Hoy comenzamos el tramo ruso, como modo de decir, en tanto ayer
hemos finalizado la etapa escandinava con Tallin de transición. Hemos despedido
en estos días a algunos compañeros del viaje como a Marisa y a Julio y también
a Cristina y Gerardo, desde Helsinski y a Verónica que volvió a su ciudad en
Austria para seguir con su vida cotidiana. Los extrañamos aunque el resto del
grupo que ya se ha consolidado y nos vamos conociendo entre todos mejoramos
nuestros afectos y entablamos el diálogo sin cortapisas.
Ayer también despedimos a quien fue nuestro coordinador y guía.
Pedro. Un profesional como guía turístico, cuidadoso del grupo y de sus
componentes, muy bien informado. Ssupoe
compartir con todos sus conocimientos. Y un plus, su delicadeza en muchos detalles quedó
expresada en el trato con todos. Un fuerte abrazo para él. Del mismo modo que
el grupo lo ha valorado, deseamos también que Europamundo lo haga y lo cuide.
Es excelente.
Y así comenzamos a hacer este enlace de kilómetros con San Peterburgo,
tiempo que nos sirve para informarnos de lo que viene e iniciar nuestro
recorrido visual. La primer parada a hicimos en Narva una ciudad
fronteriza con el Castillo de Hermann,
construido por los daneses en el S. XIII y la fortaleza de Ivangorod, al otro
lado del río construida por los rusos. Como toda Estonia ha cambiado de mano a
lo largo de su historia hasta su verdadera independencia a partir de esa
revolución sin sangre llamada “ cantada” por la importancia e intervención de
la música. El río Narva quedó como frontera natural. Bombardeada por los nazis
y por los soviéticos, ha sido reciclada totalmente por los rusos, cuyo idioma también
es oficial en la región, donde, entre otras cosas, se produce la totalidad d la energía que consume Estonia.
Aprovechamos para cambiar dinero. En realidad es la primera vez ya
que en toda Escandinavia no utilizamos ninguna de sus monedas (coronas danesas,
noruegas, suecas y euros). Todo se manejaba perfectamente con las tarjetas.
Ahora, en Rusia, algo de dinero de mano habrá que tener y asi lo hemos hecho.
Luego hicimos la aduana, sumamente complicado el trámite, nada personal, pero
demoramos un largo rato. Una vez que terminamos los trámites de migraciones
pasamos la frontera y al poco rato paramos a almorzas. Sopa rusa en primer
lugar, la clásica ensalada (que nosotros llamamos rusa aunque no es del todo
igual), y un plato con carne. Nada mal.
Luego, la siesta en el bus y los muchos kilómetros hasta San
Petersburgo. Ideal para recuperar notas, escribir algo y repasar la historia
que en pocas horas comenzaríamos a vivir. Mientras tanto, un paisaje que se
caracterizaba por bosques a los lados de las carreteras y acercándonos a San
Peterburgo las clásicas casas de fin de semana o Dachas, con esas tres ventanas
características y el pequeño lote dedicado
al huerto y a los frutales. Las tierras, yermas en general para el
cultivo por la cantidad de arcilla que contiene, solo nos permitían ver pastos
secos y arbolados de distinto nivel.
La Dacha es la casa de fin de semana, que comenzó a hacerse famosa
a fines del S. XIX y principios del siglo XX donde los terrenos fueron
regalados a los habitantes de las ciudades. Son pequeñas cabañas de madera que
solo se utilizan en el verano. Para el ruso, “ir a la dacha” es un pasatiempo
favorito y se ve en las carreteras durante los fines de semana del verano donde
circulan todos hacia su casa. Pequeños cultivos, jardinería y huerta son sus características
principales. Y no era algo exclusivo, según los censos más de 30 millones de
rusos tenían esta casa. En “el Jardin de los Cerezos” de Chejos (1904) ya
tenemos información de esta institución.
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