10/11/2018

Bitácora de viaje. Día 3. Kalambaka: el Valle de Meteora.


Partimos temprano con destino al Valle de Meteora, Unas cuantas horas como para recordar de la mano de Reyes, nuestra guía y coordinadora en la etapa griega,  un poco la historia de Grecia, en ese mientras tanto que duraría más de 400 km. Pasamos por Maratón, símbolo actual del esfuerzo de nuestros corredores que deben realizar sus 42 kilómetros, tal como aquel Filípides que recorrió esa distancia hasta Atenas para anunciar la victoria sobre el ejército persa (490 ac). O el paso de las Termópilas, en el que vemos el desfiladero con sus “puertas calientes” y la extensa playa donde se había estacionado el ejército persa y que Leónidas con sus 300 defendió la entrada incluso con su muerte, tal como lo había establecido el oráculo.








Así fuimos desgranando algunas partes de la historia tal como lo hicimos en la Acrópolis de Atenas, ahora en esos territorios donde espartanos y atenienses luchaban entre si o se unían contra enemigos más poderosos con el liderazgo de Alejandro. Hicimos una parada en una pequeña ciudad turística junto al mar. Hermosas callecitas con viviendas confortables para los turistas de la capital y muchas cafeterías en ambos lados de la calle. El lugar se llamaba Kamena Vurla. Con pocos habitantes estables,  se colapsa en los meses de vacaciones dada su cercanía con la capital griega. Aguas termales en la montaña y un monasterio del S. XI al que no accedimos, pero remplazamos por admirar la pequeña iglesia ortodoxa en el centro de la ciudad.
 

Más tarde nos detendríamos para almorzar para llegar a Kalambaka hacia la media tarde. Cuando comenzamos a ver las formaciones geológicas a la distancia, la emoción también se agrandaba porque se unieron en un solo lugar un acontecimiento geológico de millones de años  y una historia religiosa importante. Las formaciones rocosas, según los antiguos escritos cristianos han sido  "las rocas enviadas por el cielo a la tierra"  para permitir a los griegos retirarse y rezar. Nunca hubieran imaginado aquellos monjes que este lugar sería el segundo más visitado en toda Grecia. El descanso y la paz buscada en aquellos tiempos de misticismo y contemplación, hoy se encuentra totalmente interrumpido por la mirada ávida del turista,  la necesidad de orar de los religiosos y el asombro de la mayoría de los visitantes.

 


Geograficamente es un emplazamiento de imponentes masas rocosas de cientos de miles de años, donde había un río que desembocaba en el golfo de Tesalónica. Cuando este río encontró una nueva salida en el mar Egeo, este macizo, bajo la acción de la erosión y los terremotos, se hundió y dio nacimiento a este extraño paisaje. Sobre las puntas mas importantes y prominentes del Valle de Meteora se construyeron los primeros monasterios cristianos. Se fundaron en el S. XIV, donde escapaban de los turcos y de las guerras de Albania. Construidos sobre una base de arquitectura bizantina no sólo guardan las reliquias de los santos sino que una gran cantidad de frescos medievales se conservan intactos en sus paredes. Ese día nos toco visitar el Monasterio de San Esteban. En el momento de mayor apogeo eran más de veinticuatro, quedando solamente ahora sólo siete que han sobrevivido a la actividad sísmica y a la destrucción de la guerra, particularmente  de la invasión nazi a la región.


Existe un circuito de casi veinte kilómetros con una buena ruta y distintos miradores para poder apreciar y fotografiar esos monasterios que a veces uno cree que vencen a la gravedad.


En la actualidad han sido declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. San Esteban está regenteado por monjas que atienden a los visitantes que en tropel acceden a ellos. Difícil sustraerse a la belleza del lugar en lo interior o en el paisaje exterior que lo circunda. Nosotros no dejamos de emocionarnos ante tanta grandeza y admirar la mística del lugar y de sus religiosos. Salvo el monasterio que visitamos (Agios Stephan) al que se accede de un modo fácil a través de un puente, el resto de los monasterios son escalables y hay que subir demasiados escalones para visitarlos.
 


Belleza y riqueza. Belleza por el lugar y por si mismos. Riqueza porque muchos de ellos, hoy con sus museos, han albergado códices medievales de alto valor que gracias a la temperatura y la forma de construcción han perdurado en el tiempo. Los murales de los templos ortodoxos, su iconografía de ascendencia bizantina generan puntos máximos de admiración. Frescos, utensilios de culto, vestimentas bordadas en oro y con piedras preciosas, muestran la religiosidad del pueblo y el respeto y a la vez, resguardo, de tan hermosa región. Una vuelta más por la carretera que los circunda nos dejó la paz y la serenidad que cada uno de ellos en la altura de los cielos (meteora) nos brindaba.
A pocos kilómetros, en Kalambaka, encontramos nuestro hotel para descansar. Era de noche.

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