11/24/2017

Bitácora de viaje. Día 11. NIAGARA FALLS

Una vez que dejamos Toronto, fue el lago Ontario quien acaparó nuestras miradas. Por su inmensidad y sus colores. Su superficie de agua tranquila muestra el equilibrado nivel que tienen conjuntamente con el resto de los grandes lagos que a través del Ontario descargarán su agua, con sus esquema de comunicación y transportes al Río San Lorenzo y por éste al Atlántico. La navegación río arríba será posible hasta las cataratas del Niágara que  marcan un punto de inflexión y de obstáculo físico a la navegación y hacia los lagos.

El paisaje desde Canadá hasta los límites fronterizos con Estados Unidos es muy hermoso. Bosques pintorescos, arroyos serpenteando entre los caminos y como fondo siempre la grandeza de los lagos.



Nuestra primera parada del día fue en un pequeño pueblito llamado “Niágara on the Lake”.una pequeña ciudad que no excede los 13.000 habitantes y que vive exclusivamente del pintorrequismo de su paisaje y de la forma glamorosa en que se presenta para el turismo. Su historia, repleta de nombres de militares famosos y de batallas tiene su principal punto en que fue la primera capital de Canadá, hasta que nuevas peripecias políticas y las guerras de 1812 le quitaron ese título para llevarlo hacia Toronto. No obstante, siguió siendo importante por su actividad productiva naval y de comercio vinculado al tema militar.  

El corrimiento de los ejes políticos la dejaron sin esa historia y quedó sólo con sus casas hermosas, sus jardines, su pueblo cuidado en un esquema de “slow” donde lo principal es el turismo, la belleza del paisaje, la actividad gastronómica, la visita a las bodegas y la constante admiración frente a los arreglos florales. Un buen café y tomar el micrito local que nos llevara hasta el parking, nos dejó el buen gusto de una parada super romántica.

De ahí, unos kilómetros por las riberas del Niágara nos permitió llegar hasta las Niágara Falls, las famosas cataratas super conocidas  como símbolo de las bellezas naturales.


El ámbito en el que uno se encuentra con las cataratas es el desarrollo inmobiliario, decenas de hoteles, casinos y restaurantes lo que indica la gran cantidad de turistas que son atraídos por la belleza de las cataratas. Desde la calle y sus veredas se las pueden ver con toda su belleza, su fuerza y la constante musicalidad que produce por la caída de toneladas de agua.


No era de despreciar un pequeño paseo en un barquito para dejarse empapar por la energía del agua y la violencia de sus cascadas. Envueltos inútilmente por unas capas de plástico disfrutamos la cercanía de las caídas del agua del lado canadiense. La alegría y la emoción imparable que produce la experiencia de una catarata es difícil de explicar, así como también resulta difícil separarse de esa experiencia, con muchas ganas de  quedarse todo el tiempo posible.


Por la tarde recorrimos un poco la ciudad, almorzamos y cruzamos la frontera para dirigirnos a nuestro hotel en territorio norteamericano en Búffalo.













Por la noche, regresamos unos treinta kilómetros para ver desde el lado de USA las caídas, las luces multicolores que pintan el agua, el rumoroso  e inacabable sonido que uno se lleva con la experiencia de la vida en constante fluir.




Como no es posible desprenderse de la necesidad de comparar las cataratas del Niágara con nuestras cataratas argentinas, llegamos a la conclusión más equilibrada posible: son diferentes experiencias y ambas deberían ser vividas con el entusiasmo y la emoción que cada uno sienta al momento de estar dentro de ellas.

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