La mañana nos
sacó muy temprano de la cama. Sin desayunar y bien abrigados nos dirigimos al
Valle Rojo de la Región del Parque del
Goreme. Objetivo: volar en los globos aerostáticos. Emoción, Audacia,
tranquilidad, llegamos justo cuando se iniciaba el rito de llenar a los
inmensos globos de aire y preparar las canastas y los propulsores de gas
caliente para iniciar una travesía serena y sin ruidos por el aire en el
amanecer del Goreme.
En la semipenumbra del amanecer cada vez que se lanzaba
dentro del globo un gran chorro de aire caliente, todo se iluminaba cual si
fuera un gran farol chino. Nos subieron a las canastillas, cabíamos unas veinte
personas por globo y cuando nos quisimos acordar estábamos ascendiendo lenta y
silenciosamente sobre esas chimeneas surrealistas,
descubriendo un paisaje totalmente desconocido en nuestro planeta.
Ascendimos
hasta los seiscientos metros de altura entre los murmullos y gritos de alegría,
con algo de temor y nerviosismo y una profunda excitación. Todos los
sentimientos posibles se aunaban en este ascenso. A lo lejos, hacia el este, un
rojo profundo nos avisaba que explotaría el amanecer.
A los sentimientos personales había que
agregar el paisaje de Capadocia exhibiéndose sin pudor en toda su magnitud: esos rojos del amanecer
que asomaba en el horizonte, los verdes de la pradera del valle, esos grises del desfiladero del Goreme , al que,
poco a poco, descendería nuestro globo hasta casi posarse sobre estas chimeneas
multiformes. El amarillo fuerte que reflejaba la sombra de nuestro globo sobre
las paredes y barrancas de la meseta y el azul de un cielo sin viento y sin una
nube. Maravillados por este espectáculo caleidoscópico donde más de 120 globos de todos colores volando simultáneamente
sobre el Parque. ¡Alucinante!
Deseábamos que
no acabara ese tiempo dedicado a esta experiencia novedosa de volar. La fresca
mañana sin brisa hizo que todo fuera tan silencioso en el ambiente que apagaba
nuestro ruido interior de excitación y alegría. Pero, el viaje debía terminar. La pericia del
capitán hizo que nuestro “Hot Air Ballon
Flight” comenzara un descenso tan suave que, directamente se posara sobre
el tráiler que lo trasladaría a su lugar para iniciar al día siguiente otra
aventura.
Bajamos de la canastilla en silencio, con ganas de gritar de
excitación y con el entusiasmo de un niño. La ceremonia final fue la ronda con el
capitán, un brindis con una copa de champán y el certificado que confirma
nuestro vuelto de bautismo. A partir de ahí comenzamos a intercambiar las
emociones, la experiencia y compartir nuestras fotografías. En el primer lugar
de wifi que fue el hotel donde llegamos para desayunar, salieron las fotos para
nuestras familias y amigos. Del otro lado de esa fantástica comunicación
salieron los ¡Huauuuu! , los vivas y las felicitaciones por habernos animado a
estar más de una hora flotando en ese cielo azul (que ni es tan cielo ni tan
azul) que nos venía acompañando desde que iniciamos nuestro paseo, unos trece
días atrás.
Y con este
entusiasmo, seguimos nuestro camino hacia el valle de Pasabad donde encontraríamos esas chimeneas cónicas donde habitaban
los monjes. Más tarde nos acercamos al barranco del Ilhara, una pequeña población en la que todavía quedan restos de la
vida subterránea como sus molinos y sus iglesias. Para almorzar, bajamos hasta
la vera del río y con el frescor del agua y del bosque hicimos una parada en la
sombra, alejados de los 30 grados que nos venían acompañando.
El murmullo del
agua y la deliciosa comida preparada y como un cierre, un clásico Baclava,
seguimos nuestro camino con destino final al anochecer en Konya. Casi como una
copia de los viejos sultanes, el almuerzo se realizó sobre unas pequeñas carpas
sobre el río, con mesas pequeñas y almohadores para retozar a gusto.
Pero en Sultahan nos esperaba otra sorpresa. Un
Magnífico Karavanserail nos llamaba a visitarlo. Era el alojamiento de las antiguas
caravanas que cada tantos kilómetros alojaban a los comerciantes, a sus cargas,
sus hombres y sus camellos en el “camino
de la seda”. La historia otra vez se hace presente y nos remonta a la época
de Marco Polo y sus aventuras del comercio entre Oriente y Occidente. Sus
nombres son distintos según los lugares y son las clásicas estaciones de relevo
de los comerciantes en Europa, o nuestras “postas” criollas en la época
colonial.
Atender a los comerciantes, a las personas, a los animales
porteadores y resguardar las cargas que eran todo el capital transportado.
Siempre las caravanas fueron un blanco fácil de los piratas de caminos, en toda
la histora hasta el presente. De ahí la creación de estos edificios. Enorme, de
casi una manzana de dimensión, había lugar para los hombres y establos para los
animales y también bodegas para las cargas. Podían alquilarse habitaciones
especiales si así se solicitaba.
Esta
construcción dada de 1229 según las inscripciones y sigue una línea imaginaria
desde Konya, Aksaray hasta Persia. Este es uno de los más grandes, destruido y
reconstruido, forma parte de las construcciones de la arquitectura de Anatolia.
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