reloj e ingresamos en la Plaza de los coches. Ya estamos dentro del recinto
amurallado. Historia pura, Ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad ya que
la ciudad se encuentra entera. A partir de ese momento, todo se debe reciclar en las condiciones
exactas de su construcción. Y nada se
puede destruir.
Y tenemos de todo. Edificios que están perfectamente reciclados
con los clásicos colores (albero) de las
arenas de las plazas de toros de Murcia, de Cartagena, de donde proviene el
nombre, salvo con el agregado “de Indias”. De todos modos, a los nuevos
edificios se les ha unido la alegría del colorido en sus paredes, en sus muros,
en sus ventanas, en los refuerzos de los balcones y en las distintas clases de
enredaderas floridas que los cubren. La vegetación tropical dentro de las
murallas hace el resto.
Y en ella, hay de todo. Restaurantes, barcitos para tomar
algo, carritos para servirte jugos, tragos y helados, joyerías para ofrecerte
el oro y las esmeraldas, de las buenas y
de las otras, casas de cambios, tienditas de artesanías y de turismo, y el
ofrecimiento constante de los vendedores ambulantes con sus sombreros, sus
pinturas, sus baratijas, sus joyas. Y la invitación a subirte a uno de los
carruajes que a partir de la tardecita llenan románticamente las calles de la
Cartagena histórica. Y aprovechen hoy que hay promoción. Mañana, no se sabe.
Por el Barrio de San Diego llegamos a la Plaza de las Bóvedas,
Son muchísimos arcos que cubren un espacio de 23 bóvedas que sirvieron al
principio como santa bárbara del fuerte, luego como espacios de cárcel y en la
actualidad como tiendas de artesanías, diferenciándose cada una de ellas por la
variedad de sus ofertas, sus colores y la distinción de sus productos.
Caminando por el baluarte de Santa Clara y por el baluarte
de la Merced llegamos hasta el Claustro donde descansa Gabriel García Marquez
en forma de cenizas. Es el momento de volver a abrir el libro “Vivir para
contarla” para que él mismo nos guíe por esa Cartagena que amó profundamente,
tal vez distinta a la que hoy vemos, aún cuando siguiendo sus pasos podemos
llegar a interpretarla en la profundidad que lo hacía el Gabo:
Fue una noche
histórica para mi. Apenas si alcanzaba a reconocer en la realidad las ficciones
escolásticas de los libros, ya derrotadas por la vida. Me emocionó hasta las
lágrimas que los viejos palacios de los marqueses fueran los mismos que tenía
ante mis ojos, desportillados, con los mendigos durmiendo en los zaguanes. Vi
la catedral sin las campanas que se llevó el pirata Francis Drake para fabricar
cañones. Las pocas que se salvaron del asalto fueron exorcizadas después de que
los brujos del obispo las sentenciaran a la hoguera por sus resonancias
malignas para convocar al diablo. Vi los árboles marchitos y las estatuas de
próceres que no parecían esculpidos en mármol perecederos, sino muertos en
carne viva. Pues en Cartagena no estaban preservadas contra el óxido del
tiempo, sino todo lo contrario: se preservaba el tiempo para las cosas que
seguían teniendo la edad original mientras los siglos envejecían… (Vivir
para contarlo, cap 6.).
Y si. Cartagena entonces comienza a mostrarse como
misteriosa, a veces siniestra, particularmente con el palacio de la Inquisición
en pleno centro. Con sus iglesias y los palacetes de las familias patricias que
no alcanzaban a comprender a los originarios y menos a los negros, más allá de
las propias aventuras.
Pero hay mucho más.
El museo del oro nos muestra que los pueblos originarios quienes lo encontraron
y lo utilizaron para sus ornamentos y sus ritos tribales, también tenían entre
los mandrales de Tayrona las grandes planificaciones para el control de sus
inundaciones, y para la eficiencia de sus sembrados.
Los ríos Magdalena, Cauca y San Jorge inundan
anualmente las Llanuras durante ocho meses y dejan a su paso un fértil depósito
de sedimentos; los suelos arcillosos y planos dificultan el drenaje de las
aguas y su salida al mar. Al contrario de lo que sucedía en épocas prehispánicas,
cuando los pueblos que habitaban las llanuras inundables aprovechaban las
crecientes de los ríos, hoy la gente sufre año tras año la pérdida de sus
viviendas, enseres, cosechas y ganado. Las poblaciones zenúes que habitaron
estas tierras inundables transformaron el paisaje con el fin de adecuar
extensos terrenos para vivienda, cultivo y vías de transporte, mediante un
ingenioso sistema de control de aguas. Fue un largo proceso que alcanzó su
mayor auge entre el 200 a.C. y el 1000 d.C.
Basta hacer el camino hasta Santa
Marta para descubrir el paisaje costero, el mar la playa y por dentro las
ciénagas y mandrales y el paisaje urbano que forman sus pueblos pescadores que
parecieran olvidados con el paso de los años.
Hasta mañana.
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