7/24/2019

Día 10. Hacia San Petersburgo







Hoy comenzamos el tramo ruso, como modo de decir, en tanto ayer hemos finalizado la etapa escandinava con Tallin de transición. Hemos despedido en estos días a algunos compañeros del viaje como a Marisa y a Julio y también a Cristina y Gerardo, desde Helsinski y a Verónica que volvió a su ciudad en Austria para seguir con su vida cotidiana. Los extrañamos aunque el resto del grupo que ya se ha consolidado y nos vamos conociendo entre todos mejoramos nuestros afectos y entablamos el diálogo sin cortapisas.







Ayer también despedimos a quien fue nuestro coordinador y guía. Pedro. Un profesional como guía turístico, cuidadoso del grupo y de sus componentes,  muy bien informado. Ssupoe compartir con todos sus conocimientos. Y un plus,  su delicadeza en muchos detalles quedó expresada en el trato con todos. Un fuerte abrazo para él. Del mismo modo que el grupo lo ha valorado, deseamos también que Europamundo lo haga y lo cuide. Es excelente.

Y así comenzamos a hacer este enlace de kilómetros con San Peterburgo, tiempo que nos sirve para informarnos de lo que viene e iniciar nuestro recorrido visual. La primer parada a hicimos en Narva una ciudad fronteriza  con el Castillo de Hermann, construido por los daneses en el S. XIII y la fortaleza de Ivangorod, al otro lado del río construida por los rusos. Como toda Estonia ha cambiado de mano a lo largo de su historia hasta su verdadera independencia a partir de esa revolución sin sangre llamada “ cantada” por la importancia e intervención de la música. El río Narva quedó como frontera natural. Bombardeada por los nazis y por los soviéticos, ha sido reciclada totalmente por los rusos, cuyo idioma también es oficial en la región, donde, entre otras cosas, se produce la totalidad d  la energía que consume Estonia.




Aprovechamos para cambiar dinero. En realidad es la primera vez ya que en toda Escandinavia no utilizamos ninguna de sus monedas (coronas danesas, noruegas, suecas y euros). Todo se manejaba perfectamente con las tarjetas. Ahora, en Rusia, algo de dinero de mano habrá que tener y asi lo hemos hecho. Luego hicimos la aduana, sumamente complicado el trámite, nada personal, pero demoramos un largo rato. Una vez que terminamos los trámites de migraciones pasamos la frontera y al poco rato paramos a almorzas. Sopa rusa en primer lugar, la clásica ensalada (que nosotros llamamos rusa aunque no es del todo igual), y un plato con carne. Nada mal.



Luego, la siesta en el bus y los muchos kilómetros hasta San Petersburgo. Ideal para recuperar notas, escribir algo y repasar la historia que en pocas horas comenzaríamos a vivir. Mientras tanto, un paisaje que se caracterizaba por bosques a los lados de las carreteras y acercándonos a San Peterburgo las clásicas casas de fin de semana o Dachas, con esas tres ventanas características y el pequeño lote dedicado  al huerto y a los frutales. Las tierras, yermas en general para el cultivo por la cantidad de arcilla que contiene, solo nos permitían ver pastos secos y arbolados de distinto nivel.
La Dacha es la casa de fin de semana, que comenzó a hacerse famosa a fines del S. XIX y principios del siglo XX donde los terrenos fueron regalados a los habitantes de las ciudades. Son pequeñas cabañas de madera que solo se utilizan en el verano. Para el ruso, “ir a la dacha” es un pasatiempo favorito y se ve en las carreteras durante los fines de semana del verano donde circulan todos hacia su casa. Pequeños cultivos, jardinería y huerta son sus características principales. Y no era algo exclusivo, según los censos más de 30 millones de rusos tenían esta casa. En “el Jardin de los Cerezos” de Chejos (1904) ya tenemos información de esta institución.

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