12/01/2017

Bitácora de viaje. Día 17. Washington

Desde  temprano nos dirigimos al Centro para sentir el valor de una capital frenética de día. Ya a las 9 de la mañana el ritmo era infernal. Miles de autos confluyen hace el centro administrativo y los autos desaparecen como si se los tragara la tierra (eso es lo que sucede con los miles de lugares subterráneos para estacionamiento. Sobre los parques  y las calles circundantes al eje histórico sólo en los lugares de aparcamiento por minutos para los buses de turistas y grupos de funcionarios o manifestantes que pueden hacerlo con total libertad frente a la Casa Blanca.



El recorrido siempre comienza con los memoriales. Antes de ir al Museo de Lincoln pasamos por el memorial de Vietnan que resulta un tajo (una herida) en la tierra. Una guerra en la que el ciudadano de a pie no quería participar pero sus autoridades lo hicieron y obligaron a todos los jóvenes a anotarse en las files militares. 



Aparecieron movimientos pacifistas y aquel fuerte movimiento de Woodstock que marcó el comienzo del hippismo por un lado pero por otro, la firme voluntad de los jóvenes de no ir a la guerra.


Años antes ya estados Unidos se había embarcado en otra guerra que aún no ha terminado que es la Guerra de Corea. Aquella etapa terminó con el paralelo divisorio entre las del Sur y las del norte, pero como toda contienda que no termina en paz sigue silenciosa, con los dientes apretados y armándose militarmente por dentro, cosa que hicieron a lo largo de todos estos últimos años y lo están manifiestando ahora, comprometiendo nuevamente a USA a intervenir en otra guerra loca que podría ser la III mundial. No jodamos. Esto hay que pararlo desde ahora.
El Memorial de Corea con su frente de granito negro bruñido y su escenificación de los 28 solados saliendo del bosque llama poderosamente la atención. Lo mismo el memorial de Vietnam con todos los nombres de las víctimas escritas en las paredes con toda una hermenéutica para encontrar los familiares en el lugar y en el numero de línea indicado. Realmente, los artífices de estos monumentos son artistas increíbles.



Y lo hacen para el americano medio que no es politizado en cuanto a los partidos. Es mas bien patriótico, tradicionalista, cumplidor de la ley, amante de la verdad, casi un hombre de derecha, que inclina su voto a quien le ofrece garantías sobre sus tradicionales deseos. A partir de estas reflexiones uno entiende porqué ha ganado TRump con los votos democráticos de sus ciudadanos.



Antes de entrar en el Museo de Artes al que teníamos especial ganas de visitar pasamos por el Kennedy Center que es un verdadero centro de convenciones, suma de artes y varios módulos de teatros y escenarios para la vida cultural completa en la ciudad. Los espectáculos son múltiples y a lo largo de todo el año, siendo sus entradas en la mayoría de los casos distribuidas entre los grupos colaboradores y financiadores del centro.


Los ejes van desde el Monumento a Lincoln y la Casa blanca y el Obelisco con el palacio del congreso. Todo se ve muy enorme y es increíble lo que hemos caminado para ir desde un  lado hacia otro. La hora del almuerzo lo hicimos en la cafetería del Centro de Artes con un tentempié como para seguir caminando. Aunque ya las piernas comenzaban a  acusar el cansancio de todo el viaje. Hicimos una recorrida, llena de admiraciones por el Centro, atentos a las distintas colecciones de pinturas y esculturas. Hay mucho arte acumulado en Estados Unidos, tanto por las instituciones públicas como por los grandes centros y fundaciones multinacionales que han comprado todo lo que estuviera a su alcance en Europa.


Hacia el final, ya no pudimos cruzar el parque y hacer una visita al Museo del Aire porque ni nos daban los tiempos ni las piernas, de modo que despacito, esperamos el bus que nos llevara al puerto para hacer una pequeña navegación por el río Potomac. Cómodamente sentados en el barco disfrutamos de otra perspectiva de la ciudad. Bien acuática con mucho verde y recorriendo uno de los perfiles de la ciudad.



George Washington murió en 1799, en su casa, luego de haber ejercido en dos oportunidades la Presidencia de la nación, elegido casi por el
100% de los electores. Es declarado Padre de la Patria y se lo reconoce a través de muchas ciudades, innumerables calles, nombres de instituciones y por la bandera que cuelga no sólo en los edificios públicos sino en muchísimas casas particulares de la nación.

Una pasadita clásica por la casa Blanca y la vuelta al hotel marcó el fin de nuestra recorrida por el Distrito Capital de Estados Unidos.

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