Los objetos y
testimonios más importantes de la antigüedad clásica de Grecia se encuentran en
el Museo Arqueológico de Atenas. Alberga en su colección superior a los 20.000
objetos con una verdadera y ordenada clasificación, de modo que la calidad
interpretativa para el visitantes es de lo mejor.
No solo esta fue nuestra
opinión sino que es considerado como uno de los museos de este tipo más
importantes del mundo. A mi gusto que he visitado el de New York, el de Londres
y los de Berlín, no me cabe duda que el de Atenas se encuentra en una posición inmejorable.
Las distintas
colecciones con que se recorre el museo (prehistoria, esculturas, cerámica,
bronces y otras historias – Egipto por ejemplo) están presentadas con mucha
prolijidad, iluminadas para que el visitante ávido de poseer (fotográficamente)
los objetos, sin necesidad del uso del flash y la doble grafía en griego e
inglés, da un panorama de claridad y de verdadera didáctica expositiva.
Ubicado en el
barrio de Exsharia convive con la Universidad Politécnica Nacional de Atenas.
Iniciado en su construcción en el S. XIX sobrevivió a la segunda guerra mundial
y a los intentos de saqueo y bombardeos, siendo sus piezas selladas y ocultadas
cuidadosamente.
Cada cual que
lo visita tiene sus propios amores por los objetos presentados. Aquellas láminas
que recorrimos de chico en nuestros manuales de estudio, las encontrábamos “en
vivo” gracias a esa presencia física del testimonio de una época pero visto en
el “hoy” de nuestras miradas.
Cuando terminamos el recorrido, mas por cansancio
y por saturación informativa, nos dimos cuenta que estuvimos más de tres horas
caminando, con ese paso de “vidrieras” que te cansa.
El tiempo
tirano no nos dejó hacer muchas cosas más en Atenas. Salvo almorzar y preparar
los petates para iniciar una aburrida travesía en Ferry durante toda la tarde y
la noche hasta Rodas. Malos camarotes (no son los de los cruceros), hizo que
nos levantáramos temprano para desayunar sobre una de las cubiertas y observar
las islas y la entrada al puerto de Rodas.
Casi como por reflejo buscamos aquel “coloso”
del que nos hablaron muchas veces en la escuela, sobre la mitología, particularmente luego de aquella clásica
película italiana que todos lloramos cuando el coloso caía en mil pedazos. El
mismo director años después haría “el
bueno, el malo y el feo”.
Desde la
entrada por el puerto, Rodas te asombra. Distintas entradas por el mar, para
los ferrys, para los cruceros, para las naves a vela y yates y en el fondo, una
ciudad con muchas murallas, todas distintas, como muestra de la constante
variación de los distintos poderes que se ocuparon de ella.
Los romanos, persas,
los griegos, los venecianos, los cruzados, los bizantinos, los otomanos. Cada
uno construyó murallas por encima de las otras, resultando una ciudad altamente
defendida. Lo que queda es una ciudad medieval, particularmente construida por
la influencia de los Caballeros de san Juan. De todos modos, su clara ubicación
estratégica, frente a las costas de Turquía y en las rutas del comercio, la
gran variedad de poderosos comerciantes hizo pie en esta isla. Incluso, hoy día, para todos aquellos comerciantes
de los puestos y tiendas de la ciudad medieval, hermosa y compleja para
recorrerla con sus distintas puertas y almenares, piensan que todos los
turistas terminamos siendo “italianos”. Estos también tuvieron su dominación
antes que los otomanos y los griegos de quienes depende actualmente la isla.
Tiene muy pocos
carteles escritos en griego en sus calles y en sus comunicaciones visuales, lo
que da la impresión de ser una de las islas más internacionales de Grecia y no
sabría medir, cuánto menos nacionalismo. Mostrada ante el mundo, es un paraíso
para el turismo. Cruceros de gran porte, aeropuerto propio y descenso de
aviones como en los grandes de Europa, Rodas se transforma en una factoría de
turismo de primer nivel. Y se la cuida por ello. Hoteles hermosos en sus playas
y en sus costas hacen que miles de turistas se intercambien en forma
permanente.
Por la tarde
tuvimos descanso. Y lo mejor fue utilizar la piscina del hotel, ideal para refrescarnos
del intenso calor que no nos abandonaba, al igual que el cielo azul de todos
los días. Un atardecer desde el balcón de nuestra habitación puso la gota
poética de un par de días intensos de viaje, movimiento, emoción y
descubrimiento de la belleza. El sueño nos acaparó rápidamente como para
olvidar la incómoda noche anterior en el ferry.
Como siempre un lujo leer tus bitácoras, tan completas e informativas. Gracias !
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