La próxima parada fue Kaimacli ya no un templo sino una verdadera ciudad subterránea. En sus túneles y catacumbas se albergaban más de 30.000 personas que se ocultaban ante los feroces ataques de sus enemigos, que sucedieron a lo largo de muchos siglos. Se cree que los hititas (-5000 años) vivían en esta zona. Finalmente los cristianos se ocultaban allí (s. II y III) para huir de la persecución de los romanos. Capadocia es un territorio en medio de la ruta de la seda y de las caravanas que iban entre Oriente y Occidente. También rutas militares de árabes y bizantinos. Existen más de diez ciudades de este tipo, siendo la más importante la de Kaimacli. Centenares de habitaciones en casi diez plantas subterráneas. Dentro de la ciudad subterránea se encuentran iglesias, establos, escuelas, cocinas, cavas, cisternas y habitaciones de diferentes tamaños, con enfoque habitacional y social.
Aún es posible
distinguir las manchas de hollín en sus paredes.
Para garantizar que el aire dentro de la ciudad fuera suficiente y puro,
cuenta con respiraderos de hasta 80 metros de profundidad que siguen cumpliendo
su función hasta estos días. Aunque defenderse de posibles
invasores ha sido prioridad para muchas civilizaciones a lo largo de la
historia, es en Turquía y específicamente en la hermosa región de Capadocia,
donde se puede apreciar los esfuerzos que sus habitantes hicieron para garantizar
su seguridad. Kaimacli es una de las tres ciudades subterráneas abiertas al
público de las treinta y seis que se encuentran en esta región. Construida
entre los siglos V y X d.C., de los nueve pisos que se conocen, cuatro son
accesibles ya que los demás están bajo la atención de investigadores o no se han excavado aún.
Cuando llegamos a Uchisar,
la sorpresa fue imponente. Es lo que define a Capadocia. Es un milagro formado
a lo largo de los siglos como consecuencia de la erosión producida por el agua
y el viento sobre la acumulación de capas distintas cenizas volcánicas
arrojadas hace millones de años por los viejos
volcanes de la zona, sobre una amplitud de mas de 20.000 Km cuadrados.
Es una fiesta de colores y formas. Y en esas formaciones el hombre construyó su
hábitat y cuando descubrió que que los lugares eran seguros, los utilizaron como viviendas para su defensa.
No sólo construyeron sus ciudades sino también sus iglesias, particularmente los cristianos y en
ellas se encuentran los frescos de diversos estilos que marcan todas las etapas
del cristianismo desde el siglo II hasta el XIV.
Pequeñas
comunidades de anacoretas seguidores de San Basilio comenzaron a
formarse en la región y empezaron a excavar celdas en la roca blanda. Durante
el periodo iconoclasta (725-842) la decoración de la mayoría de santuarios de
la región era mínima, normalmente simples símbolos como el de la cruz. Después
de este periodo, se cavaron iglesias nuevas en la roca y fueron ricamente
decoradas con coloridos frescos.
La zona de las iglesias en las que se pueden ingresar (no pensemos
en grandes iglesias), sino en pequeñas entradas dentro de la roca donde pueden
haber hasta dos o tres habitaciones con sus ábsides y sus frescos.
Toda esta región se encuentra dominada por el Parque Nacional el
Goreme, donde se encuentran los distintos valles y desfiladeros, barrancas y
mesetas donde todo paisaje es posible. En uno de los sitios enclavados es
posible encontrar la iglesia de San Jorge que vence al dragón, historia
mitológica que alcanza a muchos pueblos como su santo protector.
No fuimos a dormir a hora temprana. Luego de la cena quisimos
conocer la “noche turca” un verdadero espectáculo de música y bailes que
alegraron la noche. En una caverna excavada en la montaña del Uchisar, un salón
repleto de turistas, aplaudió no sólo las conocidas danzas de los siete velos o
del vientre, sino también una serie de danzas folklóricas representativas de
las distintas regiones de Turquía, desde la central Anatolia hasta la alejada
región de los Kurdos y de los Armenios. Al final todos entramos en el vértigo
del baile terminando en una gran complacencia por la música latinoamericana que
nos pusieron para acompañar la alegría de la danza.
Con los acordes de los últimos instrumentos debimos dejar el lugar
porque el día siguiente comenzaría muy temprano
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