El
camino hacia Montreal sería largo de modo que nos acomodamos como para ir
leyendo un buen libro. Volví a tener entre mis manos por enésima vez a los Cien
Años de Soledad y por supuesto, cada vez cosas nuevas e impredecibles. Pero no
mucho la lectura. El paisaje alrededor te llenaba los ojos. Comenzaron a
aparecer mas bosques y la cadena d elos Apalaches.
Una
primer parada la tuvimos en Woodstock, en el estado de Vermont. Gran desilusión
porque no es el que nos llamó la atención en la década del 60 con su famoso
festival hippy. Muchísimas ciudades llevan el mismo nombre y es necesario
acotar su estado. Es como Springfiel. Ya pasamos dos y en ninguna vimos a los
Simpson.
Woodstock
es un hermoso pueblo de la región de la Nueva Inglaterra, silencioso, encantador,
con su puente estilos Madison que vimos en aquella película. Con no mas de 3000
habitantes da ganas de quedarse. Un andar lento, poco ruidoso, a pesar de los
camiones cargados de troncos que pasan por su calle-ruta principal. A Ambos
lados las casas residenciales y en una punta un supermercado. Tiendas de ropas
y souvenirs y mucho verde.
Un
percance en el bus nos demoró un par de horas más que significaron un tiempo
adicional de descanso y disfrute bajo un cielo azul y caluroso de este pueblito
elegible para el descanso.
Luego
del almuerzo o picoteo seguimos a tomar el postre en la Fábrica de helas Ben
and Jerry donde vimos su elaboración y degustamos algunos de ellos. Me gustó el
título de su presentación “capitalismo filantrópico”, algo así como lo que
hemos escuchado muchas veces por aquí: “el capitalismo que se derrama”.
Bueno,
parece que allí funciona. Se inició como un negocio familiar artesana, lo
siguió siendo hasta muchos años con muchas ventas en USA y creo que ahora depende
de una de las cadenas más importantes de alimentos. De todos modos nos parece
que siguen siendo más ricos nuestros helados de Tibet en el barrio y de Il Capo.
El
cruce de la frontera implicó cambiar dinero norteamericano por canadiense.
Hermosos billetes y muy nuevos, signo de que utilizaríamos en forma constante
la tarjeta, hasta para un café. El trámite fue simple y sin observaciones para
el grupo de gente que viajábamos juntos y de ahí en más llegar a Montreal. Ya
de noche no nos quedó mucho tiempo para nada. Solo ubicarnos y esperar para
conocer la ciudad al día siguiente. Por nuestra cuenta iniciamos la búsqueda de
agua que es lo que consumimos en el viaje y llegamos hasta el Shopping Des Jardins donde hicimos la compra y
disfrutamos del juego de las aguas, con su música y sus luces en el hall central.
Luego a descansar.
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