10/21/2018

Bitácora de viaje. Día 13. Vuelo en globo – Y camino hacia Konya


La mañana nos sacó muy temprano de la cama. Sin desayunar y bien abrigados nos dirigimos al Valle Rojo de la Región del Parque del Goreme. Objetivo: volar en los globos aerostáticos. Emoción, Audacia, tranquilidad, llegamos justo cuando se iniciaba el rito de llenar a los inmensos globos de aire y preparar las canastas y los propulsores de gas caliente para iniciar una travesía serena y sin ruidos por el aire en el amanecer del Goreme. 



En la semipenumbra del amanecer cada vez que se lanzaba dentro del globo un gran chorro de aire caliente, todo se iluminaba cual si fuera un gran farol chino. Nos subieron a las canastillas, cabíamos unas veinte personas por globo y cuando nos quisimos acordar estábamos ascendiendo lenta y silenciosamente sobre esas  chimeneas surrealistas, descubriendo un paisaje totalmente desconocido en nuestro planeta. 


Ascendimos hasta los seiscientos metros de altura entre los murmullos y gritos de alegría, con algo de temor y nerviosismo y una profunda excitación. Todos los sentimientos posibles se aunaban en este ascenso. A lo lejos, hacia el este, un rojo profundo nos avisaba que explotaría el amanecer.  


A los sentimientos personales había que agregar el paisaje de Capadocia exhibiéndose sin pudor  en toda su magnitud: esos rojos del amanecer que asomaba en el horizonte, los verdes de la pradera del valle, esos  grises del desfiladero del Goreme , al que, poco a poco, descendería nuestro globo hasta casi posarse sobre estas chimeneas multiformes. El amarillo fuerte que reflejaba la sombra de nuestro globo sobre las paredes y barrancas de la meseta y el azul de un cielo sin viento y sin una nube. Maravillados por este espectáculo caleidoscópico donde  más de 120 globos de todos colores volando simultáneamente sobre el Parque. ¡Alucinante!



Deseábamos que no acabara ese tiempo dedicado a esta experiencia novedosa de volar. La fresca mañana sin brisa hizo que todo fuera tan silencioso en el ambiente que apagaba nuestro ruido interior de excitación y alegría. Pero,  el viaje debía terminar. La pericia del capitán hizo que nuestro “Hot Air Ballon Flight” comenzara un descenso tan suave que, directamente se posara sobre el tráiler que lo trasladaría a su lugar para iniciar al día siguiente otra aventura. 


Bajamos de la canastilla en silencio, con ganas de gritar de excitación y con el entusiasmo de un niño. La ceremonia final fue la ronda con el capitán, un brindis con una copa de champán y el certificado que confirma nuestro vuelto de bautismo. A partir de ahí comenzamos a intercambiar las emociones, la experiencia y compartir nuestras fotografías. En el primer lugar de wifi que fue el hotel donde llegamos para desayunar, salieron las fotos para nuestras familias y amigos. Del otro lado de esa fantástica comunicación salieron los ¡Huauuuu! , los vivas y las felicitaciones por habernos animado a estar más de una hora flotando en ese cielo azul (que ni es tan cielo ni tan azul) que nos venía acompañando desde que iniciamos nuestro paseo, unos trece días atrás.


Y con este entusiasmo, seguimos nuestro camino hacia el valle de Pasabad donde encontraríamos esas chimeneas cónicas donde habitaban los monjes. Más tarde nos acercamos al barranco del Ilhara, una pequeña población en la que todavía quedan restos de la vida subterránea como sus molinos y sus iglesias. Para almorzar, bajamos hasta la vera del río y con el frescor del agua y del bosque hicimos una parada en la sombra, alejados de los 30 grados que nos venían acompañando. 
El murmullo del agua y la deliciosa comida preparada y como un cierre, un clásico Baclava, seguimos nuestro camino con destino final al anochecer en Konya. Casi como una copia de los viejos sultanes, el almuerzo se realizó sobre unas pequeñas carpas sobre el río, con mesas pequeñas y almohadores para retozar a gusto.


Pero en Sultahan nos esperaba otra sorpresa. Un Magnífico Karavanserail nos llamaba a visitarlo. Era el alojamiento de las antiguas caravanas que cada tantos kilómetros alojaban a los comerciantes, a sus cargas, sus hombres y sus camellos en el “camino de la seda”. La historia otra vez se hace presente y nos remonta a la época de Marco Polo y sus aventuras del comercio entre Oriente y Occidente. Sus nombres son distintos según los lugares y son las clásicas estaciones de relevo de los comerciantes en Europa, o nuestras “postas” criollas en la época colonial. 

Atender a los comerciantes, a las personas, a los animales porteadores y resguardar las cargas que eran todo el capital transportado. Siempre las caravanas fueron un blanco fácil de los piratas de caminos, en toda la histora hasta el presente. De ahí la creación de estos edificios. Enorme, de casi una manzana de dimensión, había lugar para los hombres y establos para los animales y también bodegas para las cargas. Podían alquilarse habitaciones especiales si así se solicitaba.
Esta construcción dada de 1229 según las inscripciones y sigue una línea imaginaria desde Konya, Aksaray hasta Persia. Este es uno de los más grandes, destruido y reconstruido, forma parte de las construcciones de la arquitectura de Anatolia.


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