Apenas con
un par de horas de sueño nos levantamos. Una relajante ducha, un buen desayuno
y salir. En poco tiempo estábamos conociendo sus calles y sus plazas. Sus
edificios y a través de todos ellos, su historia. Justamente es la historia la
que enhebrará los relatos y las imágenes. Algunos edificios majestuosos lucían como el lugar de las
residencias institucionales: el parlamento, la universidad, la casa de gobierno.
Pero en realidad lo que nos interesaba sobremanera era trepar la colina de la
Acrópolis y llegar hasta el punto más alto de la civilización griega.
Atenas es la capital de Grecia, con casi 4
millones de habitantes, sobre un total de mas de 11 millones en la totalidad
del territorio continental e insular. Los turistas duplican en cada año esa
cifra de habitantes. Su forma de gobierno es parlamentaria. Tiene un presidente
y un primer ministro, que es el que todos recordamos , AlexisTsipras.
Atenas
es un ciudad plena de testimonios de toda su historia, lo que es a su vez, su riqueza cultural. Los restos arqueológicos
de la Grecia clásica nos hablan del ágora, de la república, del nacimiento de
la democracia, de la cultura. Por eso deseábamos subir hasta la “ciudad alta”
verdadero significado de la Acrópolis. Un mapa común nos lo describe: la entrada a la Acrópolis se realiza por una gran puerta
llamada los Propileos. A su lado derecho y frontal se encuentra el Templo de
Atenea Niké. Una gran estatua de bronce
de Atenea, realizada por Fidias, se encontraba
originariamente en el centro.
A la derecha de donde se erigía esta escultura se
encuentra el Partenón o Templo de Atenea Partenos (la
Virgen). A la izquierda y al final de la Acrópolis está el Erecteión, con su célebre stoa o
tribuna sostenida por seis cariátides. En la ladera
sur de la Acrópolis se encuentran los restos de otros edificios, entre los que
destaca un teatro al aire libre llamado Teatro de Dionisio, donde
estrenaron sus obras Sófocles, Aristófanes y Esquilo.
A medida que transitábamos los pasos para acercarnos al
Partenón descubríamos la verdadera ciudad de aquella antigua Grecia, ciudad
montada sobre la colina para hacerla inexpugnable y segura. El signo de Pericles se ve en cada paso de
aquellos monumentos que uno imagina como enteros aún cuando le falten un
porcentaje alto de sus piezas.
Por suerte pudimos reconstruir los capiteles del
Partenon con nuestra memoria de la visita al Museo de Londres donde habitan los
restos que en algún momento deberán ser devueltos a su lugar original y
privilegiado de Grecia.. Las cariátides que vimos tantas veces en nuestros
libros escolares de historia se hicieron presentes ante nuestros ojos como
verdaderos signos de la existencia y el valor de la historia.
La isla de
Salamina al frente de la ciudad, presencia protagonista de tantas batallas y
victorias. A los pies de la acrópolis los otros simbolos de la ciudad y
fundamentalmente la nueva Atenas que se derrama a las laderas de sus colinas
extendiéndose hasta el mar profundamente azul. Las palabra de la bandera
“libertad o muerte” reflejan los momentos de la vista de la ciudad.
El
calor intenso pasado el mediodía, el cansancio de una noche no muy calma, hizo
que renunciáramos a entrar en el Museo de la Acrópolis. Mucha historia sucedió
sobre la colina. No sólo la griega, sino los romanos que la ocuparon, el
cristianismo, el islam, sin dejar de citar a naciones modernas que se llevaron
sus riquezas arqueológicas a otros lados. La colina se ve desde todos los
puntos de la ciudad, incluso de noche refulge con una presencia inusitada.
Por la
noche decidimos conocer la movida de Atenas y nos dirigimos hacia el centro
dinámico de la ciudad que es el barrio de Plaka, donde, luego de recorrer sus
callecitas, repletas de tiendas de todo tipo, decidimos elegir un restaurant
para degustar la comida griega. Un estofado de carne de cordero acompañado de
una papas y una cerveza fueran la clave de la cena.
Un inesperado
acontecimiento fue la frutilla del postre. Habían pasado más de 60 años en que
nos buscábamos mutuamente luego de nuestro egreso de la primaria. Nunca nos
volvimos a encontrar. Solo la casualidad, el destino o la charla informal que
se realiza en el sereno descanso de las vacaciones, nos permitió encontrarnos,
en la mesa de al lado con un compañero de la primaria: Miguel Angel. Sorpresa, gritos, cerveza en manos, nos
abrazamos como nunca lo pudimos hacer. Pasaron los años pero los timbres de
voz, los rasgos de la cara y el entusiasmo
nos permitió reconocernos en forma inmediata.
Fue un cierre hermoso y
emotivo de nuestro encuentro. Tenía que ser en Grecia. Y nos fue encaminando
toda vez que suspendimos una cena, dijimos que no en otro restaurante y nos
acercamos a ese. El destino.
Evidentemente el oráculo del encuentro se había cumplido. El Partenón en la
cima de la colina lucía iluminado y presente.-
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