Partimos
temprano con destino al Valle de Meteora, Unas cuantas horas como para recordar
de la mano de Reyes, nuestra guía y coordinadora en la etapa griega, un poco la historia de Grecia, en ese mientras
tanto que duraría más de 400 km. Pasamos por Maratón, símbolo actual del
esfuerzo de nuestros corredores que deben realizar sus 42 kilómetros, tal como
aquel Filípides que recorrió esa distancia hasta Atenas para anunciar la victoria
sobre el ejército persa (490 ac). O el paso de las Termópilas, en el que vemos
el desfiladero con sus “puertas calientes” y la extensa playa donde se había
estacionado el ejército persa y que Leónidas con sus 300 defendió la entrada
incluso con su muerte, tal como lo había establecido el oráculo.
Más
tarde nos detendríamos para almorzar para llegar a Kalambaka hacia la media
tarde. Cuando comenzamos a ver las formaciones geológicas a la distancia, la
emoción también se agrandaba porque se unieron en un solo lugar un
acontecimiento geológico de millones de años
y una historia religiosa importante. Las formaciones
rocosas, según los antiguos escritos cristianos han sido "las rocas enviadas por el cielo a la
tierra" para permitir a los griegos
retirarse y rezar. Nunca hubieran imaginado aquellos monjes que este lugar
sería el segundo más visitado en toda Grecia. El descanso y la paz buscada en
aquellos tiempos de misticismo y contemplación, hoy se encuentra totalmente
interrumpido por la mirada ávida del turista,
la necesidad de orar de los religiosos y el asombro de la mayoría de los
visitantes.
Geograficamente es un emplazamiento de
imponentes masas rocosas de cientos de miles de años, donde había un río que
desembocaba en el golfo de Tesalónica. Cuando
este río encontró una nueva salida en el mar Egeo, este
macizo, bajo la acción de la erosión y los terremotos, se hundió y dio
nacimiento a este extraño paisaje. Sobre las puntas mas importantes y
prominentes del Valle de Meteora se construyeron los primeros monasterios
cristianos. Se fundaron en el S. XIV, donde escapaban de los turcos y de las
guerras de Albania. Construidos sobre una base de arquitectura bizantina no
sólo guardan las reliquias de los santos sino que una gran cantidad de frescos
medievales se conservan intactos en sus paredes. Ese día nos toco visitar el
Monasterio de San Esteban. En el momento de mayor apogeo eran más de
veinticuatro, quedando solamente ahora sólo siete que han sobrevivido a la
actividad sísmica y a la destrucción de la guerra, particularmente de la invasión nazi a la región.
Existe un circuito de casi veinte
kilómetros con una buena ruta y distintos miradores para poder apreciar y
fotografiar esos monasterios que a veces uno cree que vencen a la gravedad.
En la actualidad han sido declarados
Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. San Esteban está regenteado por
monjas que atienden a los visitantes que en tropel acceden a ellos. Difícil
sustraerse a la belleza del lugar en lo interior o en el paisaje exterior que
lo circunda. Nosotros no dejamos de emocionarnos ante tanta grandeza y admirar
la mística del lugar y de sus religiosos. Salvo el monasterio que visitamos (Agios
Stephan) al que se accede de un modo fácil a través de un puente, el resto de
los monasterios son escalables y hay que subir demasiados escalones para
visitarlos.
Belleza y riqueza. Belleza por el lugar
y por si mismos. Riqueza porque muchos de ellos, hoy con sus museos, han
albergado códices medievales de alto valor que gracias a la temperatura y la
forma de construcción han perdurado en el tiempo. Los murales de los templos
ortodoxos, su iconografía de ascendencia bizantina generan puntos máximos de
admiración. Frescos, utensilios de culto, vestimentas bordadas en oro y con
piedras preciosas, muestran la religiosidad del pueblo y el respeto y a la vez,
resguardo, de tan hermosa región. Una vuelta más por la carretera que los
circunda nos dejó la paz y la serenidad que cada uno de ellos en la altura de
los cielos (meteora) nos brindaba.
A pocos kilómetros, en Kalambaka,
encontramos nuestro hotel para descansar. Era de noche.
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